Madrid

«El brillante», no sin mis calamares

El histórico bar también sucumbe a la crisis

Los empleados de "El brillante" mano con mano sin servir sus bocatas de calamares
Los empleados de "El brillante" mano con mano sin servir sus bocatas de calamaresJUAN MEDINAREUTERS

Pocas cosas hay que recompongan un estómago vacío que un bocata de calamares como mandan los cánones: entre pan y pan con su grasita que se va escurriendo por la servilleta, a modo de absorbente –se necesitan más de dos y de tres– y esa habilidad (que solo se adquiere con los años) para morder el bocata sin llevarse de un golpe esos anillos bien rebozados, que significan el compromiso más granado con Madrid. Los que son de aquí, y los que vienen de fuera, para empadronarse por derecho en la capital tienen que pasar por «El Brillante» e ir a tiro hecho: pedir un bocadillo de calamares. Si se quiere, movido por un brote de Gargantúa, por ansias, quizá pide de acompañamiento unas patatas bravas. Error, ni se disfruta ni de una cosa ni de la otra.

Lo que más gusta de «El Brillante», como canta Serrat en «La fiesta» es que «Cómo comparten su pan/ Su mujer y su galán/ Gentes de cien mil raleas...». Y continúa: «Vuelve el pobre a su pobreza/ Vuelve el rico a su riqueza/Y el señor cura a sus misas». Así es «El Brillante» y debería seguir siendo, porque el maldito «bicho» también ha anidado en los negocios y los envía sin acuso de recibo a una muerte civil, que, por supuesto, no es tan cruel y desairada como las que han sufrido tantos compatriotas. Pero ver al «Brillante» sin su fulgor, algún madrileño de pro, de esos a los que han particularizado su lenguaje, «les toca la patata», sinónimo algo apresurado de corazón, pero para el caso es lo mismo.

Porque para los que tienen memoria, ver a un bar del terruño, tan castizo, huérfano de clientes produce desasosiego. Es lo más parecido a pensar: «Hasta aquí hemos llegado». Ya se sabe que los bares y restaurantes necesitan respiración asistida en forma de clientes y camareros que, aunque estén hasta arriba y maldigan en ocasiones su suerte, en «El Brillante» hay algunos de los mejores tenores de bares, esos que, cual estiran sus cuerdas vocales para decir: «¡Un bocadillo de calamares!» y la clientela se pone tan contenta, aunque no sea para uno y tenga que esperar, que también es uno de los rituales: que las papilas se pongan en forma para lo que está por venir. Que vendrá más pronto que tarde.