Opinión

Las Mentiras

Imagen de la película "La Calumnia"
Imagen de la película "La Calumnia"La Razón

La vida regala de vez en cuando casualidades inapreciables. El mismo día que el Congreso aprueba la reforma laboral, veo de nuevo «La calumnia», la película de William Wyler. En la infancia, los padres suelen reprender a sus hijos por no decir la verdad. Pero a esa edad nadie discierne con demasiada claridad qué es un embuste más allá de una nariz tipo Pinocho. Considera que es una vulgar trola, como eso de negar que uno se ha comido el chocolate de la nevera a pesar de que te delaten las manchas alrededor de los labios. En un momento en que la mentira se ha instalado en la política como arma reglamentaria, este filme, protagonizado por Audrey Hepbrun y Shirley McLaine, ¿recuerdan?, viene a aleccionarnos sobre las consecuencias que tiene para las personas y para la sociedad rendir falso testimonio.

Hemos instalado el engaño en esa trama negligente de la picaresca sin que nadie atienda al detalle de que la mentira es una de las mayores corrupciones que existen, aunque en nuestras carpetovetónicas inteligencias nos la tomemos un poco a chirigota y hasta le encontremos al asunto un punto de gracia. El Parlamento no anda muy alejado de los caminos ecuestres de la mendacidad sin que eso parezca que inquiete demasiado a nadie. Los políticos parecen que lo único que han aprendido es a evadir responsabilidades detrás de argumentaciones o de excusas inventadas o falsas, sin que eso les suponga ningún rubor. Pero, como cuenta Wyler, nadie sale ileso de una mentira. Ni siquiera la democracia.