Ayuntamiento de Madrid
Los últimos de Filipinas: «Mi tatarabuelo era un héroe»
Una estatua homenajea en Madrid a los 55 militares que hace 120 años defendieron durante 337 días su posición
A Enzo apenas se le ven los ojos de lo abrigado que va. Son las 11:00 horas y pese al frío, aguanta sonriente en la plaza del Conde del Valle de Suchil. Tiene ocho años, aunque, serio, se apresura a puntualizar: «Bueno, en marzo cumplo nueve», dice ante la atenta mirada de su madre. Y a pesar de su corta edad, tiene muy claro por qué está un lunes por la mañana en una plaza repleta de militares y autoridades. «Mi tatarabuelo era un héroe», responde sin dudar bajo la estatua de ese mismo tatarabuelo. Y es que Enzo es el tataranieto del teniente Saturnino Martín Cerezo, uno de los 55 «Héroes de Baler» o, como se les conoce popularmente, «Los últimos de Filipinas».
En concreto, este niño es el descendiente más joven de este grupo de militares que, entre el 1 de julio de 1898 y el 2 de junio de 1899, resistió el asedio de los rebeldes a la guarnición en la que se refugiaban en la localidad filipina de Baler. Y su tatarabuelo fue el oficial que lideró esa defensa durante más tiempo (desde noviembre de 1898). «Se metieron en una iglesia y aguantaron ahí, por España», sentencia el pequeño.
Por ese motivo, el teniente es el que aparece representado en esa estatua que ayer se inauguró en Madrid y que recuerda (120 años después) la gesta de ese destacamento, la cual ha sido objeto de estudio en la prestigiosa Academia estadounidense de West Point.
Rodeado de familiares, Enzo no pierde detalle. Con él está su madre, Arancha, bisnieta de Saturnino y quien se muestra «muy orgullosa». Igual que Fernando, nieto del teniente, quien deja claro que «más vale tarde que nunca». Ellos han contribuido a que la historia de los 55 de Baler no se olvide.
Lo mismo que ocurre entre los familiares del que fuera primer responsable del destacamento, el capitán Enrique de las Morenas, fallecido en la iglesia en noviembre de 1898. Pilar es su bisnieta y agradece que, «120 años después, alguien se acuerde de los héroes del país que lucharon por la integridad del mismo». Al igual que sus padres le contaron la historia, ella ha hecho lo mismo con sus hijos y una de ellas, Martina, asegura sentirse «muy orgullosa». Eso sí, Pilar matiza que la estatua «no atiende enteramente a la realidad. Al mando no estaba Martín Cerezo (el que aparece representado), sino Enrique de las Moreras».
En total, más de un centenar de descendientes de los «Héroes de Baler» se dieron cita ayer en la inauguración del monumento, presidida por el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, y el Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra (JEME), general Francisco Javier Varela. Una estatua de seis metros en la que están grabados los nombres de todos los miembros del destacamento, como el del teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones. Su nieta Pilar estaba en al acto y recordaba lo mucho que luchó su padre para que le hicieran un monumento, «pero se murió con las ganas». Él era quien le contó la historia de los «Héroes de Baler» y después fue ella la que se la ha contado a los suyos. Además, su familia atesora «el último reloj que dio las horas del imperio español. Lo tenía mi abuelo, luego mi padre, un hermano y ahora un bisnieto», explica.
Orgullo también sentía ayer Enrique Castillo, «bisnieto del último de los últimos de Filipinas», el soldado Felipe Castillo Castillo. Pese a que sí que conoció a su bisabuelo, apunta que él no le contó nada de su historia, pero que en cuanto supo de ella, «me enganché», explica este jienense que ha escrito varias novelas sobre esta gesta y que siente «una inmensa alegría» al ver un monumento «en honor a nuestros héroes».
Unos héroes a los que Filipinas consideró en su día «amigos», y no prisioneros, por su «valor, constancia y heroísmo», lo que les hizo «acreedores de la admiración del mundo». En un decreto de junio de 1899, el presidente filipino ensalzaba como «aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio ha defendido su bandera por espacio de un año».
Con esta estatua se cumple con ese homenaje que quedaba pendiente y que tampoco se libró de las batallas partidistas. Para la mayoría de los descendientes es un «orgullo y un honor». Para Enzo, simplemente, «es muy guay».
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