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Reportaje

El árbol más madrileño vuelve a echar raíces

La Comunidad de Madrid impulsa, a través del IMIDRA, un ambicioso proyecto científico que busca conservar el madroño, recuperar su presencia y llevar su fruto a la mesa

Los últimos ejemplares del madroño están en la zona noreste Cedida

A veces, para descubrir lo extraordinario, basta con mirar de cerca aquello que siempre ha estado ahí. El madroño, ese árbol que vemos en el escudo de la Comunidad de Madrid junto al oso y que muchos madrileños relacionan más con la Puerta del Sol que con el campo, está viviendo un momento decisivo. Tras décadas relegado a pequeños rincones del territorio, envejecido y casi olvidado, una iniciativa del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario de la Comunidad de Madrid (IMIDRA) quiere devolverle el protagonismo que un día tuvo en nuestros montes y abrirle la puerta a un futuro prometedor, también en la gastronomía. Ese proyecto se llama MADCUL, y reúne ciencia, conservación, agricultura y cocina en un mismo paraguas. Su objetivo: «domesticar» este árbol silvestre, conocerlo a fondo, reproducirlo con éxito y explorar todo lo que puede aportar a los bosques madrileños y a la despensa local.

«En la Comunidad de Madrid el madroño sobrevive casi como una especie relicta», explica Mónica Martínez Castañeda, directora gerente del IMIDRA. Lo que en el imaginario colectivo es un icono compartido por todos, en la naturaleza es un superviviente: apenas 440 ejemplares silvestres repartidos en 68 enclaves. La mayoría, aislados y envejecidos. ¿Por qué tan escasos? Madrid está justo en el límite interior de su área natural. Prefiere terrenos silíceos, umbrías, barrancos frescos… zonas donde el clima no aprieta tanto. Además, su historia arrastra cicatrices: incendios, carboneo, pastoreo, urbanización, cambios de uso del suelo. «En muchos lugares solo quedan árboles viejos y sin regeneración natural. Los nuevos brotes no sobreviven a las heladas, la sequía o la herbivoría», detalla Martínez . Sin embargo, el madroño tiene virtudes que hoy lo convierten en una especie estratégica: rebrote vigoroso tras incendios, buena tolerancia a la sequía, raíces profundas que fijan el suelo y frutos y flores que alimentan fauna en momentos clave del año. «Si algo necesitamos en un contexto de cambio climático, es exactamente eso», añade.

Un laboratorio al aire libre

La finca La Isla, en Arganda del Rey, es el corazón experimental de MADCUL. Allí, en una parcela de 1,2 hectáreas, el IMIDRA ha plantado 279 ejemplares de seis genotipos distintos. No son árboles cualquiera: proceden de ejemplares singulares de la Comunidad de Madrid, de dos árboles notables de El Escorial y de un clon seleccionado por la Universidad de Coimbra. «Buscamos entender cómo se comporta cada origen: su vigor, su tolerancia a heladas y sequía, su sanidad, la calidad del fruto…», explica. Todavía es pronto para sacar conclusiones —la plantación se terminó este otoño—, pero ya han observado diferencias en la respuesta al estrés estival y al riego de apoyo. «Saber qué genotipos funcionan mejor será clave para repoblar la región y para futuros cultivos».

Trabajo con el madroño en IMIDRACedida

Otra pieza esencial del proyecto es el Banco de Germoplasma de flora silvestre «La Isla Forestal» (BIFORMAD). Aquí se guarda el futuro del madroño en forma de semillas cuidadosamente seleccionadas, secadas y conservadas para asegurar su viabilidad durante años. Las pruebas son esperanzadoras: con una buena conservación y una estratificación adecuada, las semillas alcanzan tasas de germinación del 80–90 %. Pero producir planta de calidad sigue siendo complicado: sus semillas presentan latencia, las raíces son largas y delicadas, y los plantones jóvenes son extremadamente vulnerables.

