Historia castiza
El verano que Lavapiés tuvo su Torre Eiffel
Durante las fiestas populares de San Lorenzo de 1889, Madrid lució una réplica «infiel» de madera y tela del más afamado monumento francés
En el verano de 1889, el mundo entero no hablaba de otra cosa. Los adelantos en la construcción y en la industria presentados durante la Exposición Universal de París marcaron el fin de un periodo y el principio de otro. Y es que, esta feria, que desde su inauguración el 15 de mayo y hasta su clausura el 6 de noviembre acaparó todas las miradas y todas las cabeceras, es considerada hoy como uno de los acontecimientos más influyentes del siglo XIX. Un evento con motivo del primer centenario de la Revolución Francesa que reunió a cerca de 61.000 expositores que se hicieron con 95 hectáreas del Campo de Marte, la colina del Trocadero y los muelles hasta la explanada de los Inválidos y del que ha quedado en pie el más característico de sus símbolos, la que constituía la entrada al recinto: la Torre Eiffel, que, con sus más 300 metros desde la base y hasta la cima, se erigió como la estructura de mayor altura construida hasta ese momento.
Un motivo de satisfacción para los franceses, sin duda, pero no de envidia para los madrileños, que el 10 de agosto de ese mismo año leían entre las páginas de la prensa nacional: «Y tan orgullosos que estaban los republicanos franceses con su Torre de Babel. Abajo ese orgullo. Paso a la Torre Infiel plantada en la calle del Ave María». Porque sí, aunque por poco tiempo y solo algo menos majestuosa que su inspiradora, tal y como anunció en estas líneas La Unión Católica no sin resquemor hacía los vecinos galos a los que el diario tachaba sin pudor de «impíos», la capital española también lució aquel verano de 1889 su particular Torre Eiffel. Y nada más y nada menos que en el barrio de Lavapiés.
Entre farolillos y mantones
Incluso cuando las circunstancias no permiten que la verbena se baile como manda la tradición, desde que se empezara a celebrar la que es la fiesta más popular y antigua de Lavapiés, año tras año e incluso en tiempos de pandemia, en agosto, las calles del barrio se visten con farolillos de colores y mantones de manila en honor a San Lorenzo. vecinos y vecinas que, en un alarde de socarronería, hace ya 132 años, se atrevieron a incluir entre sus adornos festivos una réplica de la que por aquel entonces era la atracción más famosa del mundo. «El El centro de Madrid recupera así su esencia castiza durante unos días y lo hace gracias al ingenio y esmero de sus Sr. Casal, ayudado por otros vecinos, construirá en la calle del Ave María una Torre Eiffel de 15 metros de altura, y un precioso submarino en la entrada de la calle de la Esperanza», publicaba el 27 de julio de 1889 El Liberal.
Fueron suficientes 15 días para ver hecha realidad esta fantasía que, como informó el mismo periódico unas jornadas más tarde, empezó a construirse apenas diez días antes de la gran puesta en escena. «Esta tarde aún se trabajaba a toda prisa en ultimar el adorno de las calles donde esta noche se verifica la verbena de San Lorenzo», recogía La Época el 9 de agosto de 1889 sobre los avances de los artífices, que llegaron a tiempo para que en la primera plataforma de la torre se colocaran la Banda del Hospicio de San Bernardino y el Orfeón Matritense para amenizar la noche siguiente con su repertorio.
1.000 pesetas y 21 metros
Corral, Fermín y Villalobos fueron los encargados de tan importante empresa. Estos tres señores llevaron a cabo la iniciativa de un cuarto, Casal, promotor de esta original idea que estuvo financiada por los comerciantes y residentes del que sigue siendo uno de los principales ejes del barrio de Lavapiés. Según El País del 10 de agosto de 1889, el coste total para el vecindario ascendió a 1.000 pesetas, un presupuesto bastante más ajustado que el de los arquitectos e ingenieros franceses, pero nada despreciable cuando se habla de una construcción tan efímera como lo son las noches de fiestas populares, que se escurren entre los pasos de un chotis mucho antes de lo que cualquier chulapo o chulapa desearía.
La Torre Eiffel madrileña se levantó en la calle del Ave María haciendo esquina con la calle de San Simón y, finalmente, midió 21 metros, seis más de lo proyectado. La réplica se realizó en madera y tela y estaba coronada por una farola iluminada por grandes focos de gas. Además, fue ataviada con banderas, escudos y estandartes que fueron proporcionados por el Almacén de Villa del Ayuntamiento.
Conocida como «Torre Infiel»
Por supuesto, aquellas fiestas de San Lorenzo fueron todo un éxito y el señor Casal no paró de recibir felicitaciones como responsable del submarino de la calle de la Esperanza del que no ha quedado más constancia y, sobre todo, de la que pronto fue rebautizada por los madrileños y madrileños y su reconocida e inconfundible chulería como «Torre Infiel».
Y esta no sería visitada por 32 millones de personas llegadas desde países de todos los continentes como lo fue la francesa en durante los seis meses de exposición universal, pero tuvo el honor de ser testigo de la mejor de las verbenas imaginables o, al menos, de la más castiza. Que entonces y ahora, la capital española no tiene nada que envidiarle a la francesa; que ya quisiera París y su gente celebrar con el humor y el cachondeo con que lo hace Madrid.
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