Cultura

Paseamos por Madrid de la mano de Pío Baroja: estos son los lugares imprescindibles

Carmen Caro, sobrina nieta del escritor, ha diseñado para el Ayuntamiento de Madrid un mapa con aquellos lugares clave en su vida y obra. El Área de Cultura homenajeará al autor por su 150 aniversario

Carmen Caro, sobrina nieta del autor, junto a la estatua de Pío Baroja levantada en la cuesta de Moyano, uno de los lugares preferidos del autor de «El árbol de la ciencia»
Carmen Caro, sobrina nieta del autor, junto a la estatua de Pío Baroja levantada en la cuesta de Moyano, uno de los lugares preferidos del autor de «El árbol de la ciencia»Gonzalo Pérez

Cuenta Carmen Caro que, cuando de verdad ha conocido y disfrutado de la ciudad de Madrid, ha sido con las novelas de su tío abuelo en la mano. A pesar de que Carmen lleva viviendo en la capital toda su vida. Cuando se encontraba inmersa en la escritura de su libro «Pío Baroja. Paseos por Madrid», que verá la luz durante este otoño, hojeaba en plena calle obras como «La busca», «Aurora roja», «El árbol de la ciencia»... mientras se iba topando con aquellos lugares que el escritor describió con precisión en sus páginas: el Instituto de San Isidro (calle de Toledo, 39), que aún hoy cumple su función y en el que estudió Bachillerato; la antigua Facultad de Medicina (Atocha, 106), hoy el Colegio de Médicos, donde el joven Pío cursó la carrera de Medicina; el Cerrillo de San Blas, en el parque del Retiro, que lo podemos ver retratado en «La Busca» y donde acudía de pequeño cuando hacía «novillos»... No en vano, nos citamos con Carmen en otro de los lugares en los que a su tío abuelo le encantaba perderse: la cuesta de Moyano, «vecina» del parque madrileño, y donde se erige desde hace más de cuarenta años la estatua del escritor donostiarra. Muy cerca de allí, aún se encuentra el último domicilio madrileño de Pío, en la calle Ruiz de Alarcón, 12, y en el que se hospedó tras finalizar la Guerra Civil española. Una casa situada en el barrio de Los Jerónimos. El mismo barrio en el que ahora vive Carmen Caro. Al final, todo queda en casa.

El libro de «Paseos por Madrid» que Carmen ultima no será el único homenaje que recibirá este año Pío Baroja. Gracias a sus aportaciones, y con motivo de los 150 años transcurridos desde el nacimiento del escritor, el Ayuntamiento de Madrid publicará próximamente un mapa ilustrado, disponible de forma gratuita en bibliotecas, librerías, centros culturales y puntos turísticos, que recorrerá ese Madrid de Baroja.

Por otro lado, este mapa servirá de guía para incorporar un recorrido «barojiano» al programa gratuito municipal Pasea Madrid, que enseñará al público la ciudad desde la perspectiva del escritor.

En todo caso, esta ruta constituye solo una de las iniciativas que lanzará el Consistorio. Desde el Área de Cultura, Turismo y Deportes que preside Andrea Levy, avanzan a LA RAZÓN que, este mismo octubre, la cuesta de Moyano acogerá un acto central de homenaje al autor, junto a familiares, escritores, libreros y representantes del mundo editorial. Todo ello con el propio Pío, inmortalizado en bronce, ataviado con su gabán, su bufanda y su boina, de testigo.

«Conocer una ciudad a través de sus escritores es algo excepcional», afirma Carmen Caro a este diario. «No todas las ciudades pueden presumir de tener a alguien que sea un referente en la historia de la literatura y que, a su vez, en su obra, la ciudad, como ocurre con Madrid, juegue un papel fundamental», añade.

La calle de la Independencia, uno de los primeros hogares del escritor en la capital
La calle de la Independencia, uno de los primeros hogares del escritor en la capitalCarmen Caro

Hace solo dos años, la capital celebraba otro insigne aniversario literario. Y es que 2020 fue el «año galdosiano»: cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós, lo que motivó varios actos de homenaje. Como Pío, otro escritor no nacido en Madrid y que, sin embargo, difícilmente se puede entender la ciudad sin él. En ambos casos fueron inmejorables cronistas de la ciudad que los acogió. Con todo, son muchas las diferencias entre ambos. Para empezar, la generacional y estilística: Galdós se encuadró dentro de la «novela realista» del XIX, mientras que Baroja, miembro de la «generación del 98», tenía un talento innato a la hora de indagar en la psicología de las personas. Consecuentemente, ambos nos ofrecieron un Madrid distinto: el de Benito, el propio de la pequeña burguesía; el de Pío, el de los bajos fondos.

Eso lo vemos desde la primera juventud del escritor. Baroja llegó a la capital en 1879, con apenas siete años, siguiendo los traslados de su padre Serafín, ingeniero de minas. Pasó por varios domicilios, debido al trabajo itinerante de su progenitor. Unos hogares que, en la mayoría de casos, bien no están ya entre nosotros, bien se desconoce con exactitud su ubicación. Así ocurre con su casa en la calle de la Independencia, junto a la Plaza de Isabel II, en Ópera. Un área en la cual le gustaba «husmear y vagabundear», así como en las calles del Espejo, Amnistía, Unión, o la de Santa Clara, «donde se suicidó Larra», escribió Pío. Tampoco está entre nosotros la casa que ocupó en el número 2 de la calle de la Misericordia. Esta última, desde un punto de vista literario, resulta clave para entender las obsesiones del autor. Además de reflejarla en su obra «El sabor de la venganza», la panadería que se situaba en el bajo del edificio, regentada por su tía Juana Nessi, le sirvió para tomar contacto con las gentes más humildes de Madrid. Comerciantes, leñadores, trabajadores... De todo este «Madrid industrial» extrae una serie de características que después plasmaría en su trilogía de «La lucha por la vida», incluyendo «La busca». Como apunta Carmen, para Pío son arquetipos «con más personalidad y más atractivos que las clases medias».

