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Literatura

Un “cuentacuentos” en Madrid: algunas impresiones de la estancia de Hans Christian Andersen en la capital española

Él también experimentó lo que llamó un “clima inaguantable” cuando visitó Madrid a finales de noviembre de 1862

Un “cuentacuentos” en Madrid: algunas impresiones de la estancia de Hans Christian Andersen en la capital española cedida

Ya se atisban los últimos retazos del verano en la ciudad de Madrid. A pesar del clima, busco la forma de visitar la capital porque cada calle me obliga a alzar la mirada y siempre tiene alguna historia que contarme o alguien maravilloso que presentarme. Me pregunto si el escritor danés Hans Christian Andersen estaría de acuerdo conmigo. Él también experimentó lo que llamó un “clima inaguantable” cuando visitó Madrid a finales de noviembre de 1862, con 57 años y la fama bajo el brazo.

Andersen, para entonces un escritor de renombre, había estado de visita por España desde el 4 de septiembre. Llevaba grabada en la memoria una tierna experiencia infantil con un soldado español en su tierra natal. No obstante, en 1862 solo dos de sus cuentos se habían traducido al castellano: La pequeña vendedora de fósforos y Holger el danés. Dejó constancia de su recorrido en un libro titulado I Spanien, traducido como Viaje por España y, según parece, su relación con Madrid fue ambivalente. Se hospedó en la Puerta del Sol, en la “Fonda del Oriente”, considerada la mejor de la capital. Su lugar lo ocupa hoy, entre otros negocios, el hostal Ruano, desde cuyos balcones se contempla una de las plazas más famosas de nuestro país.

El Ayuntamiento de Madrid ha honrado su figura dejando constancia de la estancia de Andersen en una placa conmemorativa. Además de la Puerta del Sol, otras dos plazas llamaron la atención del célebre

autor danés: la Plaza de Oriente y la Plaza Mayor. “La más bonita”, afirma el escritor en Viaje por España, “es la amplia y frondosa Plaza de Oriente, frente al Palacio Real; bajo la espesura del follaje de los árboles se yergue un corro de estatuas de reyes y reinas de León y Castilla”. Debió de impactarle la visión delos campos y de las montañas nevadas desde la terraza de la plaza.

La Plaza Mayor no le causó muy buena impresión: “en ella se siente uno oprimido como en el patio de una cárcel, mas no puede negarse que es la más peculiar de todas las plazas madrileñas”, explica en el libro. Y con su ternura característica pinta una escena costumbrista protagonizada por dos personas pobres que vio allí al anochecer: “tocaban un instrumento ronco y cantaban con una voz igual de ronca. Ninguno de los transeúntes que pasaban por delante de ellos les daba nada (…) tal vez cantasen el romance del Cid o algo sobre la felicidad del amor”.

Andersen poseía un gran conocimiento de la literatura española y sentía admiración hacia Lope de Vega y, sobre todo, hacia Cervantes, cuya estatua contempló en la Plaza de las Cortes. Podemos figurarnos su emoción al descubrir la efigie del ‘príncipe de los ingenios’: en el capítulo sobre Madrid el escritor danés le bautiza “fundador del drama, el narrador del pueblo, admirable como poeta y como hombre”. Aquel año visitó en Madrid la Exposición Nacional de Bellas Artes, en las inmediaciones del Prado, y también quedó deslumbrado por la ópera y la galería de arte. Según él “deberían ciertamente dar a Madrid algo que la pusiese a la cabeza de otras ciudades. Mas ocurre con las ciudades como con la gente: o le atraen a uno o lo rechazan”.

No queda claro qué sintió él: lanza quejas contra el frío -que compara con el invierno nórdico- y el viento, pero invita -quizás irónicamente- a los poetas a visitarla: “si es un poeta bien nacido y como Dios manda, entonces arde en deseos de belleza, está pleno de avidez de lo romántico, dejadle que venga aquí, dejad a todos ellos que vengan directamente a Madrid en la época del año que les apetezca”. Madrid también ofreció a Andersen la oportunidad de codearse con la esfera artística. “El ministro Bergman”, cuenta el autor de Pulgarcita, “me presentó a una de las celebridades españolas más sobresalientes tanto en el campo de la política como en el de la literatura: el duque de Rivas”. También se encontró con el poeta y dramaturgo Hartzenbusch, autor del drama Los amantes de Teruel, quien causó impresión en el escritor danés al acogerle cálidamente. Al despedirse, Hartzenbusch le regaló a Andersen sus Cuentos y fábulas dedicados.

Ahora que el calor de verano va remitiendo y que el otoño tomará pronto el relevo podremos visitar Madrid para imaginar más fácilmente a Andersen paseando por la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real, una tarde de noviembre de hace 163 años. Alto y enjuto, las manos entrelazadas a la espalda, en su forma de andar se distingue esa mezcla de alegría y melancolía que le acompañó toda la vida. No camina solo: le siguen cada uno de los personajes que han alimentado - gracias a sus manos- desde hace casi dos siglos la imaginación infantil.