Educación
Podemos declara la guerra a la educación especial
Plantea una propuesta en la que sólo tiene cabida la enseñanza inclusiva, pero los padres de niños con discapacidad intelectual exigen ser escuchados: «Lo que no nos gusta es que parten de la base de que todo lo que no es inclusión es discriminatorio y no es así».
Plantea una propuesta en la que sólo tiene cabida la enseñanza inclusiva, pero los padres de niños con discapacidad intelectual exigen ser escuchados: «Lo que no nos gusta es que parten de la base de que todo lo que no es inclusión es discriminatorio y no es así».
Lola nació con poco más de dos kilos de peso. Era la primera hija de Sofía Gimeno. Con 21 meses empezó a dar sus primeros pasos, pero no fijaba la atención y estaba muy descentrada. Tuvo un crecimiento intrauterino retardado y eso afectó a su desarrollo intelectual. «Los médicos nos dijeron que le diéramos tres meses de margen, pero ella no avanzaba y con cuatro meses decidimos iniciar el tratamiento», explica a LA RAZÓN su madre. ¿Qué buscaban? Que consiguiera estar a un nivel parecido al del resto de niños de su edad.
Fue por eso, por no diferenciarla, que Sofía decidió matricularla con tres años en un colegio al lado de su casa. «Pensamos que un centro normalizado le ayudaría a superarse, a integrarse mejor, pero fue una decisión nuestra». Esta última frase la remarca porque Sofía forma parte de una plataforma que reclama que se permita a los padres escoger a dónde llevan a sus hijos con discapacidad: si a un colegio ordinario o a uno especial.
Recientemente, Podemos propuso en la Asamblea la Proposición de Ley para la Equidad y Educación Inclusiva, con la que, según sus argumentos, pretende ofrecer un marco global para mejorar la educación en la Comunidad a través de una perspectiva inclusiva. La diputada de la formación morada Beatriz Galiana señaló durante su presentación que «los recientes estudios y los datos advierten de que Madrid está a la cabeza en segregación escolar por motivos socioeconómicos, sólo por detrás de Hungría» y que «las diferentes políticas están fomentando el desarrollo de culturas excluyentes en los centros educativos». Esta propuesta, como perciben diferentes colectivos que trabajan con personas con discapacidad, lo que buscan es que los recursos que existen en los centros de educación especial se trasladen a los colegios normalizados. «Que los alumnos y padres que así lo deseen puedan asistir a la escuela ordinaria y que, por tanto, debe reforzarse la educación inclusiva, es algo que todos compartimos. Sin embargo, desde la Fundación A la Par creemos que esta corriente no puede arrollar el trabajo de los colegios de educación especial y, si lo hicieran, perderían todos los alumnos con discapacidad intelectual», sostiene Almudena Martorell, su presidenta. A esta entidad pertenece el colegio Niño Jesús del Remedio: «Antes de que llegáramos, estos niños no tenían a dónde ir, nosotros no hemos hecho más que cubrir una necesidad». A su centro entran a partir de 12 años, «cuando empiezan los problemas de acoso en los colegios normalizados. El 60% de nuestro alumnado ha sufrido bullying antes de llegar aquí». Su criterio educativo se basa en las capacidades de cada alumno y en lo que éste pueda alcanzar. «Nos da miedo que esta corriente pro inclusiva busque terminar con la educación especial».
Durante los primeros años de su etapa educativa, Lola no tuvo ningún problema gracias a su madre. «Decidí dejar de trabajar y centrarme en ella». Repitió el último curso de Infantil porque no conseguía hablar y «no puedes empezar a escribir si no pronuncias palabra», explica Sofía. Su vida giraba en torno a los repasos constantes de cada materia en casa y a sus visitas al logopeda, así como los ejercicios de psicomotricidad. Sofía aún recuerda cómo, durante dos semanas, tenía que explicarle una y otra vez el ciclo del agua. «Ella sólo lo entendía de forma práctica, no es capaz de memorizar conceptos». A pesar de todo, su constancia y tenacidad fueron claves para que pudiera superar los cursos sin repetir. Su madre sonríe cuando lo piensa.
Lola tiene dos hermanas, Sofía y Teresa, y las tres iban juntas al colegio. A final de Primaria empezaron a adaptarle los contenidos, pero cuando pasó de nivel, a Secundaria, la cosa se complicó. «Desde primero le empezaron a hacer exámenes adaptados a ella y seguía superando cada curso, como el resto de sus compañeros». Pero al llegar a tercero, Sofía percibió que su hija no tenía amigos. «Me lo dijeron las pequeñas». Y es que, «mientras Lola seguía hablando de ''Violeta'' (la serie infantil), sus compañeras decidían dónde iban a hacer botellón ese fin de semana». Se reunió con sus profesores para hablar de su futuro y se dio cuenta de que «en ese colegio no iba a ser feliz porque nunca tendría iguales. Necesitaba buscar un sitio donde hubiera niños como ella». Así fue como, preguntando a unos y a otros, llego a la fundación A la Par. «Imagínate lo perdida que estaba que no sabía ni que tenía que reclamar la discapacidad de Lola, desconocía que podía beneficiarse también de la ley de dependencia», explica su madre.
Entró en el Niño Jesús del Remedio con 16 años y «en menos de un mes volvió a ser la Lola feliz que había sido siempre; recuperó su autoestima». Ahora tiene 20 años y el futuro que no veía hace cinco, lo percibe ahora: «Le gusta todo el tema administrativo y, por fin, no temo por lo que vendrá, por si conseguirá un trabajo, porque sé que sí. Sólo pedimos que a los padres nos dejen elegir», dice rotunda su madre.
La zona de confort
El caso de «Rodri», de seis años, es diferente, pero tiene algo muy importante en común con el de Lola: su madre pudo escoger qué tipo de educación quería darle. A su madre, Bárbara López-Perea, le dijeron en el primer trimestre de su embarazo que su segundo hijo tenía síndrome de Down. Ella no dudó en seguir adelante con él, pero sí que tenía clara una cosa: «Quería que supiera desenvolverse en cualquier situación cotidiana y sacarle de su zona de confort». Bárbara también tomó esta decisión porque Rodri demostró, desde muy pequeño, que sabía desenvolverse bastante bien y que no le faltaban habilidades sociales. «Creía que llevarle a un colegio de educación especial era una opción estupenda, pero también consideraba interesante probar este sistema educativo en su primera etapa y continuar así hasta que él dejara de aprender y de estar integrado y feliz». Se decantó por uno de los colegios punteros en integración, el Sagrado Corazón de Chamartín donde, una hora al día acude a un aula de apoyo para reforzar los conocimientos que van adquiriendo en clase. Un concepto diferente al de la inclusión por el que los niños con necesidades especiales no abandonan el aula. «Lo que no me gusta de la propuesta de Podemos es que parten de la base de que todo lo que no es inclusión es discriminatorio y no es así».
Bárbara quiere que su hijo pueda ir aprendiendo a base de imitación, que «pueda formar parte de un todo, que sea independiente, capaz de buscar sus propios recursos». En eso le ayuda especialmente su hermana mayor, Catalina, con la que se pelea como cualquier hermano. Eso sí, Bárbara insiste: «Si en un futuro creo que Rodri puede ser más feliz en un centro especial, no dudaré en cambiar de opinión». Mientras, el pequeño juega con el balón como uno más. «Es el rey allá donde va», reconoce su madre.
✕
Accede a tu cuenta para comentar