Catolicismo
Una voz en el desierto
Segundo domingo de Adviento: Juan el Bautista es convocado desde el desierto a una misión: anunciar a aquél que viene, preparar su llegada, gritar conversión. Su voz se oye en el corazón, en el espesor de la vida, en las calles, en los cruces de los caminos, en las plazas. Pero ¿se escucha? Jesús, «el que viene», no llega para imponer nada; viene a ofrecer a este mundo nuestro tan autosuficiente, tan individualista, tan lleno de cosas materiales pero tan vacío de sentido, el don de su amor. Jesús viene para enseñar el amor, pero antes comienza buscándonos, buscando sus amores. A nosotros nos toca «dejarnos amar». En ello nos va la vida, porque en ese amor está le felicidad que anhelamos.
Pero, ¿cómo lo encuentro?, ¿dónde buscar? Isaías, Baruc..., Juan Bautista, eran profetas que anunciaron la venida del Señor, los tiempos mesiánicos, y alentaban la espera. Hoy día también hay personas a tu alrededor, a nuestro alrededor, que nos quieren ayudar a acoger al Señor, que nos hablan de Él, que nos han acompañado en la catequesis infantil o juvenil, que nos enseñaron a rezar, que contestan hoy a nuestras preguntas, que nos interpelan a diario sobre nuestra vida, que presiden o celebran los sacramentos, que nos avisan de los pasos extraviados que recorremos, que son ejemplo de alegría aún en la mayor de las amarguras, que testimonian que se puede vivir el amor... que ¡son felices!. Todas ellas -¿ya les has puesto rostro y nombre a algunas?- son lámparas en nuestro camino, voces discretas o fuertes gritos. Pero... ¿llegan a nuestros oídos? Y cuando llegan... ¿las escuchamos?, ¿les damos cabida en nuestros corazones y en nuestra mente?
Si oyes su amor... cambia tus vestidos de luto en traje de fiesta, tus ilusiones y proyectos personales en un dejarte -humildemente- en sus manos y «hacer su voluntad». Como María, la bendita entre todas las mujeres, la que escuchó a Dios y «se dejó hacer» por el Espíritu Santo, según la Palabra recibida, y que ayer celebrábamos Inmaculada. Si oyes su amor... deja que Jesucristo entre en tu vida y se manifieste en ti y a través de ti. Atrévete, como María, a ser «música de Dios», y transmite eso que llevas dentro: tu alegría de amar porque has conocido el amor, tu alegría de vivir una vida íntima con el que es el Amor, tu alegría de darte sin medida y olvidarte de ti. Si quieres responder al amor... busca, participa, promueve... vive en comunidad de amor con aquellos que, como tú, quieren responder al amor con el amor, con aquellos que quieren ser amigos de Dios y hermanos de todos los hombres.
Juan se definía a sí mismo como «la voz que grita en el desierto». Esperemos que él, o tantos otros, no griten hoy en el vacío, sino que su voz alcance a todos los hombres y haga nacer en ellos el deseo de «encontrar al Señor, que viene».
*Capellan de la UCAM
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