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Opinión

La herida del 11-M: la grandeza de un pueblo frente a la barbarie y el emponzoñamiento

Frente a una clase política que no supo o no pudo estar a la altura, es preferible -deseable- recordar a todos los vecinos que se acercaron a ayudar y colaborar en la medida de sus posibilidades

Uno de los trenes que explotaron en los atentados de Madrid del 11-M larazon

Dieciocho años hace hoy, y no lo parece, del mayor atentado ocurrido en la historia de Europa, de la masacre cometida en la red ferroviaria madrileña por el terrorismo yihadista la mañana del 11 de marzo de 2004 y que, desafortunadamente, pareció abrir la grieta de una fractura social y política en nuestro país que luce ahora más acentuada que nunca. Pero supuso también, y conviene no olvidarlo, más allá de la politización de un suceso dramático y aunque fuese solo en las primeras horas, la evidencia de que por encima de esa división ideológica y del emponzoñamiento en el debate público, de la inhumana vocación electoralista de unos y la desalmada instrumentalización del dolor de otros, se alzaba, poderosa, la unión de todo un pueblo ante la barbarie.

Frente a una clase política que no supo o no pudo estar a la altura, es preferible -deseable- recordar a todos los vecinos que se acercaron a ayudar y colaborar en la medida de sus posibilidades, a prestar sus mantas y su ropa de abrigo, a donar sangre, a taponar heridas. A los taxistas y vehículos particulares que trasladaron heridos a los hospitales, transmutados en ambulancias improvisadas. A aquellos que no cobraron las carreras a los heridos más leves o los familiares que buscaban, esperanzados, a los suyos. A los que acompañaron a desconocidos en sus últimos minutos, agarrando sus manos, poniendo incluso sus vidas en peligro en momentos de caos, angustia y desconcierto. A sanitarios y policías, militares y bomberos, que acudieron a cumplir con su obligación e hicieron mucho más que eso.

Quizá sea mucho más edificante y esperanzador quedarse con aquella lección de humanidad y solidaridad, con la grandeza de un pueblo, que con la lamentable gestión de un hecho inaudito llevada a cabo, torpe y vergonzosamente, por sus representantes públicos.

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