Solidaridad
La despensa del Pozo que alimenta de esperanza a cientos de bebés
Este banco de alimentos infantil de la Fundación Meridional ayuda a 80 familias vulnerables de Madrid
En un bajo del barrio del Pozo del Tío Raimundo, las estanterías se llenan de pequeñas cajas de leche de fórmula, pañales, cereales y potitos. Pero lo que más abunda en este espacio no son los productos, sino las historias. Historias de mujeres que, como Maya, Jessica o Jennifer, llegan con sus bebés en los brazos y las manos vacías de recursos. Aquí encuentran algo más que ayuda material: encuentran alivio, escucha y una red que las sostiene cuando la vida se complica demasiado. La Babydespensa, el banco de alimentos infantil de la Fundación Meridional, cumple cinco años desde que abrió sus puertas en este barrio obrero del sur de Madrid. Nació durante la pandemia, cuando las colas del hambre evidenciaron una carencia: no había lugares donde las familias pudieran acceder a productos específicos para bebés.
«Desde una ong del barrio nos avisaron de la necesidad de un banco de alimentos infantiles, eran muchas las familias que acudían a otros bancos de alimentos pero no llegaban a cubrir esta necesidad» recuerda Silvia Saura, directora de la Fundación. «Ahí vimos una necesidad urgente y decidimos abrir un espacio especializado para los más pequeños». Hoy, la Babydespensa atiende a unas 80 familias solo en Madrid, aunque también tiene puntos activos en Barcelona y Valencia. En total, son 250 familias las que reciben cada dos semanas leche, pañales y potitos. «Nos adaptamos a las necesidades de cada bebé. No entregamos lo que tenemos, sino lo que cada niño necesita según su edad o su situación de salud», explica. Desde su creación, esta despensa ha repartido más de 16 toneladas de productos infantiles. La ayuda económica que supone ronda los 120 euros mensuales por familia, un alivio importante en hogares donde a menudo no entra ningún ingreso fijo.
Maya Pastor llegó de Perú hace tres años.Vive con su madre y su bebé de un año en una habitación alquilada en Pueblo Nuevo. Ahora, embarazada de siete meses, no tiene empleo ni ingresos estables. Encontró la Fundación Meridional navegando por internet. «Pasaron dos meses hasta que me pudieron dar la ayuda. Me dan pañales, cereales, vitaminas para gestantes, compotas, toallitas… Todo lo esencial para mi bebé», cuenta a este periódico. «Con esta ayuda me ahorro muchísimo. Está todo tan caro que una ya no sabe de dónde sacar. Gracias a Dios existen fundaciones así que ayudan a mamás solteras». Maya no puede trabajar por su embarazo. «No me dan trabajo y es difícil encontrarlo. Con esta ayuda es como si estuviera trabajando, porque cada dos semanas recibo apoyo y eso me sostiene». Su ayuda terminará dentro de unos meses, pero ya la han incluido en la lista de espera para cuando nazca su segundo hijo. Para ella, el banco de alimentos no es solo un recurso, sino una red de contención. «Aquí me siento comprendida. No me juzgan, me entienden. Eso también ayuda mucho».
Entre los voluntarios, encontramos a Jessica Beatriz Salazar, también peruana. Llegó a España hace año y medio, lo hizo por sus hijos: tres de los cuatro tienen autismo. «Decidí venir para buscar una vida mejor para ellos», resume. Comparte habitación en un piso en Nueva Numancia y sobrevive con la colaboración de Cáritas y de su hermano, que trabaja cuando puede. Una amiga le habló de la babydespensa. Tocó la puerta y se la abrieron. «Me ayudan con pañales, leche y cereales. Pero también me han escuchado, me han dado ánimo. A veces el apoyo no es solo material, también moral. Siempre me han tenido en cuenta y nunca me he sentido sola». Gracias a esta fundación conoció a otra organización, Olvidados, que apoya con terapias a sus hijos pequeños. «Mediante ellos he sentido un calor familiar. He tocado muchas puertas, pero esta ha sido la que me ha dado fuerzas para seguir». Aunque no tiene trabajo estable, Jessica colabora como voluntaria en la propia despensa. «Yo soy de las que cuando me dan la mano, también me gusta ayudar. Colaboro todo lo que puedo, ordenando, ayudando a otras madres. Así me siento útil».