Madroños in vitro

Para superar estos obstáculos, los equipos del IMIDRA trabajan en técnicas de micropropagación in vitro: cultivos de yemas, organogénesis y enraizamiento controlado. La idea es poder clonar genotipos valiosos, conservar material limpio y crear líneas resistentes a condiciones cada vez más exigentes. Es ciencia aplicada para un problema urgente: si no se actúa, las poblaciones naturales seguirán reduciéndose.

Los inventarios de MADCUL confirman que los madroñales mejor conservados están en el suroeste de la región: San Martín de Valdeiglesias, Cadalso de los Vidrios… Allí, la altitud moderada, los inviernos suaves y los suelos silíceos crean el microclima ideal. En la sierra, la especie aparece dispersa, en grietas de roca o barrancos frescos, como un testigo de otro tiempo. Lugares como La Pedriza, Hoyo de Manzanares o El Escorial albergan ejemplares retorcidos pero resistentes. Y aunque parezca sorprendente, conservar estos árboles significa también conservar a quienes dependen de ellos. Desde aves frugívoras hasta la espectacular mariposa del madroño (Charaxes jasius), cuyas orugas solo pueden alimentarse de este árbol. Donde desaparece el madroño, desaparece también ella.

MadroñoCedida

¿Por qué está en el escudo de Madrid? La historia es tan curiosa como cercana. Madrid ya usaba un oso en sus enseñas en el siglo XIII. Más tarde se añadió un árbol, tras un acuerdo entre el Cabildo y el Concejo sobre el uso de los montes y pastos. No fue hasta el siglo XVI cuando ese árbol se identificó con claridad como un madroño. ¿La razón? Quizá heráldica parlante (Madrid/madroño), quizá porque el oso era aficionado a sus frutos —Alfonso XI lo dejó escrito en su Libro de la Montería—. Sea como sea, el símbolo perduró y se convirtió en uno de los emblemas más reconocibles de la ciudad.

El salto gastronómico

Pero si el proyecto sorprende en algún punto, es en la cocina. El Centro de Innovación Gastronómica analiza el fruto del madroño desde un enfoque culinario y nutricional: es rico en vitamina C, fibra, compuestos antioxidantes y carotenoides. De sus laboratorios —y de las manos de cocineros y pasteleros— han salido propuestas como hidromiel con madroño, bombones, canelones de carrillera, helados, yogures, snacks o bebidas fermentadas suaves. Y la respuesta de los consumidores ha sido «muy positiva», según el equipo del IMIDRA.

Para Francisco Molina, jefe del Área de Investigación Forestal del IMIDRA, el madroño representa una parte esencial de la identidad natural de la región. «Es una joya botánica y un testigo del paisaje original madrileño», explica. Y añade: «Si MADCUL tiene éxito, volveremos a ver más madroños en nuestros montes y también en nuestros mercados». El reto no es solo técnico, es también cultural. Reconciliar a la ciudadanía con un árbol que conoce de vista pero del que sabe poco. Un árbol que sintetiza lo que Madrid es: campo y ciudad, tradición e innovación, resistencia y oportunidad.

Un futuro abierto

El camino del madroño está empezando. En los próximos años, la plantación de Arganda será un gran banco de pruebas: qué genotipos sobreviven mejor, cuáles producen frutos más interesantes, qué técnicas de reforestación funcionan realmente. Y esos datos, unidos al trabajo del Banco de Germoplasma y de la investigación gastronómica, pueden marcar un antes y un después. Puede que, dentro de unos años, no solo reconozcamos al madroño en el escudo. Puede que lo volvamos a encontrar en senderos, barrancos, parques, montes… y también en nuestras mesas. Y quizá, entonces, dejemos de verlo como una reliquia simbólica y lo percibamos por lo que siempre fue: una pieza vital del paisaje madrileño. Porque a veces, para conservar un símbolo, hay que volver a sembrarlo. Y en Madrid, el madroño está empezando a echar raíces de nuevo.