Nudo de comunicaciones
1.000 días en obras: la estación de Gran Vía por dentro
LA RAZÓN visita unas semanas antes de su reapertura las instalaciones del suburbano cerradas al público desde hace tres años
En 1919 el corazón de Madrid desprendía un fuerte olor a esencia de violeta. El aroma que emanaba de la bombonería bautizada sin querer por Miguel de Unamuno lo impregnaba todo de un cálido sabor dulzón. Pero pronto se fundía en una nube con la huella del café humeante y el rastro del tabaco llameante que envolvía las tertulias en las que el propio literato se enzarzaba durante horas en la Puerta del Sol.
Con los bolsillos cargados de caramelos y el espíritu atestado de preguntas, el que tomaba la calle de la Montera para volver a casa lo hacía poniendo la mirada allá donde la que aún no tenía el nombre de Gran Vía se abría camino hacia la plaza del Callao: la Red de San Luis, coronada con una construcción que, 100 años después, empieza a despuntar de nuevo, desenterrada, como brotando de entre los recuerdos de la ciudad pasada. «Metro de Madrid ha apostado por recuperar el icónico templete de la estación de Gran Vía, del arquitecto Antonio Palacios; estamos muy ilusionados con el proyecto y convencidos de que será muy bien recibido tanto por los usuarios como por los madrileños en general, pues se convertirá en un símbolo más de la capital», augura orgulloso Carlos Zorita, responsable del Servicio de Infraestructuras y Estaciones de Metro, dependiente de la Consejería de Transportes, que dirige David Pérez, y que guía a LA RAZÓN por los entresijos de unas obras que dan sus últimos piquetazos antes de la gran inauguración.
Como no podía ser de otro modo, el recorrido comienza desvelando el misterio mejor guardado durante meses tras las lonas que han escondido hasta ahora los trabajos que se están llevando a cabo en la superficie. Zorita hace su exposición sin perder de vista la estructura: «Para poder reproducir con la mayor exactitud el templete original, hemos hecho una enorme labor de investigación, pues durante los 50 años que estuvo en funcionamiento, esta entrada de la estación sufrió varias intervenciones, convirtiéndose incluso en un refugio durante la Guerra Civil».
Sin inmutarse por los golpes ni las chispas, el responsable continúa: «Los restos del que se eliminó en 1970 con la llegada de la Línea 5 a Gran Vía se trasladaron a la ciudad natal de Palacios, a Porriño, enPontevedra, de donde vienen las piezas de granito trabajadas en cantería con las que hoy lo estamos rehaciendo». Superado el 60% del proceso de construcción, Zorita advierte que, sobre lo que ya se puede ver asomando entre el material y la maquinaria, habrá «una espectacular marquesina de metal y vidrio que volará cinco metros» a través de la cual se podrá bajar hasta el último nivel del suburbano en el ascensor que ocupa este eje vertical de comunicación entre las líneas 1 y 5 de Metro. Eso sí, en 2021, a diferencia de lo que ocurría en 1919, este será de uso gratuito.
Así, el templete, que lucirá el antiguo escudo de Madrid esculpido y está llamado a ser un lugar más de referencia y encuentro en la capital, anuncia el principal objetivo del proyecto de remodelación que mantiene la estación de metro de Gran Vía cerrada desde el día 20 de agosto de 2018: garantizar la accesibilidad de la red. Pero no solo para las personas con movilidad reducida, sino también para aquellas con discapacidades visuales y auditivas. «Estamos implementando aquí los últimos avances tecnológicos para hacer de esta la estación más moderna de todo el Metro de Madrid», afirma Carlos Zorita, y ejemplifica: «Por primera vez, tanto los dispositivos del sistema de peaje como las máquinas expendedoras de billetes contarán con pantallas táctiles de gran formato que emitirán mensajes audiovisuales y luminosos para que la experiencia de los usuarios sea mucho más interactiva que hasta ahora, y sin dejar de ser eficientes gracias a la tecnología led».
A todo esto, queda por acrecentar que, con su lavado de cara, la estación de Metro de Gran Vía ha ganado un vestíbulo que ha pasado de no alcanzar los 900 metros cuadrados a tener una extensión de 2.000, donde ahora se acumulan los letreros sin nombre que en verano impedirán que nadie se pierda por los nuevos pasadizos. Por último, también habrá una conexión directa con la estación de Cercanías de Sol que ya es una realidad. En fin, más fácil, más moderna y más dinámica.
Dos años de retraso
Los trenes que siguen circulando por los andenes de esta estación en obras pasan de largo, y ya hace más de dos años y ocho meses de esto, pues este 16 de mayo se cumplen 1.000 días del cierre de la estación de Metro de Gran Vía. «Los problemas han surgido, principalmente, durante la ejecución de la obra civil de la Dirección General de Infraestructuras, cuando aparecieron restos arqueológicos al abrir el foso de 30 metros de profundidad del nuevo distribuidor; estamos hablando de cimentaciones de edificios anteriores incluso a las calles de Gran Vía y Montera que, por su naturaleza y siguiendo las indicaciones de la Dirección General de Patrimonio, requirieron de un tratamiento especial para su recuperación, lo que ha provocado el retraso de la inauguración», explica Zorita.
Por si fuera poco, cuando Metro de Madrid tomó el relevo para continuar con la modernización de la estación, la Covid-19 no hizo sino añadir presión al equipo: «Como toda la sociedad, hemos tenido que convivir con la pandemia, lo que significa afrontar muchas bajas y cuarentenas que, evidentemente, han tenido su repercusión en los ritmos de trabajo», señala el responsable que, no obstante, asegura optimista: «Tenemos previsto terminar en unas semanas, pues faltan apenas los revestimientos y demás acabados y ahora mismo estamos trabajando en tres turnos de unos 50 trabajadores cada uno, con lo que la estación debería estar funcionando con normalidad la semana del 19 de julio».
Y, efectivamente, aunque sea con 763 días de retraso con respecto a esa fecha inicial de reapertura marcada para junio de 2019, lo que se esconde bajo las bocas del metro de la arteria principal de la capital es un túnel cuya luz al final resplandece entre el polvo y las pisadas de los que trabajan a contrarreloj para devolverle al centro este enclave que algunos echan tanto en falta que, cuando se cumplen los 1.000 días en obras, celebran con una reunión improvisada que ya queda poco, que ya es un día menos.
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