Desde 1863
Los cuadros del Museo del Prado que no se pueden copiar
Para evitar «tentaciones» y aglomeraciones, desde el siglo XIX, la pinacoteca tiene una "lista negra" de obras que no se pueden reproducir en sala
Tener y poseer. Desde antiguo muchos han sido los que han querido disfrutar en sus casas de una obra maestra. Algunas de estas van más allá y son trabajos únicos, de valor incalculable. Poseer uno de estos cuadros, de pintores internacionalmente reconocidos, está al alcance de muy pocos. De ahí, que ante la frustración, ciertas mentes cavilen y lleguen a la conclusión sobre la posibilidad de tener «algo parecido», cuando no igual: una copia.
Aquí entra en acción la picaresca y el deseo económico. De unos y otros. De ahí que espacios reconocidos como las grandes pinacotecas del mundo pongan condiciones y medios para impedir ser desprovistos de sus tesoros pictóricos.
En este sentido, el Museo del Prado no ha sido una excepción. Es por eso que los copistas, con los que muchos visitantes pueden toparse en su visita a la primera pinacoteca española -y para muchos del mundo-, tengan que pasar por controles muy férreos. Así, en el reglamento de la institución de 1863 se incluye por primera vez el requisito de que el original y la copia no pueden ser del mismo tamaño, exigencia que se ha mantenido en el tiempo. Algo que ha llegado a nuestros días con salvedades y cambios en distintos momentos. Así se fija en una diferencia mínima de 5 cm por lado (en otro tiempo esa medida era de 3 cm), además de un tamaño máximo de 1,30m. Igualmente, en el Reglamento del museo de 1897, se contempló la posibilidad de exponer estos trabajos. Una forma de mostrar la calidad pictórica del copista.
Con el paso del tiempo -y de los reglamentos-, en 1920 la cuestión quedó regulada de manera casi definitiva, salvo alguna modificación posterior introducida por el Reglamento del Real Patronato del museo de 30 de junio de 1993.
Entre las modificaciones cabe apuntar la prohibición de copiar ciertas obras. Aquí llegamos al momento mollar de la cuestión que nos ocupa. Unas obras de arte que, curiosamente, son las más visitadas y contempladas de la pinacoteca, y la instalación del copista, con todos sus bártulos en la sala, supondría un estorbo para el público. Así sucede con «Las meninas», «El jardín de las delicias», «La maja vestida» y «La maja desnuda».
Por otro lado, todas las reproducciones realizadas se escanean y documentan en los archivos del Museo del Prado, para que ningún copista pueda llegar a venderlas haciéndolas pasar por un original. Además, entre las condiciones que se han puesto está que solo se permite un copista por sala, para no entorpecer las visitas, y una copia de obra de cada vez, por lo que un mismo artista no puede estar copiando dos obras al mismo tiempo.
Y aunque el permiso de copia tiene una duración de un año, la reproducción debe concluirse entre 6 y 7 semanas, salvo que medie prórroga expresa. Todas estas son condiciones muy concretas y exactas para evitar malentendidos de todo tipo. En la gestión de las visitas al museo y en evitar, como apuntamos, «tentaciones» por parte de ciertas mentes.
Y por aquello de que la burocracia alcanza a todos, cabe apuntar que cualquiera que quiera ser candidato a «copista» en el Museo del Prado debe dirigir una solicitud a la Oficina de copias de la pinacoteca, acompañada de su CV y un informe lo más completo posible de su obra. A ello deberá adjuntar también una carta de recomendación que avale su trabajo.
El Museo del Prado es una institución demandada por muchos. Un interés por estar «entre los grandes» que lleva cada año a cursar 30 solicitudes, por un precio de unos 300 euros. Un número muy inferior de copistas al de hace unas décadas. Y es que las sensibilidades y el mercado del arte también han cambiado. Y en las salas del Prado también se acusa el golpe.
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