Madrid

Teatro Price de los años 70: ¡Vivan los payasos!

Pepe Viyuela protagoniza «Mil novecientos setenta sombreros», una historia de rebeldía escrita durante el confinamiento

El dramaturgo y actor Pepe Viyuela (c) representa una escena durante un pase para la prensa de la obra 'Mil novecientos setenta sombreros' en el Teatro Price, este martes, en Madrid. EFE/Fernando Villar
El dramaturgo y actor Pepe Viyuela (c) representa una escena durante un pase para la prensa de la obra 'Mil novecientos setenta sombreros' en el Teatro Price, este martes, en Madrid. EFE/Fernando VillarFERNANDO VILLAREFE

Algunos de los que ahora pintan canas, o se las tiñen –de todo ahí– sus padres, por el capricho de volver a recuperar algunos de esos sentimientos que se desvirgaron cuando eran niños, llevaban a sus hijos al Circo Price para que se rieran, asombraran, y, sin saberlo, vieran cómo aquel lugar se extinguiría en la geografía de Madrid. Estaba en un lugar tan señorial, percibido con la mirada de ahora, como la plaza del Rey de Madrid, donde ahora se asienta el Ministerio de Cultura (la justicia poética que nunca falte). Fue demolido en 1970 después de ser parada y fonda de artistas desde 1890.

Pepe Viyuela, que aparte de ser uno de los protagonistas de «Aída» y «Matadero» siempre ha sido un actor con alma de payaso. Sólo hay que comprobarlo en su lenguaje corporal, sobre todo en la serie que compartía con Carmen Machi. En el confinamiento, junto con Aránzazu Riosalido, pergeñó una historia y se pasaban las tormentas de ideas a través del reuniones virtuales y charlas por teléfono. De esas conversaciones en la distancia nació «Mil Novecientos Setenta Sombreros», una obra que se estrena hoy, como no podía ser de otra forma en el Teatro Circo Price.

«Mil novecientos setenta sombretos» es una obra teñida de nostalgia y reivindicación, de lo que se podría ahora llamar una huelga y, tal como la trata la obra, es un acto en el que se mezcla el desánimo y la rebeldía sorda de los que se saben que no son esenciales para la sociedad porque la cultura –y el circo y los payasos lo son– es un ente, si no prescindible, tampoco prioritario.

¿Qué sucedería si los payasos decidieran abandonar un circo? Poco, puede ser, o un contratiempo para algunos espectadores que comparten el afán de tener fantasías de andar por casa sin necesidad de efectos especiales y ni siquiera ídolos pintones y estrellas a los que los focos realzan muchas veces lo que no son. La obra se sitúa en 1970, momento, como ya está escrito, en el que el Circo Price se convirtió en una montaña de escombros y también de un payaso que ve que esas ruinas también significan su decadencia.

Por el Price pasaron Charlie Rivel y Pinito del Oro. En el 59 se asentó en Madrid, contratado por Arturo Castilla, y se quedó hasta que el teatro se convirtió en una ruina de cascotes. Junto a Pinito del Oro se llevaron condecoraciones a destiempo Queda para la historia lo que escribió Ramón Gómez de la Serna sobre el circo. Aparte de que en 1923 recitó un discurso desde lo alto de un trapecio, pocas veces se puede leer una definición más exacta de este espectáculo: «En el circo todos volvemos al paraíso, primitivo, donde todos tenemos que ser más justos, ingenuos y tolerantes. Quien mas noches de circo tenga en su haber, entrará primero en los reinos de los cielos». El director, Hernán Gené escribe que «el amor al circo se transformó en amor al valor, a la terca constancia, a la cabezonería puesta al servicio de mantener la débil luz de una vela en medio de un huracán». Dicho queda.