Historia

Cuando el pueblo salva la historia: la lección de la Sociedad de Condueños

En un momento de crisis y abandono, tomaron las riendas y dijeron un “sí” rotundo en defensa del bien común

Capiza de San Ildefonso
Capilla de San IldefonsoSociedad de Condueños

Alcalá de Henares guarda una de las páginas más ejemplares y singulares de la historia cívica española. Una gesta protagonizada no por grandes personajes, reyes, príncipes, arzobispos o políticos, sino por gentes sencillas que, en un momento de crisis y abandono, tomaron las riendas y dijeron un “sí” rotundo en defensa del bien común. Es la historia de la “Sociedad de Condueños de los Edificios que fueron Universidad”, una iniciativa nacida en 1850 para salvar del expolio los edificios de la famosa institución fundada por el Cardenal Cisneros a principios del siglo XVI.

La decadencia había comenzado décadas antes. Como explica el que fuera cronista oficial de la ciudad complutense Francisco Javier García Gutiérrez, la universidad española del siglo XVIII estaba herida por el centralismo borbónico y la secularización progresiva, factores que desfiguraron la misión educativa original. Con las desamortizaciones eclesiásticas del siglo XIX, la situación se agravó. Alcalá, que desde la Edad Media había pertenecido al señorío de los arzobispos de Toledo, perdió su perla más preciosa. En 1836, por una Real Orden de Isabel II, se ordenó el traslado definitivo de la Universidad a Madrid, “donde se dará a los estudios la extensión correspondiente, para que sea un establecimiento digno de la capital de la monarquía”. Alcalá quedaba huérfana de su alma mater y con su patrimonio en lamentable estado de abandono.

Los edificios del antiguo Colegio Mayor de San Ildefonso —claustros, aulas, capillas y patios monumentales— fueron vendidos a varios particulares. Uno de ellos proyectaba la construcción de una fábrica de seda. Otro, el conde de Quinto, planeaba fragmentar la propiedad y venderla con fines especulativos. Se demolieron estructuras: se desmontaron las campanas de la capilla de san Ildefonso, las cresterías del Patio Trilingüe y el Arco de la Plaza. Fue entonces cuando, en una respuesta que dignifica a todo un pueblo, un grupo de vecinos decidió actuar.

El 28 de octubre de 1850, reunidos en el Palacio Arzobispal, vecinos de todas las clases —sacerdotes, abogados, artesanos, catedráticos, zapateros, labradores, alfareros— fundaron la Sociedad de Condueños. Desde el principio se excluyó al Ayuntamiento como institución, garantizando la independencia de la iniciativa ciudadana.

La compra se formalizó por 90.000 reales, mediante 900 suscripciones populares que recibieron el nombre de “láminas”. La sociedad estableció que ningún individuo pudiera acaparar participaciones, ni que pudieran ser vendidas fuera de Alcalá. El objetivo era claro: evitar que los edificios volvieran a caer en manos extrañas y conservarlos hasta que la Universidad regresara. En palabras del primer libro de actas, se trataba de evitar que “desapareciera una obra digna a todas luces de conservarse para gloria de la nación”.

La Sociedad de Condueños fue pionera en su género: no existe en el mundo una entidad semejante, que conserve durante más de siglo y medio la propiedad de una institución educativa histórica, sin otro interés que el bien común. La universidad, en efecto, regresó a Alcalá en 1977. Pero fue gracias a que la ciudad —a través de esta Sociedad— nunca perdió sus edificios. Gracias a que un pueblo supo custodiar su legado cuando el Estado, sencillamente, lo abandonó.

El movimiento condueño no fue una reacción romántica, sino una respuesta racional y organizada frente a la amenaza del desarraigo. Carmen Chinchilla y otros investigadores han documentado las implicaciones políticas, jurídicas y culturales del nacimiento de esta institución única. La Sociedad no solo salvó los muros: permitió que Alcalá conservara su espíritu universitario, su urbanismo y su memoria, que mereció en 1998 el título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

En 2025 la Sociedad de Condueños se dispone a celebrar su 175 aniversario. Los actuales condueños, herederos de los titulares fundadores, participan activamente en la vida cultural de la ciudad. La Comisión Administrativa se encarga de gestionar los inmuebles de la manzana universitaria, pero también ampliando el patrimonio artístico de la ciudad, adquiriendo interesantes documentos, libros y obras de arte.

Esta institución ha sido reconocida recientemente con el título de “Hija Predilecta” de Alcalá y en 2023, su presidente, José Félix Huerta Velayos, tuvo el honor de recibir la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo de manos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

En un país tantas veces resignado a la pérdida de su herencia cultural, el ejemplo de Alcalá de Henares debería ser motivo de orgullo nacional. Nos recuerda que la historia no la hacen solo los gobiernos ni los decretos: también la construyen los pueblos que no se rinden. Que cuando las instituciones fallan, la sociedad civil puede levantarse, actuar, conservar y esperar. Porque como afirmaba uno de los primeros condueños, “cuando Dios quiera y los hombres lo permitan, la Universidad volverá”. Y volvió.

En un tiempo donde el individualismo y el desarraigo parecen imponerse, el gesto de los condueños alcalaínos nos interpela: ¿somos capaces de unirnos a algo que nos trascienda? ¿Podemos, como ellos, entregar generosamente nuestro esfuerzo -tiempo y dinero- sin esperar rédito inmediato, con la esperanza de que lo valioso no se pierda?

*Miguel Ángel López Roldán es historiador