Colmenar Viejo

La doble cara de Domingo, el médico de la casa de los horrores

Está considerado «un buen profesional» en el hospital donde trabaja y es un hombre religioso, pero ha sido acusado de maltratar a su mujer y a sus ocho hijos

Vista de la vivienda donde al parecer sucedieron los abusos y el maltrato
Vista de la vivienda del número 48 de la calle Clara Campoamor en Colmenar Viejo, en la que vivía Domingo con su mujer y sus ocho hijosVíctor LerenaAgencia EFE

De puertas para adentro, lo que sucedía en el chalet de Colmenar Viejo en el que vivía Domingo S., de 57 años, junto a su mujer, Mercedes P. y sus ocho hijos, le han valido el apodo de la «casa de los horrores». Los niños eran descubiertos la semana pasada por la Guardia Civil hacinados en una habitación en «estado de insalubridad» y con signos de maltrato y malnutrición. De puertas para afuera, Domingo S., tal como ha podido conocer LA RAZÓN, médico, era un profesional respetado por sus compañeros, especializado en medicina interna y en catástrofes. Prolífico en publicaciones dentro del sector, lo cierto es que en su ámbito laboral, que desarrollaba, tal como ha podido saber este periódico, en las urgencias del Hospital Gregorio Marañón, era discreto. Sus compañeros no sabían mucho de su vida fuera del entorno hospitalario, y aseguran que aún siguen imbuidos en la misma sorpresa y desconcierto que se ha apoderado de España desde que saliese a la luz que había sido detenido junto a su mujer, a quien también se le acusa de haber maltratado y hacia la que tiene una orden de alejamiento. Ahora, en libertad, el médico seguirá «realizando sus funciones habituales» en el Gregorio Marañón, tal como confirmaba ayer el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, si bien esto podría cambiar en cualquier momento que la Justicia lo decida.

Por otro lado, algunas fuentes aseguran también que la familia acudía a la parroquia de santa Teresa de Jesús, situada a escasos minutos del domicilio familiar. Sin embargo, el párroco de la misma prefiere guardar silencio sobre esta circunstancia, así como sobre el hecho de que la familia pudiera pertenecer a una comunidad del Camino Neocatecumenal. Por su parte, fuentes de esta realidad eclesial han mostrado su extrañeza ante que la familia pudiera tener relación con ella, ya que es habitual que quienes forman parte de sus comunidades conozcan a los miembros de las familias, realicen convivencias e, incluso, visiten y hagan celebraciones en las casas. Otra cosa, subrayan, es que pertenecieran al Camino hace años.

Lo que parece evidente es que Domingo S. era un hombre respetado en su trabajo y entre sus allegados. Una doble cara que parecía manifestarse también en su domicilio, donde la única habitación que permanecía impoluta era su despacho. Su vinculación, dentro de lo doméstico, con el mundo profesional. Una fachada que habría construido el presunto maltratador pero que, de hecho, no es extraña. «Lo que nos revelan casos de violencia machista como este es que no existe un perfil concreto de maltratador o de mujer víctima de malos tratos, lo único que tienen en común todos los maltratadores es el machismo y su creencia de que son superiores a la mujer y que por tanto pueden ejercer violencia y otras formas de control», explica Marián Gómez, formadora de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres. De hecho, este podría ser un caso en el que queda más que manifiesto que los hijos son siempre víctimas en un hogar con violencia de género. Así lo ha reconocido, al menos, la Justicia, interponiendo una orden de alejamiento a Domingo S. hacia su mujer y sus hijos. La madre, a su vez, y hasta que se esclarezcan los hechos, también debe permanecer alejada de ellos.

Gómez, que imparte talleres de sensibilización a adolescentes en centros educativos –uno de esos cursos que, según las investigaciones, habrían hecho saltar las alarmas entre las compañeras de una de las hijas mayores– subraya que en ellos siempre procuran «enfatizar mucho en que el alumnado sepa que no hay ningún perfil psicopatológico asociado a los maltratadores». Y es que los adolescentes suelen creer que «los trastornos mentales o los problemas de adicción o drogas son una causa en sí misma de la violencia de género». Precisamente, dice, por la frecuencia con la que el entorno del agresor suele decir –tal como se replica en los medios de comunicación–, cosas como que «era una buena persona» o que «parecía una pareja normal».

Por ello, Gómez reclama que es necesario asumir que «la violencia machista no responde a un trastorno mental, sino al hecho de que el agresor solo tiene un comportamiento violento con las mujeres, que viene derivado de su sentimiento de superioridad o su necesidad de imponerse y sentirse dominante sobre ellas». Es decir, «un hombre maltratador es agresivo con la mujer porque la considera de su propiedad y que debe mostrarle sumisión en todo momento». Sin embargo, «es capaz de comportarse de un modo completamente distinto entre amigos o en el trabajo, porque les considera iguales».