Desde la Fundación, David Cortijo Sanz, responsable de la Babydespensa, subraya ese valor humano: «No queremos que las familias sientan vergüenza al pedir ayuda. Aquí les miramos a los ojos, las llamamos por su nombre. Queremos que se sientan parte de algo, no como si vinieran a recoger una bolsa y marcharse». En la cola, a punto de recibir su ayuda un miércoles más, Jennifer Heredia, espera su turno. Es madre de cuatrillizos de menos de dos años. Vive en el barrio, en Entrevías, y supo de la fundación por recomendación de una vecina. «Cuando me enteré de que venían cuatro, fue muy fuerte», dice. «El embarazo fue durísimo. Estuve dos meses ingresada porque querían nacer antes. Al final los tuve por cesárea a las 30 semanas. Uno de ellos pesó solo 800 gramos, creíamos que no saldría adelante, pero lo hizo». Jennifer lleva más de seis meses recibiendo ayuda en la Babydespensa. «Cada dos semanas vengo, me dan pañales, leche, potitos, toallitas… todo lo que pueden. Y es que cuatro niños usan muchísimo, y sin trabajo sacarlos adelante sería imposible». El futuro es incierto, pero la esperanza la sostiene. «Cuando se acabe la ayuda, seguiremos adelante como se pueda. Mientras tanto, gracias a ellos mis hijos tienen lo necesario» afirma a LA RAZÓN.
El lado humano de la ayuda
Lo que distingue a la Babydespensa, es su trato cercano. «En otros bancos de alimentos todo es muy frío», señala Cortijo. «Aquí queremos que las madres sientan que no están solas. Muchas han pasado por situaciones de violencia, de desarraigo o de pobreza extrema. Por eso no solo entregamos alimentos, también escuchamos». La fundación está preparando un nuevo «Círculo de mamás», un espacio donde las mujeres podrán compartir experiencias y apoyarse entre ellas, con la ayuda de una terapeuta. «Nos dimos cuenta de que muchas no tienen red de apoyo. Escuchar a otras en su misma situación les hace bien», explica el responsable.
En el Pozo, la actividad no se detiene. Cada quince días, los miércoles, de 10:30 a 13:30, decenas de madres cruzan la puerta con carritos y bolsas. Dentro, clasifican los productos, anotan entregas y reparten con una sonrisa. «Queremos que siga siendo un espacio humano —dice Saura—, aunque cada vez haya más demanda. Estamos valorando abrir dos días a la semana para no perder ese trato personal».
Un barrio que resiste
El Pozo del Tío Raimundo, un barrio madrileño, castizo, de raíces obreras y espíritu solidario, acoge este pequeño banco de alimentos desde 2020. En un entorno donde la precariedad sigue marcando el día a día, el proyecto se ha convertido en un símbolo de resistencia. «Intentamos priorizar por proximidad, pero lo más importante es la urgencia. Tenemos familias de toda la Comunidad de Madrid, incluso de fuera del municipio, cuando la situación es extrema», señala Saura.
Cada semana reparten alrededor de 100 kilos de alimentos infantiles, un trabajo que requiere una logística cada vez más compleja. «Necesitamos un partner logístico que nos ayude con el transporte de productos por toda España y también un local más grande en la zona de Puente de Vallecas». Más allá de los números, lo que sostiene la Babydespensa son las pequeñas victorias cotidianas. En el local, una madre sale con dos bolsas grandes y un carrito. Otra llega con una lista médica que indica una leche especial para su hijo con intolerancia. Todo se gestiona con orden y con respeto. «Nos adaptamos a cada caso. Si un niño necesita una leche específica, se la conseguimos. No se trata de dar lo que hay, sino de ofrecer lo que hace falta».