Opinión
¿Adiós a la ideología de género? Lo que viene es peor
El enfrentamiento es a muerte y se veía venir. Solo una de las teorías puede sobrevivir: por un lado, la ‘bioidelogía’, conocida como ideología de género, nacida al albur de mayo del 68; por otra parte, la conocida como teoría queer. La ideología de género, de la mano de Shulamit Firestone, había abrazado -pese a su raíz biologicista- el postmarxismo al sustituir la lucha de clases por la lucha de sexos y defender el estado moral. Para Firestone la clase sexual debe de controlar los medios de reproducción sexual, por lo que hay que eliminar las clases sexuales.
Fue Kate Millet quien elaboró la hedonista teoría del heteropatriarcado occidental que hoy los colectivistas de todos los partidos han hecho suya. Para estas feministas, la principal institución heteropatriarcal es la familia, que hay que destruir. En esto coinciden con el maoísmo: toda relación sexual es una relación de poder y, por tanto, política. De ahí que defiendan legislar sobre el ámbito privado de las personas, lo que constituye de por sí un movimiento totalitario. Las defensoras de esta teoría se pusieron de espaldas a la biología y a la ciencia al desligar el sexo (un dato biológico) del género.
Hoy, a todo esto, se le ha dado la consabida vuelta de tuerca: el sexo no existe y lo que importa es el género sentido, que puede cambiar en cualquier momento, como cambian los estados de ánimo y los sentimientos. Esto es lo que defiende la ministra Irene Montero y de ahí que se pueda cambiar de sexo en el registro civil con una mera declaración.
Posiblemente la autora más influyente en la difusión de esta anticientífica teoría sea la filósofa materialista francesa Monique Wittig, pero quien la desarrolló fue Judith Butler, autora de ‘El género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad’ (1990). Fue ella quien introdujo la teoría de la performatividad de género, inspirada en Simone de Beauvoir y Foucault. Para esta autora, el género no es una realidad biológica ni tampoco inmutable. Es más, el género sería una realidad opresiva cultural que se va transmitiendo por generaciones. Tanto el heteropatriarcado como la heterosexualidad serían cosas del ambiente, como también sostuvo Foucault. La heterosexualidad es, por tanto, un régimen político contra el que hay que luchar. El sexo -considerado constructo social- y el género, son sentidos sin más. Es la negación total de la ciencia y la naturaleza. Su objetivo es cambiar la ética sexual para cambiar la moral.
Hoy sus teorías han sido aceptadas por la extrema izquierda, que también ha aceptado el feminismo del 99%, que se define a sí mismo como “feminismo anticapitalista” y antisistémico que abraza “la lucha de clases y la lucha contra el racismo institucional”.
Consideran un gran éxito las huelgas feministas que tuvieron lugar en España el 8 de marzo de 2018. Volverán a ellas, superada la pandemia, en cuanto gobierne el PP. El feminismo del 99% pretende “reimaginar la justicia de género de una forma anticapitalista”, “redefinir lo que cuenta como ‘trabajo’ y quién cuenta como trabajador”. Es el último paso que le faltaba por dar al postmarxismo para acabar de engullir al feminismo de la ideología de género. Se trata de un feminismo basado en la experiencia vivida. De ahí su defensa del aborto libre sin posibilidad de objeción de conciencia de los profesionales sanitarios; el salario vital como nueva organización del trabajo doméstico y de los cuidados. Desprecian las cuotas, pero no por los evidentes motivos de mérito y capacidad. Las consideran propias de mujeres que se entregan al capitalismo -de ahí sus críticas a Marta Ortega o Patricia Botín-. También creen que la Ley de Violencia de Género es una farsa.
Entre susto o muerte, lo ideal es quedarse con el feminismo liberal: aquel que cree que debe defender, de manera universal, la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley. Sin cosificar, sin colectivizar. Cualquier otro feminismo está abocado al totalitarismo.
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