JMJ de Río

Los jóvenes, una marea imparable

La Razón
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La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro alcanzó ayer su cúlmen con la vigilia de oración que se celebró en el paseo marítimo de Copacabana. Ante cientos de miles de peregrinos llegados de cerca de 200 países distintos, el Papa Francisco destacó en su intervención que Dios «sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia», animándoles a que «sean misioneros». También les instó a que construyan un mundo mejor, mostrándose comprensivo con las manifestaciones que han sacudido países como España, Brasil o Estados Unidos en protesta por la incapacidad de algunas instituciones para responder a las necesidades de los jóvenes.

«He seguido atentamente las noticias sobre tantos jóvenes que, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Los aliento a que, de forma ordenada, pacífica y responsable, motivados por los valores del Evangelio, sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas presentes en sus países», manifestó. Luego les invitó a que recordaran una célebre frase de la Madre Teresa de Calcuta sobre qué había que cambiar en la Iglesia. Cuando le hicieron esta pregunta a la beata, respondió: «Tú y yo».

Con una gran capacidad didáctica, el Pontífice echó mano de imágenes cercanas a la juventud para explicar lo que significa ser un auténtico cristiano. Para ello partió del término Campus Fidei, el lugar donde se iba a celebrar la vigilia antes de que las lluvias de estos días lo convirtieran en un lodazal. Comentó que cuando «se suda la camiseta» al vivir como un discípulo de Jesucristo, se experimenta algo grande: «Nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia, más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia». También les dijo Francisco a los jóvenes que son los «atletas de Cristo» y los constructores de «una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor».

Como podía esperarse de un encuentro con la juventud en un país tan apasionado del fútbol como Brasil, el Pontífice mencionó este deporte para comentar que Jesús, al pedir «que le sigamos toda la vida como discípulos, es como si nos pidiera que "jugásemos en su equipo". El premio que brinda es mucho mayor que el de cualquier torneo», aseguró. «¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. Pero nos pide que entrenemos para ''estar en forma'', para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe».

Para ello hay que cultivar la oración, que el Papa Bergoglio calificó como «el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha». Por medio de los sacramento se acrecienta en el creyente la presencia de Dios y su «configuración» con Cristo. «A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Queridos jóvenes, ¡sean auténticos ''atletas de Cristo''!».

El Papa también utilizó la imagen del campo como lugar donde se siembra. Arrancó entonces sonrisas entre la multitud presente al recordar lo sucedido con el lugar donde antes iba a celebrarse la vigilia de oración. «Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días: que tuvimos que cancelar, por el mal tiempo, la realización de esta vigilia en el Campus Fidei, en Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo nos decir que el verdadero campo de la fe, el verdadero campus fidei, no es un lugar geográfico sino que somos nosotros? ¡SÍ! Cada uno de nosotros, cada uno de ustedes. Y ser discípulo misionero significa saber reconocer que somos el Campo de la fe de Dios!».

La música fue protagonista de la noche, como siempre ocurre en estas celebraciones. Durante la primera parte de la ceremonia, varios jóvenes dialogaron con el Papa ofreciéndoles sus testimonios de vida y de fe. Luego tuvo lugar la procesión del Santísimo Sacramento y su adoración, momento en el que se hizo un imponente silencio entre la muchedumbre. Varios jóvenes realizaron una representación en el escenario en el que escenificaron el lema de la JMJ: «Id y haced discípulos en todas las naciones». Los muchachos primero construyeron con las piezas que portaban una Iglesia y luego la desmontaron, partiendo en diversas direcciones.