Historia

México

Roscones con historia

La ciudad goza de una amplia red de comercios históricos que llevan, algunos de ellos, más de un siglo perfeccionando este delicioso manjar navideño

Varios clientes esperan a ser atendidos en la Pastelería Nunos de Madrid
Varios clientes esperan a ser atendidos en la Pastelería Nunos de Madridlarazon

La ciudad goza de una amplia red de comercios históricos que llevan, algunos de ellos, más de un siglo perfeccionando este delicioso manjar navideño

Dicen que los mejores roscones de España se comen en Madrid. Quienes lo defienden aseguran que se debe al clima (que mantiene mejor el bollo), a la tradición...

Precisamente esta última característica queda patente en muchos locales de Madrid. La pastelería El Pozo, por ejemplo, lleva desde 1830 ofreciendo estos deliciosos manjares a los madrileños desde su local de la calle del mismo nombre. No fueron los primeros pero, de los que quedan, probablemente sean los que más tiempo llevan horneando el dulce en su establecimiento.

Sin embargo, el origen hay que buscarlo mucho antes. Al parecer, el roscón de reyes que hoy catamos proviene de un dulce que se comenzó a hacer en las fiestas saturnales romanas allá por el siglo III A.C. En estas festividades, que se celebraban en torno a febrero, era frecuenta comer unas tortas circulares que se horneaban con frutas, miel y levadura. Probablemente, poco tenían que ver con los actuales.

En estos 2.300 años el roscón se mantuvo gracias a que en Francia se hizo tremendamente popular y se convirtió en un plato frecuente durante todo el año.

Así, cuando hoy disfrutamos de un bocado de este popular desayuno/postre/merienda, catamos las variaciones que se han ido realizando durante todos estos siglos.

Sea como fuere, no son pocos los locales de la capital que han mantenido la esencia del producto y se han ganado fama por ello.

El Horno de San Onofre, Neguri o la Chocolatería San Ginés son sólo algunos de los muchos ejemplos que podríamos poner. Y casi todos con curiosidades históricas de por medio. Por ejemplo, la Duquesita, que desde su local de la calle Fernando VI vendía sus roscones de reyes a la Reina María Cristina, además de a miles de madrileños, y su fama es tal que mantiene la venta de este producto durante todo el año, tanto sencillos como rellenos de nata, trufa o crema. Otro ejemplo, uno de los más internacionales y quizás el que más bollos vende a los turistas, es el que nos deja Lhardy. Este restaurante de la Carrera de San Jerónimo cumplirá en breve 175 años sirviendo este manjar, entre otros muchos. Su cocina es tal, que Azorín, que también habló sobre el roscón de reyes, dejó escrito que «no se puede concebir Madrid sin Lhardy».

Sin embargo, si hablamos de escaparate para el roscón de reyes, nos tenemos que parar en la misma Puerta del Sol. Allí destacan los ventanales de La Mallorquina, una pastelería que desde 1871 hace salivar a los viandantes. Su roscón, que también está entre los mejores de Madrid, es sólo una de las exquisiteces de un local que mantiene la estética clásica pero que ha sabido amoldarse a los nuevos tiempos.

Todos ellos han mantenido la tradición de incluir un pequeño detalle o figurita en el interior del roscón. Una costumbre que ha ido cambiando con el tiempo ya que comenzó con una legumbre, continuó con ésta misma y una moneda, pasó a convertirse en una figura y el haba y, a día de hoy, en la mayoría de los casos ha perdido la semilla original.

La madrileña tradición se ha extendido también por el mundo. Buen ejemplo de ello es la «rosca de reyes»que se consume estos días en México. Allí, y dentro de un dulce muy similar a éste, se incluye un pequeño muñeco que representa cómo el Niño Jesús tuvo que ser escondido por sus padres durante sus primeros días de vida.

La tradición del roscón está muy viva y aún serán miles los afortunados a los que les toque el premio y, al mismo tiempo, los desdichados que tendrán que pagar el siguiente.

La sorpresa: el tonto y el rey del haba

El roscón cuenta con una larguísima historia. Casi tan larga como la tradición de incluir una sorpresa en su masa. Fue en el siglo III cuando comenzó a introducirse un haba. Al que le tocara, sería afortunado durante todo el año. Entre las familias francesas, además, esta persona era coronada como «rey del haba». Así fue hasta que un cocinero de Luis XV introdujó en el bollo una moneda de oro. Se mantuvo también el haba, aunque el que hallara esta sorpresa pasó a ser denominado «el tono del haba» –que evolucionó hasta «tontolaba»– mientras que el poseedor de la moneda sería el nuevo «rey».