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Rafa Nadal: la palabra derrota significa un nuevo camino
Estimados señores de Telefónica:
Me dirijo a ustedes en relación a vuestra plataforma de contenidos #MejorConectados. Llevo visitándola a diario prácticamente y me emocionan las historias de personas como Perico Delgado, Ferran Adrià, Teresa Perales y muchas más personalidades conocidas y no tan conocidas como Kamran, violinista de la Escuela Superior del Museo Reina Sofía. Aprendo con cada una de las historias y contenidos que nos regaláis para ayudarnos a conseguir nuestros retos, y por todo ello quería agradeceros por crear este espacio #MejorConectados, un lugar donde inspirarnos, conectar y lograr cosas increíbles.
Ayer, después de la final de Roland Garros, vi por segunda vez la historia de los 8 de Rafa, sobre las personas que impactaron en la vida de Rafael Nadal y cómo todas ellas le llevaron a hacer algo increíble. Necesitaba explicarme lo que había ocurrido y aprender de ello. Es cierto: Rafa no logró lo que parecía imposible. Esta vez. Porque Rafael Nadal, el tenista, el niño que a los 3 años comenzó a pegarle a una bola en una pista de tenis, lleva años alcanzando lo imposible. Por eso, cuando el viernes se enfrentó a la derrota y cuando hoy continúa la lucha, creo que es un buen momento para dirigirme a ustedes.
He visto en vuestra página, #MejorConectados, que tenéis una sección llamada Comparte tu historia y no sé si corresponde pero quería enviaros la mía, o más bien la de mi hija, por si os era de utilidad. Creo que hay muchas historias que quedan por ser contadas, somos muchos los que nos enfrentamos a derrotas a diario y seguimos caminando, sin apartarnos del camino, sabiendo que todos estamos #MejorConectados.
Espero os guste.
Desde hace 15 años, todas las mañanas, cojo el tren destino Chamartín. Siempre a la misma hora. Las primeras semanas me encerraba en los cascos, escuchando podcast o buscando vídeos interesantes en las redes (así fue cómo descubrí #MejorConectados). Otras llevaba un libro. Pero a lo largo de los meses, primero de forma tímida y luego ya inequívoca, comencé a saludar a algunas de las personas con las que compartía el trayecto. Una inclinación de cabeza, una mirada, una sonrisa y a veces pequeños diálogos.
En este momento quizás sea oportuno contaros que, como fanático de los libros, suelo jugar a buscar en los desconocidos similitudes literarias. Así es como me he hecho amigo de Julio Verne, un abuelo que reside en la sierra y se levanta a las 7 de la mañana para llevar a su nieto a la escuela. Lo llamo Verne, sin que él lo sepa, porque me cuenta las historias más fantásticas sobre los primeros trenes, los pioneros de la aviación, viajes imposibles… Mientras su nieto le mira fijo con los ojos llenos de asombro. En la ventanilla de la izquierda se sienta Edgar Allan Poe (un hombre adusto y pálido victoriano que no hace más que leer un libro ajado). También comparto vagón con Barbarroja (abrigo largo color tierra y una barba pelirroja teñida de alquitrán), con Jane Austen (una profesora decimonónica que se esconde tras capas de ropa y una silueta siempre envarada) y con Sherezade, la protagonista de Las mil y una noches. Están Quijote y Alicia, Dorian Grey y Sherlock Holmes, Anna Karenina, Julieta sin Romeo… A veces pienso que me gustaría verlos también a ellos en #MejorConectados. Ellos son también mis 8, como los de Rafa Nadal, los que me permitieron alcanzar lo imposible. Vale, no serán como los 14 (esperemos) títulos de Roland Garros del tenista de Manacor. Bueno…que me disperso. El hecho es que unos años atrás, mi hija (por entonces 21 años) me dijo que la semana que viene tendría que coger el mismo tren para su último examen. Con él finalizaba la carrera de Diseño y Patronaje…si le iba bien ya que debía recordar un enorme catálogo de colores y texturas, una enciclopedia de pantones que se le atragantaba. Al día siguiente que me contara esto y mientras estaba en el tren, se lo comenté a Verne. Le hablé de mi alegría por presentarle a mis amigos y de mis nervios por su examen. Mientras me confesaba, asegurándole que no sabía qué podía hacer para ayudarla, me di cuenta que un enorme silencio se había extendido por el vagón y todos, Madame Bovary, Sherlock, Alicia, Anna Karenina, los tres Mosqueteros y hasta Poe, que generalmente no se mueve de su asiento, estaban alrededor nuestro escuchando.
