Museo del Prado

El cuadro que la mayoría de los españoles querría tener colgado en su casa

Una obra en la que sus protagonistas parecen tropezar con aquellos que les contemplan

Cuadro de Las Meninas
Cuadro de Las MeninasJesús G. FeriaLa Razon

Tiene algo hipnótico. Por su composición, por sus personajes, por su época y por el diálogo que establece con el espectador, con todo aquel que lo contempla. Pero empecemos por el principio. Menina, la palabra que le da nombre, en su etimología, procede del termino portugués «menino», que significa niño. A lo largo de la historia, ha sido aplicado a los niños de familias nobles que entraban en palacio a servir a la reina o a los hijos de ésta. Un candor y una belleza de las protagonistas que contrasta con uno de los personajes más famosos del lienzo: una enana del servicio integrada entre las menores.

El lienzo, pintado por Diego Velázquez en 1656, reproduce la escena en la que la infanta Margarita -en el centro- es atendida por sus sirvientes, dos niñas, dos meninas, en las que resalta su juventud y la enana Maribárbola, que con su físico poco agraciado ejerce de contraste.

Mari­bárbola es el nombre del personaje deforme que capturó el genial pintor sevillano en su cuadro. Al lado de la belleza inocente de la infanta Margarita y la dulzura de María Agustina Sarmiento e Isabel Velasco -nobles hijas de nobles personajes ambas-, la fealdad de la enana Maribárbola destaca sobremanera, y la convierte en uno de los elementos más carismáticos de la obra. Ella era una de los más de 40 enanos que vivían en la Corte en aquella época. Según algunos expertos, el autor la incluyó por el afecto que sentía por ella.

Una obra maestra que ha sabido conectar con el gusto y la sensibilidad de los españoles. De todos los tiempos. Así, en una reciente encuesta llevada a cabo por la pinacoteca madrileña, con motivo de su bicentenario, en 2019, “Las meninas” de Velázquez, es el cuadro que la mayoría de los españoles colgarían en el salón de su casa si tuvieran la oportunidad. Esta obra de Diego Velázquez es la favorita: seis de cada diez la prefiere por encima de todas las opciones que ofrece la pinacoteca española.

Velázquez pintó este cuadro durante el reinado de Felipe IV, penúltimo monarca de la dinastía de los Austrias. Hacía más de diez años que había tenido lugar la caída del valido conde-duque de Olivares, y ocho años del final de la guerra de los Treinta Años con el resultado de la Paz de Westfalia, cuyas consecuencias para España y el reinado de Felipe IV fueron una clara decadencia.

Ante el peso de la realidad política y económica de aquella España, en declive, el cuadro de Velázquez, un “capricho” de la época, es casi una broma, una escena que representa un encuentro casual entre los protagonistas en palacio. Una situación sorprendente que abona y alimenta el gusto de los españoles por una obra cumbre de la pintura española. Aunque tengan que ir al Paseo del Prado para poder contemplarla.