Reportaje

Así se despidió el quiosco de Conde de Casal tras la llamada inesperada de Ayuso

El histórico puesto atendió ayer a sus vecinos por última vez. Entre abrazos, compras simbólicas y muchas fotos, sus dueños trataron de mantener la sonrisa

Kiosco el Trébol, afectado por las obras de la plaza conde Casal @ Gonzalo Pérez
Kiosco el Trébol, afectado por las obras de la plaza conde Casal@ Gonzalo Pérez Gonzalo Pérez Fotógrafos

El quiosco de la plaza de Conde de Casal amaneció ayer con el mismo ritual de siempre: la persiana subió a las seis y media en punto y Jonatan colocó, como llevaba haciendo desde hace nueve años, las pocas revistas, dulces y refrescos que aún le quedaban. Pero nada era igual. Lo sabía él, lo sabía su familia y lo sabía cada vecino que se acercaba. Era la última vez. En apenas un metro y medio de mostrador, entre saludos y fotos improvisadas, se concentraba la historia reciente de una lucha desigual contra unas obras que, según denuncia Jonatan desde hace dos años, han ido «apagando la vida» del negocio. Ayer tocaba despedirse. Con sonrisa, como prometió, pero con voz rota.

El viernes, mientras atendía a un cliente habitual, el teléfono sonó con un número desconocido. Al otro lado, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. «Empecé a temblar, no me lo podía creer. No te lo esperas. Me llamó ella de primera mano, que me había visto en los medios y que no estaba enterada de nada», cuenta a LA RAZÓN Jonatan, todavía sorprendido. Hablaron varios minutos. Ella le dijo que quería saber exactamente qué estaba pasando y por qué su caso había llegado a tal extremo. Él se lo explicó rápido, pero le pidió tiempo: «Le propuse una reunión y aceptó. Nos va a recibir el 3 de diciembre. Pero el quiosco se cierra el domingo, no tiene salvación y yo tengo que buscar trabajo». Lo dice con rabia, con el cansancio de quien ha repetido la misma frase demasiadas veces. La reunión que llevaba reclamando más de dos años llega justo cuando el cierre ya es irreversible.

Jonatan ya se había reunido con Miguel Núñez, director general de Infraestructuras de la Comunidad de Madrid, y, según él, la respuesta fue contundente: no se podía hacer nada. Por eso, cuando el viernes escuchó la voz de la presidenta, sintió entre incredulidad y alivio. «Le pedí tiempo porque necesito contarle todo bien, mostrarle todo. No tengo nada en contra de ella ni contra la obra, lo que hicieron es arruinarme. De ahí no me van a mover, no voy a cambiar de opinión». En la reunión quiere enseñarle fotos, informes, facturas, multas y documentación que ha guardado. «Por suerte mi cabeza hizo todos los pasos que tenía que hacer. Estoy seguro de que cuando me escuche va a quedar consternada. Ella me dijo que necesita saber todo para entender qué han hecho mal». La gran pregunta ahora es qué puede ofrecer la Comunidad. Jonatan no lo sabe. Intenta no hacerse ilusiones. Sabe que el quiosco, tal y como está, no puede volver a abrir. «No se vuelve a abrir de momento. Es inviable en los próximos dos o tres años. Lo tienen que reparar. Yo llevo más de un año esperando que me arreglen cosas que no han sido reparadas. Y van a empezar a picar al lado. Para que esto acabe faltan 2-3 años. Voy a seguir perdiendo dinero porque no pasa gente por aquí».

Su petición es clara: «Por lo menos, ya que no se puede salvar el quiosco, que me escuchen y que nos salven a mi familia y a mí». Durante años, él y su familia intentaron proponer soluciones. La principal consistía en compensar las pérdidas mientras durasen las obras. Una estimación simple: «Mil euros a la semana. El año tiene 53 semanas. Dos años de obra… 106.000 euros. Eso es lo que haría falta para salvar el quiosco. Pero con esta situación, prefiero que salven a mi familia, que nos den una indemnización para poder seguir adelante».

En su momento, dice, sí había margen para mantener el negocio vivo. Ahora ya no: «Lo tendrían que haber salvado al principio de la obra o el año pasado cuando hablé con ellos. La solución estaba ahí y no hicieron nada». De aquella época recuerda también su visita a la Junta de Distrito de Retiro. Allí propuso cerrar temporalmente el puesto sin pagar canon, pero asegura que la respuesta fue demoledora: podían retirarle la licencia. «Estoy contento de haber conseguido que me llame la presidenta, pero eso no quita que esté con mucha rabia. Llevo años peleando por lo mejor para mi familia»

Situación «dantesca»

El estado del quiosco en las últimas semanas es la imagen del desgaste: estanterías medio vacías, productos que ya no se reponen y un mostrador que se cierra más temprano. No por falta de ganas, sino por falta de viabilidad. «Compré dos cajas de chicles hace más de un mes. Una de hierbabuena y otra de menta. He vendido un paquete de cada una. Nada más». Las bebidas que sobraban se las quedará una cafetería del barrio, a quién se las venderá al costo. Las barritas las consumirán sus padres. El agua se la beberán poco a poco. «No puedes estar perdiendo todas las semanas 700 u 800 euros. ¿Cuál es el final? ¿Cuándo ya no me quede dinero en la cuenta? ¿Cuándo no pueda pagar a la distribuidora que me sirve?». En sus palabras hay ahora un punto de resignación, pero también de firmeza: «Si pensaron que era un farol, se equivocaron. Hablábamos muy en serio».

Durante toda la semana, el flujo de vecinos ha sido constante. Algunos venían a comprar, otros a saludarle y otros tantos, querían asegurarse de que era verdad. «La gente todavía pregunta si cerramos el domingo. No se lo creen. Pero no ven que es inviable». Define estos últimos días como «tristes» y «muy duros». Quizás los más complicados desde que abrió en 2015. «Está todo el mundo desesperado. La gente está mal. Estamos dolidos por cómo han sido las cosas», afirma. Jonatan siempre vio su quiosco como algo más que un negocio: «Tenía mucho género, conseguía cosas para la gente, intentaba ayudar a todo el mundo. Teníamos una buena relación con el vecindario. Un quiosco es un punto de cultura, la gente venía aquí y les ayudábamos en todo». A lo largo del día, Jonatan cumplió su promesa: atender «con la mejor de las sonrisas». Había lágrimas, pero también gratitud.

El quiosco bajó ayer su persiana por última vez. Lo hace tras dos años pidiendo reuniones sin éxito, tras haber escrito a la Casa Real, al Gobierno de España, al PP nacional, al Ayuntamiento, a la Comunidad, al Consorcio de Transportes y a la Junta de Retiro. Nadie le escuchó a tiempo. Llegó la hora del cierre. Jonatan se quedó unos minutos dentro, solo. Miró el pequeño local vacío y resumió todo lo que sentía en una frase que repitió varias veces durante el día: «Me pongo malísimo de verlo vacío, son nueve años de trabajo. Me parte el alma». A partir de hoy empieza otra historia: la búsqueda de trabajo, la reunión del día 3, la incertidumbre. Y, quizá, una salida digna para él y para su familia. Lo que ya no volverá -al menos en mucho tiempo- es el quiosco de Conde de Casal. El último del barrio.