Sucesos

Se busca «repartidor temerario»

Una vecina de Chueca empapela el barrio para encontrar un ciclista de un servicio de entrega a domicilio que la hirió tras hacer un adelantamiento imprudente y huyó

Testigos es lo que necesita encontrar Estefanía, en la imagen herida frente a uno de los carteles que ha pegado en Chueca, para localizar al repartidor que provocó su accidente
Testigos es lo que necesita encontrar Estefanía, en la imagen herida frente a uno de los carteles que ha pegado en Chueca, para localizar al repartidor que provocó su accidentelarazon

Estefanía, vecina de Chueca, ha empapelado el barrio para encontrar al ciclista de un servicio de entrega a domilicio que la tiró al suelo en un semáforo, tras un adelantamiento imprudente, y continuó con su ruta sin prestarle socorro.

No es fácil explicar el dolor que se siente después de una caída que pasa tan rápido que te deja sin sentido del tiempo ni del espacio, tendida sobre el asfalto frío, perdida bajo la noche oscura, confusa y dolorida, pero sobre todo confusa. Porque lo primero que sintió Estefanía el pasado 5 de abril cuando consiguió reunir fuerzas para levantarse del suelo tras caer de su bicicleta a la altura del número 15 de la calle Argensola fue confusión, incluso antes que dolor. A pesar de tener varias lesiones articulares, contusiones por todo el cuerpo, la barbilla emanando sangre sin control por una herida de la que le quedará recuerdo para toda la vida, lo que más intensamente se apoderó primero de esta mujer fue la conmoción cerebral: «En ese momento estaba convencida de que me había caído yo sola», confiesa. Sin embargo, dos días después, empezaron a venirle a la memoria imágenes, tal vez un poco inconexas, pero entre las que ve nítidamente a dos personas que ahora busca sin descanso por ser los únicos testigos de que en su accidente hubo otro implicado: un repartidor en bicicleta que la adelantó imprudentemente por la derecha y que, según asegura ella ahora que las lesiones se han enfriado, fue el culpable de su accidente.

Estefanía es alemana, llegó a España allá por los 90, reside en una de las zonas con más vida de la ciudad y trabaja dando clases de su lengua materna a otros convecinos de Madrid. De hecho, aquella noche, unos minutos antes del suceso, esta vecina del barrio de Justicia volvía de una última lección de alemán y se dirigía hacía su casa cuando, a eso de las diez de la noche, se cruzó en su camino otro ciclista trabajando en una entrega a domicilio. «A mí estos repartidores me dan mucho miedo porque son muy arriesgados en su conducción, así que, en cuanto noté su presencia detrás de mí mientras esperábamos en el semáforo de la calle de Génova, me puse ojo avizor», explica Estefanía. Pero de poco o nada le sirvió la previsión, porque unos segundos después, el hombre estaba adelantándola por la derecha, una infracción que ella le recriminó molesta: «Podrías al menos pegarme una voz para avisarme, que vas como loco», le habría dicho todavía en marcha. Lo siguiente que recuerda es verse en el suelo.

Tras respirar aliviada al comprobar que podía realizar todos los movimientos básicos y que el golpe no la había dejado ni inconsciente ni parapléjica, Estefanía se topó con dos personas socorriéndola amablemente y lanzándole una pregunta que, entonces, aturdida como se encontraba, no parecía tener ningún sentido: «¿Dónde se ha ido tu amigo?», le habría procurado la pareja. A los pocos minutos se acercaron al lugar de los hechos otros tres hombres que estaban trabajando en un rodaje publicitario cerca de allí; ellos la recostaron en una colchoneta, recogieron sus pertenencias y le hicieron algunas curas mientras esperaban la llegada del Samur. Y de pronto, un huracán de preguntas ahogaba a una Estefanía muy desorientada aún tras el brutal accidente que acababa de sufrir: por un lado, los sanitarios trataban de hacer un primer examen para determinar el estado de salud de la malherida y la gravedad de sus lesiones; por otro, los agentes de Policía que se personaron al mismo tiempo la interrogaban para esbozar los hechos en su parte de caída. Estefanía estaba débil y respondió lo primero que le vino a la cabeza: «Les dije que había sido yo solita, que había frenado sin saber muy bien por qué».

Aproximadamente 48 horas. Fue el tiempo necesario para que, pasada la tormenta y ya en proceso de recuperación, a la ciclista le volviera toda la lucidez. Entonces, y sólo entonces, entendió aquella pregunta que le habían hecho las primeras personas que se preocuparon por su estado: hablaban del repartidor que la tiró al adelantarla y siguió su ruta sin más. O al menos ésta es la versión que Estefanía quiere probar con el testimonio de aquellos vecinos que le ofrecieron su ayuda tras presenciar el incidente. «Llevo montada en la bici desde los tres años y nunca pegaría una frenada en seco de esa manera; ¡podría matarme haciéndolo!», asegura ahora Estefanía agradeciendo haber llevado el casco aquella noche.

Caminando no sin dificultad, pero con una convicción y resolución envidiables, Estefanía recorre las inmediaciones de la calle Argensola en busca de los carteles que ella misma repartió, «despacio y con buena letra», por todos los establecimientos de la zona en un intento por conseguir llamar la atención de los testigos y recopilar información con la que cambiar su primera declaración ante la Policía. Así las cosas, es en esa «horrible fotografía» –como ella misma la define ahora la imagen que ilustra su anuncio–, en el gran impacto que causa en los que ven los puntos recién cosidos en su barbilla ensangrentada, donde pone todas sus esperanzas la profesora. En eso, y en la posibilidad de que las cámaras de seguridad de algunos locales cercanos tales como las sucursales bancarias o la sede del Partido Popular hayan alcanzado a captar unos segundos de la secuencia de lo sucedido con los que poder arrojar luz sobre el caso y, sobre todo, depurar responsabilidades.

«¿Quién te ha hecho esto? ¡Es como si te hubieras cosido tú misma en casa!». Fueron las palabras del cirujano que atendió a Estefanía de madrugada cuando ella misma decidió pedir el alta de forma voluntaria en un hospital público de la capital para acudir a otro centro sanitario y solicitar una segunda opinión dadas las circunstancias en las que había sido atendida en el primero. Y es que, para mala suerte de Estefanía, el pasado día 6 de abril estaba convocada una huelga médica cuyas consecuencias debió de ser la primera en pagar, ya que fue ingresada, precisamente, a medianoche. «Nada más llegar, me llamó la atención que los médicos y médicas eran muy jóvenes, rondaban la veintena de años», narra incrédula. Unos médicos que no fueron capaces de interpretar correctamente las radiografías que le hicieron y entre los que había una doctora que, tal y como le explicarían después a Estefanía en el siguiente hospital, había olvidado el detalle de coser el músculo al intervenir la barbilla de la ciclista. Como la doctora se negó a enseñarle el resultado al acabar, Estefanía optó por hacerse una fotografía y enviársela a un amigo que le despejaría sus dudas confirmando la peor de las opciones: «Parece que tienes una segunda boca, eso es horrible». Era la foto que ahora cubre las paredes de la calle Argensola.

Por si fuera poco, Estefanía tiene en el horizonte varias peleas que lidiar por sus derechos, pues no ha conseguido que su accidente se considere laboral ni tampoco que ninguno de los cuatro seguros que tiene contratados le cubran los daños causados por el accidente. Y pese a todo, aunque agotada, tras pasar por el quirófano y recibir la atención médica que hará que sus heridas mejoren, Estefanía saca las fuerzas de debajo de las piedras para seguir evitando las zancadillas y conseguir su objetivo: dar con el «repartidor temerario».