Angel del Río

Ya no se cierra en agosto

El 40% de los madrileños se queda en la ciudad durante este mes. Además, apenas un 30% del pequeño comercio echa el cerrojo

A la izquierda, una desértica Gran Vía en los años 60; a la derecha, el mismo tramo de la avenida madrileña durante estos días
A la izquierda, una desértica Gran Vía en los años 60; a la derecha, el mismo tramo de la avenida madrileña durante estos díaslarazon

El 40% de los madrileños se queda en la ciudad durante este mes. Además, apenas un 30% del pequeño comercio echa el cerrojo

«Cerrado hasta septiembre, por vacaciones». «Los géneros dentro, por el calor». Estos eran los carteles más habituales durante el mes de agosto en la mayoría de los establecimientos comerciales de la ciudad. Y es que, hasta la década de los años ochenta, agosto era el mes en el que Madrid «cerraba», ante la salida masiva de sus habitantes camino de los ansiados lugares de vacaciones. Era el mes de la gran evasión, que dejaba a la urbe sumida en una soledad casi fantasmal, circunstancia que afectaba a los pocos ciudadanos que veraneaban en la «costa» madrileña en ese mes emblemático, en el que el 72 por ciento de los vecinos de la villa hacía las maletas y se largaban a la playa, a la montaña o al espacio rural. A partir de los ochenta, los madrileños comenzaron a cambiar sus hábitos, a diversificar sus vacaciones y a fraccionarlas, lo que ha hecho que hoy, Madrid no cierre en agosto.

Fuera de lo climatológico, y hasta bien entrada la década de los años ochenta, el panorama sociológico respecto al disfrute de las vacaciones por parte de los madrileños era bien distinto, y el verano realmente comenzaba en agosto, en cuanto al disfrute de las vacaciones se refiere. Era el mes del año en el que 72 por ciento de la población con derecho a vacaciones, comenzaba el éxodo viajero, con toda la parafernalia de los desplazamientos, fundamentalmente por carretera, las peregrinaciones, especialmente a los lugares de playa, a las del Levante.

Ese notable descenso de la población, ponía a la ciudad bajo mínimos. En la misma medida en que bajaba de forma tan notable, se reducía la prestación de servicios. Los transportes públicos colectivos, Metro y autobuses de la EMT, reducían sensiblemente sus frecuencias de paso, así como el número de taxis en las calles, lo que ocasionaba muchos inconvenientes a esa minoría que «veraneaba» en Madrid durante el mes de agosto y que se enfrentaba a la disminución de servicios tan básicos.

También esta circunstancia llegaba al sector de las reparaciones, las «chapuzas», los servicios de urgencia domésticos, etc. Desgraciado de aquel que sufriera una avería en el coche o el pinchazo de un neumático.

Un incidente doméstico o la necesidad de demandar una obra de urgencia se convertía en una catástrofe inoperable, sobre todo porque el gremio de reparadores, especialistas, profesionales de distintos oficios, también se había ido de vacaciones en agosto y encontrar a uno de ellos para hacer una reparación imprevista suponía prácticamente un milagro. Y de esta «catarsis» urbana, los «rodríguez» eran víctimas propiciatorias, aquellos que, además de tener a la familia veraneando fuera, complicaban su soledad con la ausencia de recursos de emergencia.

Cómo serían de aburridos y distintos aquellos meses de agosto que hasta se reducía considerablemente el número de manifestaciones, porque los reivindicadores, especialmente los sindicalistas, también se unían a la mayoría, y participaban de este mes «inhábil».

Cierre del comercio local

Por aquellos años, Madrid aún no contaba con las infraestructuras comerciales que tiene ahora, y las grandes superficies, todavía escasas, tenían que suplir las carencias del comercio de barrio por el cierre masivo de agosto. Según datos de la Cámara de Comercio, casi el 60 por ciento de los pequeños establecimientos colocaban el cartel de: «Cerrado hasta septiembre, por vacaciones», circunstancia que en algunos casos concretos dejaban desabastecida de productos básicos algunas zonas de determinados barrios periféricos.

Comprar el pan, la leche, el periódico o el medicamento, obligaba a desplazarse a otras zonas buscando la tienda, el quiosco o la farmacia de «guardia», porque, eso sí, las vacaciones estivales se cogían de un tirón, nada de fragmentarlas. Y en los locales que permanecían abiertos en agosto, otro cartel clásico: «El género dentro, por el calor». Tenía su lógica, porque en aquellos años eran muchos los escaparates de los pequeños comercios que carecían de refrigeración y los productos perecederos no podían ser expuestos.

La situación actual nada tiene que ver con la de hace veinte o treinta años. Los madrileños comenzaron, paulatinamente, a cambiar sus hábitos de vacaciones, a diversificar éstas, a dejar de concentrarlas en el mes de agosto y repartirlas entre los meses estivales, o dejar parte de las mismas para disfrutarlas en otras épocas del año. Lo de cogerlas todas seguidas pasó a ser historia.

Cambio en el transporte

La situación actual indica que, frente al 72 por ciento que dejaba Madrid durante agosto, se ha pasado a un 60 por ciento, que es una reducción tan notoria, que ha obligado a que el sector servicios se haya tenido que adecuar a la realidad de los nuevos tiempos, y que el cierre del pequeño comercio en este mes no llegue al 30 por ciento, casi la mitad que hace veinte años; además, un amplio porcentaje de los que cierran no lo hacen por más de quince días.

Este cambio de hábitos, ese reparto de las vacaciones ha hecho que también se hayan tenido que adecuar otros servicios o prestaciones a los ciudadanos, y que medios de transportes como el Metro, Cercanías y EMT no reduzcan tan drásticamente sus frecuencias.

Lo que ha cambiado poco es el destino vacacional. Según una encuesta del Instituto Sondea para Securitas Direct, el destino favorito de los madrileños es, en el 70,53 por ciento de los casos, la playa, y han aumentado considerablemente los viajes al extranjero sobre los de la España rural. Según el mismo estudio, los madrileños gastarán estas vacaciones una media de 1.345 euros, casi el triple que el pasado año. También se incrementará el porcentaje de los que saldrán fuera, un 96 por ciento, frente al 90 por ciento de los que lo hicieron en 2017.

Dicen que, hace más de un siglo, el político Francisco Silvela, acuñó una frase ingeniosa: «Madrid en agosto, con dinero y en familia, Baden-Baden», en alusión al conocido y lujoso balneario de esta ciudad alemana. Hoy, Madrid ya no cierra en agosto. Ya no es equiparable a Baden-Baden. El éxodo agosteño pasó a mejor vida.