Madrid
Así son las profesoras que forman a los sacerdotes
En la Universidad Eclesiástica San Dámaso ellas también imparten formación a los futuros curas, religiosos y diáconos
En cuanto el reloj marca la hora en punto, el silencio que recorría los pasillos de la Universidad Eclesiástica San Dámaso se rompe con un estruendo de sillas que se mueven, risas y conversaciones que se entremezclan en una cacofonía llena de vida. Alumnos y profesores empiezan a salir de las clases, y solo entonces se repara en que muchos de ellos llevan hábitos o alzacuellos, ya que es en esta universidad donde estos jóvenes que han aceptado una vocación que, en el mundo actual, puede resultar sorprendente, vienen a formarse. Allí encontramos a Sonia Ortega, Clara Sanvito y Carolina Blázquez, tres de las 15 profesoras que dan clase a los futuros sacerdotes de Madrid.
Aunque comparten la fe, sus perfiles son muy diferentes. Ortega es laica y madre de familia y da clase en la facultad de Ciencias Religiosas. Sanvito, italiana y laica consagrada, es profesora de la facultad de Literatura cristiana y Clásica. Llegó a Madrid hace una década para preparar su doctorado en este mismo centro. «Llegué un poco de casualidad, pero me encantó, así que cuando después del doctorado surgió la oportunidad de trabajar aquí, no lo dudé», revela. Por su parte, Blázquez es religiosa agustina, y da clases en la facultad de Teología en dos ámbitos: en el de la Dogmática, clases de ecumenismo, y en el de la Liturgia, clases de espiritualidad litúrgica y mistagogía. Además, es la directora de la cátedra extraordinaria de Vida Consagrada que hay en la facultad. Las une, además, el hecho de ser mujeres que, cada día, año tras año, forman a hombres que van a ejercer un ministerio, el del sacerdocio, que ellas no pueden desempeñar.
Aún así, lejos de vivirlo desde la indignación, parecen ponerse de acuerdo en que el hecho de que cada vez haya más mujeres en este ámbito es algo muy positivo. Y han podido comprobarlo, sobre todo, en los últimos años. «Ha habido un cambio enorme», asegura Ortega. «Es verdad que cuando yo estudié aquí había menos mujeres dando clase, pero ha habido una progresión, porque también cada vez hay más acceso a los estudios teológicos de una forma mucho más abierta, no porque antes no lo fueran, sino porque era un mundo muy desconocido». Blázquez, que también es antigua alumna de San Dámaso, indica que cuando ella comenzó a estudiar, en 2002, eran dos compañeras en una clase, por lo demás, compuesta por 70 hombres. «Éramos una minoría aplastante, así que ha habido un cambio tremendo en estos 20 años», afirma. «Y yo, como representante de la vida consagrada, y aún más de la vida contemplativa, puedo confirmar que es cierto que para nosotras se están dando pasos muy significativos tanto en el acceso a los estudios teológicos como en la enseñanza».
Pero, ¿el hecho de ser mujeres cambia algo en que la Iglesia reconozca el papel fundamental de la mujer? Para estas profesoras, el ser mujer da, al menos, un matiz especial, una «riqueza que se perdería» si se limita todo a lo masculino. «Yo creo que para ellos sí que aportamos algo nosotras, más allá de lo que enseñamos, con nuestra forma de ser, con nuestra dimensión femenina y su forma de captar lo espiritual, continúa Blázquez. «Quizá hay una atención, una cierta maternidad en nuestra manera de enseñar que les llega y enriquece», asevera. Y, de esta manera, «se terminan creando relaciones, y cuando se hacen sacerdotes o religiosos vienen a verte, o te invitan a dar charlas a sus comunidades o parroquias… es un vínculo muy bonito», asegura la religiosa. Ortega se muestra de acuerdo en que esa capacidad femenina de dar vida es un aspecto clave. «A lo largo de la historia el papel de la mujer ha estado relegado, y ahora hemos pasado al extremo de querer ocupar el lugar de los hombres. Eso hace que, en muchas ocasiones, se pierda la dimensión maternal en todos los sentidos, en toda su realidad física, espiritual. Cuando una mujer da clase se nota esto, y ambas facetas son importantes», explica. «Igual que cuando una madre mira lo sabe todo, algo así pasa en la clase: miras y sabes por dónde va uno, por dónde va otro…», asegura, convencida de que no se trata tanto de una cuestión de «reivindicar un papel», sino de aportar la singularidad femenina a aquel lugar en el que te encuentras.
