Música

Sevilla

Joaquín Achúcarro: «Estallidos de madurez»

Vuelve a Sevilla con un programa muy exigente el 17 de diciembre (20:00 horas)

Joaquín Achúcarro: «Estallidos de madurez»
Joaquín Achúcarro: «Estallidos de madurez»larazon

Vuelve a Sevilla con un programa muy exigente el 17 de diciembre (20:00 horas)

Todavía hoy, cada vez más, me gusta tocar el piano”. La frase, pronunciada en febrero de 2018, proclama el compromiso absoluto con el que Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932), sigue aferrado al teclado, del que se ha erigido, a los 86 años, en una referencia absoluta del pianismo español. Vital, carismático, energético, Achúcarro irrumpió en la música tras ganar el Concurso Vercelli, para actuar por primera vez con 13 años. Ahora, instalado en una dorada madurez, al modo de otros legendarios intérpretes longevos como Arrau, Horowitz o Ciccolini, Achúcarro pasea en plena forma la gozosa plenitud de quien ha grabado su nombre en la historia del piano español manteniendo la misma curiosidad musical que ha impulsado su carrera durante seis décadas: la curiosidad del que le gusta “hacerle preguntas a Beethoven, a Mozart o a Chopin” por el significado de unas partituras en las que él se sumerge con la intención, dice, de descifrar “su jeroglífico”.

Joaquín Achúcarro, miembro honorario de la Academia de San Fernando, Premio Nacional de Música y un sinfín de distinciones más, posee una musicalidad extraordinaria que ha sido celebrada por directores como Mehta o Rattle. De niño, se enamoró del piano durmiéndose escuchando cómo lo tocaba su padre. Su nombre, en la memoria sentimental del melómano, estará unido siempre a los de Debussy, Ravel -al que vio en la playa, cuando tenía 4 años, dándose un baño en San Juan de Luz- Mozart, Rachmaninov o Falla, entre otros compositores de los que ha sido bandera en España. Sin embargo, el disco suyo que figura en la selección de los 100 más bellos de la historia grabada del piano, según la revista Diapason, no recoge la obra de ninguno de ellos, sino el Concierto “Macabre” de Bernard Herrmann que Achúcarro se aprendió en cuatro días. Un ejemplo de la versatilidad y el eclecticismo de un pianista que, habiendo deslumbrado siendo joven a Arthur Rubinstein, siempre ha antepuesto la verdad intrínseca de la obra a la mera exhibición de virtuosismo y que dice haber aprendido mucho enseñando durante años en la Universidad Metodista de Dallas.

A Sevilla vuelve con un programa muy exigente. Los 24 Preludios Op. 28 de F. Chopin (1810 - 1849) compuestos entre 1835 y 1839 -en parte, durante su estancia en Valldemosa junto a George Sand- constituyen un “collar de perlas” breves, pero intensas, que Liszt saludó como “de un calibre totalmente distinto” para su época.

De su querido Claude Debussy (1862 – 1918) presenta tres piezas: La puerta del vino, recreación musical de la Alhambra granadina a partir de una postal coloreada de la Puerta del Vino que le envía Manuel de Falla. La soirée dans Grenade, del tríptico Estampes de 1903, es otra fantástica recreación del imaginario andaluz glosado por un músico que jamás pisó Andalucía, pero que liberó a la música española del pintoresquismo. Por último, La plus que lente (vals), de 1910, es un delicioso vals que ironiza sobre la moda social de los valses morosos que imperó en Francia a principios del siglo XX.

Como en un diálogo hispano-francés, correspondiendo a su amigo Debussy e inspirada en La puerta del vino y La soiree..., Manuel de Falla, en estilo neoclásico y originalmente para guitarra, escribió en 1920, a los dos años de la muerte de Debussy, un “tombeau” en su memoria, “Homenaje a Debussy”.

Por último, una de las piezas bellas, pero también más temidas, por su dificultad, del repertorio pianístico: el tríptico del Gaspard de la nuit que, sobre poemas de Aloysius Bertrand, Maurice Ravel escribió en 1905 queriendo hacer una caricatura del Romanticismo, según confesó, dando en su composición “lo mejor de mí”. Efectivamente, lo dio.