Gaastronomía
Los Galayos, apuesta segura para tomar las mejores tapas en la Plaza Mayor de Madrid
Las tapas castellanas son la especialidad de esta barra centenaria y su apuesta por la casquería actualizada
Hemos de reconocer que jamás hasta ahora nos había hecho tanta ilusión encontrarnos con tráfico un sábado por la noche o tener que esquivar a la riada de gente con la que te topas por las calles. Ya podemos decir que el centro de Madrid ha vuelto a su ser pre pandémico. Nos alegra, porque los restaurantes, tabernas y bares lo han pasado amargo durante los momentos más crueles del Covid. Muchos de sus dueños se han visto obligados a bajar la persiana para no volverla a subir, otros aún aguantan temerosos con el «a ver qué nos depara el invierno», frase que tanto escuchamos en los corrillos del barrio, mientras que los hay que vislumbran una luz después del túnel. Nosotros hemos visitado Los Galayos, un restaurante centenario familiar, situado en el número 5 de la calle Botoneras, justo esquina con la Plaza Mayor, una ubicación estratégica, que a la familia Grande alivia pensar que estamos a algo más de un mes para la llegada de la Navidad.
Les cuento: la historia de Los Galayos se remonta a 1894, cuando el lugar recibía el nombre de Casa Rojo, a dónde los clientes acudían a comer tapitas sencillas. Años después, en el 36, aquí se celebró la última reunión que mantuvo la Generación del 27 antes de la Guerra Civil, homenaje que sus componentes celebraron a Luis Cernuda tras publicar «La realidad y el deseo» y al que asistieron Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Pablo Neruda, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, María Teresa León y Maruja Mallo. Incluso, estas paredes sirvieron de inspiración a Arturo Pérez-Reverte al vertebrar «El Capitán Alatriste».
Pero vayamos a lo que nos incumbe, que es hablar de lo bien que se come en casa de Alicia, Fernando y Miguel Grande. Apuestan por una cocina castellana tradicional, honesta y plena de sabor. Porque sí, es posible disfrutar de la buena mesa en los aledaños de la Plaza Mayor. La valiosa barra tallada manualmente en madera a principios del siglo XIX recibe a los clientes, que desean rendir tributo al tapeo patrio. Pero antes, se apoderan de ella quienes quieren coger fuerzas con un desayuno como Dios manda, formado por un café, que nos despierta el alma y sienta bien al estómago, acompañado de unos churros y unas porras. Más castizo imposible, lo mismo que las raciones, que son reclamo de los comensales habituales, sabedores de que no dan gato por liebre. Lo suyo es abrir boca con un vermut de grifo al que, nos cuenta Alicia, añaden unas gotas de ginebra y de Campari. Nos llega en una copa de cóctel de Martini junto a una tapita de patatas revolconas, con su pimentón, chorizo y torreznos.
El segundo trago, sin embargo, lo bebemos con otra de queso y morcilla. ¿Caña o doble? Pregunta el camarero tras la barra a un cliente recién llegado. Un rioja, pide. Le sirve un Ortega Ezquerro. El ribera de la casa es El Lagar de Isilla, pero nosotros preferimos el albariño Granbazán para picar unos calamares. La pandemia ha provocado que los horarios se adelanten, buen hábito por el bien del equipo del restaurante, y a eso de la una y media del mediodía los comensales comienzan a tomar la barra antes de sentarse a la mesa. Abre el desfile de raciones los torreznos crujientes de cerdo ibérico con sal Maldón, las tan clásicas orejitas de cochinillo, hechas a baja temperatura y fritas con salsa de mostaza y miel, las bravas con crujiente de cebolla, las croquetas de jamón ibérico y de dos quesos, la tajada de bacalao, las puntillitas... La mejor noticia que nos ha podido dar Alicia es, que a día de hoy, ya comienza a reservar mesas para las cenas de Navidad, tanto de empresas como familiares. Además de los turistas nacionales e internacionales, sabedores de que en esta casa se come uno de los mejores cochinillos de la capital. Quien no sea amigo de este manjar, recomendamos el canelón relleno de rabo, carrillera y morcillo de ternera.
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