Explosión en Madrid
La Paloma, la iglesia del millón y medio de almas
El edificio destruido en la explosión que hizo temblar la calle Toledo es la «casa madre» del Camino Neocatecumenal, una realidad eclesial que conforman hoy un millón y medio de católicos en el mundo
Está el candado echado. No hay misas este fin de semana en La Paloma. Cerrojazo en una de las parroquias con más trajín de Madrid. Sin exagerar. Todo se paralizó el miércoles a las tres de la tarde. En seco se sepultó la vida de cuatro personas y otros tantos heridos. Se congeló la actividad del barrio. Y se clausuró el templo.
El «milagro» de la patrona no oficial de la capital –como ha reconocido el propio cardenal Osoro– hizo que no pasara nada ni la residencia de ancianos ni el colegio de La Salle que rodeaban el edificio ahora en plena demolición. Pero también que el complejo parroquial estuviera prácticamente vacío. Sobre todo, porque en el número 98 de la calle Toledo, es la sede de la Congregación de la Virgen de la Paloma. Ahí también tiene lugar la catequesis para adultos, formación de novios, preparación de los padres para los bautizos, comunión, grupos de vida ascendente, campamentos urbanos… Y lo mismo se organiza un reparto de alimentos de Cáritas
–multiplicado en estos meses– que se daban clase de refuerzo para chavales con dificultades. Pero, sobre todo, porque era el llamado «catecumenium», centro de reunión de unos mil adultos y cerca de 400 niños que componen las 18 comunidades neocatecumenales –cuatro en misión– que forman parte de la parroquia.
Tal es la actividad, que tras el confinamiento de marzo se tuvieron que hacer auténticos encajes de bolillos para cumplir con las limitaciones de aforo. Por eso, aunque la cancela del templo no se abra, la vida de la parroquia continúa. La pandemia ya les obligó a buscarse la vida en lo digital. Prueba de ello es el funeral por Rubén y David. Solo pudieron asistir los familiares más cercanos y quienes pertenecen a su comunidad. Pero al otro lado de la pantalla, a través de YouTube les acompañaban hasta 80.000 personas. Rubén y David eran algo más que unos conocidos por todos. Uno, sacerdote. El único cura bautizado, formado y destinado en la que ha sido su iglesia de toda la vida. El otro, catequista de adolescentes en un templo repleto de jóvenes. Pilares de una parroquia que, lejos de resquebrajarse estos días, parece renacer. La idea es volver a levantarlo todo. Lo uno y lo otro. Literalmente. En lo espiritual, dentro de la conmoción, los feligreses parecen estar renaciendo. Al tercer día. Una Pascua.
«Estamos todos conmocionados por lo sucedido, pero esto no va a frenar la labor misionera y evangelizadora. Todo se ha suspendido, pero en cuanto se evalúe todo, se pondrá en pie de nuevo. Igual que Dios proveyó cuando no había un duro para levantar estas plantas, lo volverá a hacer otra vez», confía Teresa, que cumple este año sus bodas de oro vinculada a La Paloma. Su esposo la secunda. «Este edificio fue un regalo de Dios, en el que nosotros hemos compartido los momentos más importantes de nuestra vida, que son los del día a día. Semanalmente hemos celebrado la Palabra de Dios y la eucaristía en nuestra pequeña comunidad», subraya Tomás, que destaca cómo «esta vida interior se ha transformado en comunión y servicio a toda la parroquia y al vecindario», una labor evangelizadora y misionera que les ha llevado a revitalizar la castiza congregación, la rehabilitación del templo y su retablo, la piedad popular a través de las procesiones…
Y es que la parroquia de San Pedro el Real es algo así como la «casa madre» -que dirían las congregaciones religiosas– del Camino Neocatecumenal, la realidad eclesial iniciada por Kiko Argüello y Carmen Hernández, que desde aquí se ha expandido a 134 países de los cinco continentes a través de unas 21.300 comunidades, con más de un millón y medio de hermanos. Tras arrancar en las barracas de Palomeras Altas, en enero de 1970 comenzaron a reunirse estos primeros grupos cristianos en la que hoy es la cripta de la iglesia. En aquel momento, no existía el edificio hoy en ruinas. «Había una casa muy antigua, donde vivían los sacerdotes, unas consagradas y los seminaristas en la buhardilla. En los bajos, estaba el colegio parroquial para chavales sin recursos», recuerda…, que se incorporó a la comunidad tan solo un año después de que echara a andar. «Éramos gente muy cercana a la parroquia: los de la Acción Católica, la portera… Yo entré por un amigo sacerdote». Y hasta hoy. Medio siglo después, continúa al pie del cañón con su marido Tomás, sus hijos y nietos. «El edificio que ha explotado se hizo a golpe de donaciones, no solo económicas. Las fábricas de ladrillos, de cemento y de sanitarios lo mismo de Valencia que de Jaén regalaron prácticamente todos los materiales. Se organizaron grupos de evangelización que, después de rezar en la parroquia y de ser enviados por el sacerdote, se presentaban ante los empresarios», rememora Tomás.
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