Gastronomía

Dónde cenar fresquito en un jardín de Madrid

La clave está más que en acertar con la sorpresa de un menú, en crear rincones de felicidad al gusto de la parroquia

Jesús, el propietario de El Jardín de Arturo Soria
Jesús, el propietario de El Jardín de Arturo SoriaLa Razón

En la cartografía madrileña se encuentra todo un catálogo de restaurantes, tabernas, bares, cafeterías e incluso librerías y jardines que hacen del foro un lugar feliz. El éxito de estas casas a veces parece un misterio y no se asegura por muchas estrellas, tatuajes o geniales ideas tan de moda. En El Jardín de Arturo Soria uno tiene la sensación de que la clave está más que en acertar con la sorpresa de un menú, en crear rincones de felicidad al gusto de la parroquia.

En esa larga lengua residencial que es la calle Arturo Soria, se han ido sucediendo espacios gastronómicos de diversa fortuna. Tal vez por una mala lectura del enclave, raramente como punto de destino desde el centro turístico, sin acomodarse al preciso aire de un vecindario que por lo común huye de la estridencia gastro. Así se interpreta perfectamente que la propuesta culinaria debe ser genuinamente para todas las edades, situaciones y momentos del espíritu, y con la seña de identidad de un gozoso pellizquito infalible. Más aún, se concede a la sala una importancia de primer orden, y ahí emerge la figura de su maître David Vega. Este berciano es hoy una de las sorpresas capitalinas por su infatigable y amabilísima atención, que nos recuerda en sus hechuras a los grandes camareros y encargados que ha tenido la ciudad, hoy lamentablemente olvidados por prácticas distantes, y una incorrecta comprensión de que el servicio en sala puede adquirir grandeza. Es un espectáculo la organización de las mesas, y este nuevo maestro de la sala tan pronto pinza, trincha, prepara un cocktail, y dirige con suave mano de hierro la brigada de camareros.

Además se come rico. Con una versátil oferta de bocados que responden a la filosofía del establecimiento. Las chacinas a modo, clásicas alcachofas confitadas luego marcadas a la brasa, o evidentes croquetas son algunos de los platos de forzosa entrada. Pueden anotarse buenos torreznos de Soria, que nada envidian a los del Burgo de Osma con suave pincelada de caramelo de naranja, o el canelón de cecina de León sobre una precisa demi-glacé .

La dialéctica marina y cárnica se resuelve igualmente por sendas de la corrección y el gusto. Sobresale el buen atún que aquí se despacha, sea en tartar, tataki, o taco de ventresca de atún a la brasa. Comparte protagonismo un rape a la brasa con pil- pil, una clásica lubina a la donostiarra en su receta tradicional y atractivo dorado, además de un lomo de rodaballo sobre cama de arroz. También chipirón de anzuelo, y cuentan que un atractivo arroz meloso ideal para los días de poca prisa. La brasa está muy presente también para lo que aquí se denomina alma carnívora, como la picaña o potente entraña de novillo, a la que acompaña una de las mejores patatas asadas rellenas de tomate seco que puedan comerse en Madrid. Completan la propuesta la hamburguesa de vaca vieja, presa a a baja temperatura o la droga dura del T-bone.

El colofón dulce es del mismo corte canónico como este restaurante. Como es de ver en la tarta de queso azul, crumble de manzana, una torrija de pan brioche o el chute del chocolate en suflé junto al helado de Baileys, o el brownie con helado de vainilla Tal vez la carta de vinos merecería un mayor despliegue, pues el rico calorcito que se consigue en el jardín con alma necesita mayor variedad y etiquetas de mayor prestancia. Imaginamos que la línea de coherencia de la casa con el comensal que llena las mesas justifica lo anterior. Porque al fin y al cabo al Jardín apetece ir a que te cuide David y su gente, sin tener que abrir la libreta del foodie. Solo a pasar el glorioso rato de ir a un restaurante al que hemos ido siempre.

Cocina: 7

Sala: 8.5

Bodega: 6

Felicidad: 8

Precio medio: 55 euros