Por su parte, Blázquez subraya que de los alumnos percibe «mucho cariño y mucho respeto». «Yo vivo este servicio no como un derecho, sino como un regalo que he recibido, porque no está por descontado que una religiosa pueda estudiar Teología», explica. Así, defiende que «esa actitud de ser consciente de que nada es un derecho, cambia totalmente nuestra forma de afrontar las cosas». «Hay muchísimas mujeres en el mundo que no pueden estudiar, y mucho menos enseñar, así que cuando nosotras estudiamos creo que debemos vivirlo desde la gratitud y hacer de eso un don para los demás, así que creo que deberíamos romper un poco con esa forma de entender el derecho desde la propiedad, porque al final acaba entrando en la dinámica de la dominación o del poder», concluye.
Lo que parece evidente es que, a la vez que las mujeres formadas se abren camino dentro de la Iglesia, el número de vocaciones al sacerdocio está en descenso. De hecho, según los últimos datos difundidos por la Subcomisión Episcopal para los Seminarios, este ha sido el primer año en el que la cifra de seminaristas baja en España –el país más prolífico en vocaciones sacerdotales de Europa– de los 1.000 jóvenes estudiantes. En concreto, la cifra descendía a 974 seminaristas en todo el país. En Madrid, donde se encuentra el mayor seminario de España, estudian 84 seminaristas, y, concretamente en San Dámaso, el 58% de su alumnado es sacerdote, seminarista o diácono permanente. De este último grupo es, precisamente, del que más se nutren las clases de Ortega, donde reconoce que cada vez hay más vocaciones. «Ha habido un aumento increíble en los últimos cinco años», asegura. «Además, hacen grandes esfuerzos, ya que muchos de ellos son padres de familia, tienen su puesto de trabajo, que tiene horarios muy complejos, que combinan la presencialidad con la distancia…», explica. «Pero, sobre todo, responden a su vocación con muchísimo amor».
«En mis clases he tenido de todo, desde gente laica hasta religiosos, novicios y sacerdotes», señala Sanvito, «y esta diversidad es algo que disfruto muchísimo». «Para mí, fundamentalmente, es una alegría verles, y me llama mucho la atención cómo personas jóvenes, en el mundo de hoy, responden a su vocación y lo viven con alegría». Sin embargo, en las clases de Blázquez el perfil es «100% chicos, sacerdotes y seminaristas, sobre todo de los últimos años de formación y especialización. Algunos de ellos son sacerdotes que hacen un break en su ministerio para poder dedicarse a la formación durante un tiempo», explica. Pero, fundamentalmente, el futuro sacerdote de Madrid, según lo que ven estas profesoras en sus clases, es un joven del mundo actual. Sin más. «No son extraterrestres», bromea Ortega. «Son chicos de hoy en día, como cualquier otro», confirma Blázquez. Aunque, apunta, «generalmente, son un poco más maduros, porque suelen haber estudiado ya otras carreras, o incluso que estaban trabajando en el momento de responder a su vocación». «Casi todos tienen una profunda experiencia vocacional, ya que, hoy en día, quien entra en un seminario es porque ha pasado algo importante en su vida, no porque se lo han dicho, o porque entra a probar. Son personas muy buscadoras, con un gran deseo por saber. Es muy gratificante, es precioso, porque tienes un alumnado que te responde, que es participativo», asegura Blázquez. Y es que, en un mundo en el que la transmisión de la fe ya no es algo cultural, los chicos que entran a los seminarios, en muchos casos, son conversos. «Antes no creían», dice Ortega, «incluso hay alguno que no estaba ni bautizado». Por ello, los números no es algo que preocupe a estas profesoras. «Lo realmente importante es la verdad con la que se ordenan y con la que van a vivir su ministerio». «Están aquí por su propia alegría, porque saben que esto es lo que les va a hacer realmente felices», añade Sanvito. «Eso sí que lo cambia todo».
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