
Dos meses del incendio de Tres Cantos
Cuando el fuego se lleva una vida entera de trabajo
El incendio del 11 de agosto en Tres Cantos arrasó la finca familiar de Luis Pernía y con ella su casa y su negocio de apicultura

Luis Pernía se había llevado a su hijo pequeño a León a ver a sus abuelos. El pasado 11 de agosto le llamó su hija, que se había quedado en casa con su madre.
—Papá, está saliendo humo detrás del barco —como llaman a un edificio de viviendas de la zona nueva de Tres Cantos.
–¿De dónde sopla el viento?
—De oeste.
—Abrid a todos los animales, abrid las puertas y salid de la finca escopetadas.
Entonces se montaron en el todoterreno de Luis. «Les dije: id a echar una mano a Miguel si podéis. Y fueron en dirección a Tres Cantos, pero ahí el fuego se las estaba comiendo. Me llaman y me dicen: no podemos ir». Lo que hacen es dirigirse hacia Colmenar Viejo, para luego entrar por la M-607.
Al otro lado del teléfono, Luis vivía la situación «con el estómago apretado». «Recibía información de Miguel (de las Heras), de amigos de por ahí abajo. Pasé esa noche a base de vídeos que me mandaba todo el mundo por teléfono», cuenta Luis en su finca.
Su otro hijo, el mediano, estaba con unos amigos en bicicleta dando vueltas por el pueblo cuando llegó el fuego. «Le dije: vete al recinto ferial (donde se había puesto el centro de mando) y ahí no vas a tener peligro». Luego lo recogió su madre y su hermana y se fueron a casa de unos amigos.
A la mañana siguiente Luis volvió. «Y ya me encontré con todo el percal de esto, con el subidón de adrenalina que me ha durado algo más de un mes. Porque es cierto… cuando tienes algo así, te pega la adrenalina y es un veneno. Ahora estoy bajando un poco porque estoy cansado», dice.

Lo que se encontró es con una finca que habría comprado en el año 2000, que había construido poco a poco y que ahora estaba completamente calcinada. Su vivienda hoy es un almacén de escombros. Las literas, destrozadas; su baúl de fotografía, quemado. Hasta la tapa de la lavadora se dobló de la temperatura tan alta que alcanzó el lugar. Ahora está viendo a ver si el seguro se la cubre. Es lo único asegurado de su finca.
A los dos años de adquirir la finca, Luis creó la Asociación de Hortelanos Tricantinos. «Eso ha seguido creciendo. Les cedo una parte de mi finca para que la gente disfrute del campo tanto como lo hago yo. No entiendo un día sin estar en el campo. En vez de ir al psiquiatra, estoy en la finca», dice. Son unas 35 familias. Aunque el número ha ido bajando, antes eran más. «Ayer (por la semana pasada), una familia que llevaba muchísimos años me devolvió las llaves. Me dijo que no puede venir, que le da depresión ver esto así», cuenta Luis. Los hortelanos tenían un taller en el que guardaban sus utensilios que también se quemó por completo.

Además de eso, se perdieron animales, que Luis tiene claro que son lo primero. Murieron 13 ovejas, una cabra enana. También hubo 23 bajas de aves: entre gansos, gallinas, pavos. Y las 28 colmenas. Y es que la mujer de Luis les abrió la puerta cuando el incendio, pero muchos no pudieron salir. A otros se los encontraron a unos metros de la finca.
Sin embargo, Luis afirma que «la perdida más gorda son los árboles». «Si yo compro ahora un cordero, en un año me va a dar la posibilidad de tener una cría en un año, pero es que para los árboles voy a tardar 20 años. Aunque con la experiencia y con lo que he aprendido calculo 10 años para recuperar todo». Y es que cuenta Luis que cuando llegó a la finca no había nada, ni un solo árbol. «Todos los he plantado yo: o de estaca o de semilla»
En la finca había cientos de almendros, que ahora, según dice Luis, no van a sobrevivir. Su objetivo ahora es replantar al menos 500 árboles este otoño. Luis había plantado cinco olivos: cada uno era un miembro de la familia. El único que se va a salvar es el que correspondía a Luis.

Durante la pandemia, Luis puso en marcha BeeCool, un aula de naturaleza familiar de apicultura surgido de su creciente interés por el mundo de las abejas. Tras el incendio del 11 de agosto abrió una campaña de financiación colectiva que logró reunir 26.000 euros. BeeCool ha tenido que cesar temporalmente su actividad. En la primavera próxima volverá a estar funcionando, según sus cálculos.
Las abejas tenían su paraíso en esa finca. Tenían sus colmenas. Y al lado Luis les había construido un bebedero de agua: un tabla de madera con una hendidura en forma de serpiente por la que caía el agua de un riego de goteo. De no haber hecho eso, se podrían ir a buscar agua a los bebederos para los caballos y los burros y se ahogarían. Y justo al lado tenían un campo de almendros para polinizar.
Luis tiene también unos caballos que se salvaron. En una parte de la finca hay una cuadra que ha quedado completamente quemada, pero ya no estaban en esa zona. «No había tenido nunca un caballo, pero por circunstancias de la vida me acerqué a ellos. Te enganchan y es forma de escape. Había días que montaba entre 12 y 15 caballos en una tarde». El burro Manolín también se salvó.
Para Luis, «el Ayuntamiento del municipio se ha lavado las manos. Sabemos por la oficina de información que la ayuda de los 100.000 euros es solo para la zona urbana. Para la zona rústica no han hecho nada», denuncia.
Lleva dos meses trabajando sin descanso. «Ahora hay que ir derribando todo y cortando todo. Lo que quiero ver es la finca limpia. Hay que terminar de sacar lo quemado y empezar a levantar». Cuando habla de pérdidas económicas, Luis es claro: todos los ahorros invertidos aquí desde hace 25 años. «Al párroco le dije que hablara con sus jefes para que me dé unos diez o quince años para que todo esto vuelva a brotar». Cuando habla de pérdida económicas, Luis dice: todos los ahorros invertidos aquí desde hace 25 años. «Al párroco le dije que me dé unos 10 o 15 años para que todo esto vuelva a brotar».
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