Creo que fue Penélope quien hilvanó la idea inicial o quizás fue Nemo, el hecho es que para cuando llegamos a Chamartín, todos teníamos una misión para la semana siguiente, una que fuimos afinando a lo largo de la semana. De verdad que me sentía como debe sentirse Rafa Nadal, en Roland Garros: más fuerte si está acompañado, mejor si está rodeado de aquellos en los que confía. Hasta que llegó el día esperado.
No recuerdo nada del camino hasta la estación, mi hija estaba sumergida en unas carpetas, pasando las hojas frenéticas de una a otra y yo repasando el plan, pensando que quizás había sido todo un sueño y que al llegar al vagón todos serían desconocidos.
Cuando llegó el tren nos montamos en el vagón de siempre pero en un asiento doble, al principio. El resto del espacio quedó libre para que mi “biblioteca de amigos y amigas” pudiera llevar a cabo el plan. Mi única tarea era llevar un altavoz con una música específica: el dueto para chelo de Luigi Boccherini.
Durante los 30 minutos que duró el viaje vi los dos extremos de la vida: la quietud más absoluta en mi hija, con la mirada fija en sus libros y el incansable frenesí de una veintena de hombres y mujeres que empapelaron el vagón con post-it de colores, cada uno con un mensaje para mi hija. A un ritmo perfectamente coreografíado, vistieron el vagón de rojos y verdes, de limas y piñas, de rosas y jazmines. Entonces, cuando anuncian nuestra estación, mi hija se pone de pie, aún con la mirada baja, hasta que le pongo la mano en el hombro. El tren se detiene, mi hija alza la vista y ve allí, delante de sus ojos, todos los colores que lleva meses nombrando y que en un segundo se han hecho realidad. Ve las sonrisas de todos los pasajeros, escucha la música, me mira a los ojos y entonces soy yo, como padre, quien ve todos los colores. Justo en ese instante se abre la puerta del vagón y todos los colores que antes estaban pegados, se lanzan al vuelo y llueven alrededor de mi hija. Fue, para mi, como salir campeón no por primera vez, sino por décima vez y por décimo cuarta vez en Roland Garros…después de sufrir una derrota y de aprender a levantarme. Porque al fin y al cabo, tanto la victoria como el fracaso, son parte del camino. Y derrota, originalmente, significaba justamente eso: el camino abierto rompiendo los obstáculos y por eso hoy hablamos de seguir un derrotero.
Esa fue la primera vez que el Vagón de la Biblioteca, como nos llamamos después que confesara cómo los había bautizado, hizo algo único. Mi hija aprobó el examen con matrícula. Su profesora dijo que nunca había visto una exposición tan completa y que debía haber estudiado mucho. Pero los dos sabíamos la razón.
Hay pocas personas extraordinarias en el mundo, vosotros, en #MejorConectados, tenéis algunas de ellas, Rafa Nadal, que ha erigido un derrotero para futuras generaciones, es una de ellas. Los demás, los que nos asombramos y nos emocionamos con sus luchas y con sus éxitos, aprendemos con el tiempo que sí, que también podemos aspirar a hacer algo extraordinario…siempre que lo hagamos con otros. Y para otros.
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