Opinión

Ficciones

Hemos llegado a una etapa de la humanidad donde las personas prefieren vivir en mundos alternativos al que habitamos

Las figuras a tamaño real de Darth Vader y los soldados de asalto de las fuerzas imperiales en la exposición 'Universo Star Wars' en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada
Exposición temática en Fuenlabrada de Star WarsEuropa Press

Jamás he tenido nada en contra de los elfos, salvo la objetiva recomendación de un cirujano plástico para las orejas. En el colegio, me gustaba comentar «El señor de los anillos» en el patio del recreo, ese lugar en el que uno aprende que la libertad también está rodeada de muros. Varios colegas leíamos a Tolkien al mismo tiempo y comentábamos con desenfado la mutua convicción de que Mordor no resultaba un lugar más desapacible que la clase de matemáticas.

En esa época aún no habíamos confundido los principios con el dinero, como a tantos les sucedería después, y el paso continuado de las horas no alcanzaba a herir nuestro sentido de la eternidad. Eran los días en que uno iba abriéndose al territorio virgen de la imaginación, la propia y la ajena, aunque todavía nos quedaba el impulso natural de regresar a la realidad después de leer una novela o de ver una película, quizá porque en el salón de casa siempre se comía mejor que en el Yukón de Jack London.

Uno veía «Alien, el octavo pasajero», «La cosa», el «Mad Max» aquel de Mel Gibson o «El exorcista», pero después acababa regresando al lugar de donde se provenía, que no eran otra cosa que las rutinas domiciliarias y el recado de las doce de la mañana. Entonces, la ficción no se había convertido en un lugar donde instalarse y quedarse a vivir. Solo era un espacio de paso que te ayudaba a comprender, antes de que resultara demasiado tarde, que existen héroes que nunca llegarías a ser.

Hoy hemos llegado a una etapa de la humanidad donde las personas prefieren vivir en mundos alternativos al que habitamos. Cada vez son menos los que se conforman con imaginar vacas con alas, ahora también quieren creer que existen vacas con alas y además quieren tener una. Eso puede explicar que muchos chavales aprendan el alfabeto rúnico en la creencia de que eso les llevará a comunicarse con hobbits igual que Conan Doyle montaba sesiones de espiritismo porque pensaba que los muertos hablaban.

Hay cierta propensión a asentarse en universos paralelos que nos ofrecen las pantallas, los videojuegos, los nuevos Tolkien como Brandon Sanderson, el Ken Follett de la literatura de fantasía. Muchos prefieren disfrutar de su tiempo a través de un avatar que vivir dentro de las restrictivas posibilidades que les ofrece el nombre que figura en su DNI. Se ve que para algunos esa es la única manera de sacar rédito a unas vidas que vienen achicadas y como despobladas de alicientes. Antes bastaba con malgastar dos horas en un cine o temblar como un huérfano con la lectura de «Cementerio de animales» para sobrellevar los desahucios y esteros de la existencia. Pero ahora es como si hubieran deshuesado a la realidad y para vivir de verdad hubiera que disfrazarse de Frodo.