Opinión

Lo que le espera a Feijóo

El presidente de la Xunta, Alberto Nuñez Feijóo, a su llegada a la dirección del PP de Galicia, poco antes de confirmar su candidatura para liderar el partido
El presidente de la Xunta, Alberto Nuñez Feijóo, a su llegada a la dirección del PP de Galicia, poco antes de confirmar su candidatura para liderar el partidoLavandeira jrAgencia EFE

Feijóo emprende la aventura madrileña, que es la aventura por conquistar La Moncloa, y en su decisión queda la duda razonable, todas las dudas lo son, de que lo hace empujado por las circunstancias más que por un convencimiento propio. Feijóo, que es un político al que le va más el orballo gallego que el chaparrón madrileño, deviene así en un moderno rey Wamba, aquel godo al que los barones de su tiempo acorralaron contra una pared y le obligaron a aceptar la corona del trono a cambio de condonarle la vida. Feijóo abandona el acomodo doméstico que suelen otorgar las mayorías electorales por el laberinto de intrigas sita en la calle Génova y su guerra celtíbera con Vox. Se viene a los madriles, sí, que también tiene santo, aunque no sea apóstol y solo disponga de pradera en lugar de girola para penitentes, con la intención de batir el sanchismo, un socialismo de pancarta más que de principios o convicciones, sin percatarse de que la primera oposición no le va a llegar del rojerío que puebla la bancada de enfrente del Congreso, sino del ayusismo, que más que un bando es ya otra familia política más, que en este país todo es político, incluso la familia.

Aquí existe ahora mucho irredentista que reclama para Isabel Díaz Ayuso lo que ella todavía no ha pedido. Una corte de murmullos que ya apunta futuros. El Partido Popular ha recurrido a Feijóo, igual que la cristiandad apeló a Santiago Matamoros en la batalla de Clavijo. Quiere que este rey suevo de la política le salve el perímetro electoral, pero todavía no ha llegado a Madrid y ya se puede escuchar/leer por los mass media a algunos ayusistas afeándole la carta política tildándole de galleguista y otras tantas lindezas ultramontanas. Un asunto que a más de uno le inducirá a pensar qué clase de ambición empuja a un hombre a abandonar las vieiras por las patatas bravas.