El hoy Colegio de Médicos de Madrid era la antigua Facultad de Medicina en la que Baroja estudió la carrera
El hoy Colegio de Médicos de Madrid era la antigua Facultad de Medicina en la que Baroja estudió la carreraWikimedia Commons User:Barcex

El ya mencionado Cerrillo de San Blas no era el único lugar al que el pequeño Baroja se escapaba de clase. El Rastro, la montaña del Príncipe Pío, las Vistillas... Como dice Carmen, este último espacio le enamoraba, ya que aquí «tenía la sensación de estar en el campo y en la ciudad al mismo tiempo». Prueba de ello son sus vistas a la Sierra del Guadarrama, a la cual el escritor dedicó generosas descripciones.

Poco a poco, su vida y obra fue adentrándose en los entonces llamados «bajos fondos». Otro de los puntos a los que nos conducirán los paseos «barojianos» está en la calle Segovia y sus aledaños. «Para Pío era la zona de Madrid que mejor representa la ‘’corte antigua’'», explica Carmen. En sus memorias, el escritor las describe como vías «estrechas, solitarias y melancólicas». Las calles del Duque de Nájera, Nuncio, Rollo... «La mayoría con unos balcones poco salientes y alguna tiendecilla con su toldo descolorido». En ese conjunto, destaca la «simpática plaza de la Morería, con un farol en la esquina de una callejuela y algunas chicas que jugaban al corro».

La Plaza de la Puerta de Moros era una de las debilidades de Pío
La Plaza de la Puerta de Moros era una de las debilidades de PíoCarmen Caro

También dedica extensas descripciones de la Puerta del Sol. «Se formaban grupos de vagos, cesantes y vendedores de baratijas; los tullidos ofrecían cerillas sentados en un carrito como una caja, que empujaban con dos palos en el suelo; las floristas ofrecían sus claveles o sus nardos, y otras vendedoras, números de la lotería», describe el autor.

El escritor tomó buena nota de los habitantes de las corralas, especialmente de la de la calle sombrerete
El escritor tomó buena nota de los habitantes de las corralas, especialmente de la de la calle sombrereteLa Razón

No podemos olvidar las corralas, santo y seña del Madrid castizo, «verdaderos hormigueros humanos», como los retrata Pío. Especialmente, la que aún hoy está situada en la calle Sombrerete, 13, en el barrio de Lavapiés. «Vivían en estas corralas cincuenta o sesenta vecinos, y cada uno de ellos tenía lo más dos cuartos y una cocina. La mayoría era gente abandonada y resignada. En tales microcosmos se encontraba uno de todo: familias activas que llegaban a hacerse independientes y a salir de aquellos rincones infectos; tipos resignados, que un día se emborrachaban, se sentían iracundos y rebeldes contra todo y chillaban y blasfemaban». El escritor contemplaba a los «albañiles, leñadores, vendedores ambulantes, expendedores de moneda falsa, gitanos y tipos que no tenían profesión conocida. Hoy eran una cosa y mañana otra, cambiaban de oficio para ver si encontraban una ocasión propicia para seguir adelante».

Baroja, paseando por el parque del Retiro, en una imagen de 1950
Baroja, paseando por el parque del Retiro, en una imagen de 1950La Razón

Para acabar el recorrido, regresamos al punto en el que nos citamos con Carmen: la literaria cuesta de Moyano. No en vano, la última casa en la que vivió, está sí en pie, en la calle Ruiz de Alarcón. Un hogar que apenas dista un kilómetro de las hoy centenarias casetas. Baroja aprovechaba ese trayecto para recorrer el paseo de Coches, deleitarse con el Palacio de Cristal o admirar la singularidad del Ángel Caído. Así nos lo demuestra una de las últimas fotos tomadas al escritor, en el parque del Retiro, y con las manos en los bolsillos. Y así recordamos los madrileños a uno de los genios que más hizo por inmortalizar, como decía Pío, la ciudad «en la que los cafés nunca cierran».

Desde Ópera hasta el Paseo del Prado

►Algunas de las descripciones que nos dejó Baroja son impagables. Así, en el Teatro Real, nos habla de «las señoras, envueltas en pieles claras con aderezos de brillantes y plumeros en la cabeza (...) La gente pobre se reunía a la puerta del teatro para ver bajar a los potentados de sus coches, pensando, quizá (...), que era un gran consuelo para los pobres ver a los cortesanos llenos de alhajas y de plumas». También es testigo de los cambios sufridos por el Paseo del Prado. Un espacio anteriormente «enarenado». «La gente salía a tomar el fresco en verano, a sentarse en las sillas de hierro (...) mientras los chiquillos jugaban y hacían gimnasia en una barra que limitaba el paseo.