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Nueva York

Una nueva víctima de las obsesiones del «Fan Club»

La Razón
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Paco González es un conocido periodista radiofónico dedicado a lo deportivo que ha sabido imponer su caché a las empresas con las que trabaja y por lo que obtiene un merecido beneficio. Eso le ha hecho económicamente fuerte y famoso. Sus programas han atraído a numerosos seguidores y algunos de ellos le tienen una fijación peligrosa. Uno de ellos, una mujer muy joven, higienista dental, sin vicios conocidos, ha quedado prendada de él desde hace tiempo, y lo persigue. El influjo mediático la ha llevado a la obsesión y, finalmente, a desear apoderarse del famoso adorado. Según la investigación que se sigue, incluso ha llegado a intentar la intervención de sicarios, es decir, delincuentes que, mediante pago, le dejaran expédito el camino hasta su amado. Con ello, y sin saberlo, la esposa de Paco ha entrado en los objetivos del «Fan Club» de los forofos criminales.

«Fan Club» es una novela de Irving Wallace de los años setenta que señala la atracción de una reina de la belleza sobre un grupo de hombres que la secuestran y la maltratan. El mismo impulso se viene dando en un puñado de celebridades que han recibido lo peor de la fama: Madonna fue acosada por Robert Hoskins, que la amenazó con cortarle la garganta. Jennifer Aniston fue perseguida por Jason Peyton, que se creía su novio. Cuando lo detuvieron llevaba un cuchillo y cinta adhesiva. La princesa del pop Britney Spears desató la violencia en el japonés Masahiko, que le escribía cartas cada vez más agresivas. En Estados Unidos a esto le llaman «stalking», que es «cazar al acecho», y podría decirse que para algunos se trata de una secta destructiva.

La peor expresión de estos enloquecidos se dio en el terreno deportivo cuando la tenista Mónica Seles, que era la número uno del mundo, recibió una puñalada en el torneo de Hamburgo, el 30 de abril de 1993. Fue durante los cuartos de final contra la búlgara Magdalena Maaleva, cuando un aficionado alemán, en un descanso, la hirió por la espalda con un cuchillo de cocina de 23 centímetros. El agresor, un tornero de 38 años, tenía antecedentes por desórdenes psíquicos. Su intención había sido devolver el reinado del tenis a su amada Steffi Graft.

Eso también ocurrió con John Lennon, que había declarado que Los Beatles eran más famosos que Jesucristo, frente a los apartamentos Dakota de Nueva York, donde su asesino, Mark David Chapman, le esperaba desde hacía horas con una pistola serpiente pitón, un disco de Double Fantasy y un ejemplar de «El guardián entre el centeno» de Salinger, en el bolsillo. Estos agresores de famosos y devoradores potenciales de sus seres queridos suelen ser trastornados que fían en la conquista del amado la solución de todos sus males.

Es un hecho que la exposición acrítica al triunfo, expandida por los medios de comunicación, produce monstruos. Y un eco de todo esto ha llegado ahora a España con singular fuerza. Lennon fue recibido al volver a su apartamento con cuatro tiros por la espalda. Un miembro destacado del «Fan Club» había apagado una luz de la inteligencia.