
Día de Muertos
Madrid celebra a sus muertos: cada vez más altares mexicanos
La Fundación Casa de México en España impulsa otro año más esta tradición que crece entre luces, flores y papel picado, y que propone otra forma de mirar la ausencia

La cola de gente daba vuelta a la esquina de la calle este jueves. El altar de muertos de Casa de México en la capital recibe como cada año miles de visitantes. Dentro, la guía Lara pregunta: «¿Habéis venido otros años? Bienvenidos». Aunque muchos ya habían estado en ediciones anteriores, cada año son más y más los que se acercan. Ximena Caraza, directora de Fundación México en España, explica por teléfono: «Vamos aumentando. Hoteles, ayuntamiento, particulares… nos solicitan. De hecho, el año que viene queremos hacer un circuito de altares. Incluso los restaurantes mexicanos ponen sus altares». La idea: que estos formen parte de la ciudad. Por eso, en colaboración con el Ayuntamiento, se han puesto en otros centros culturales de la capital como el CentroCentro, en Matadero, en el Centro Cultural Daoiz y Velarde y en el Teatro Fernán Gómez.
El altar de este año en Casa de México es un cabaré. Bajo la dirección del artista Guillermo González, catrinas y catrines se pasean entre plumas, espejos y luces de neón. «Es un cabaré maravilloso, con esta estética de los cuarenta y cincuenta», cuenta Caraza. «Recordamos aquella época dorada del cine mexicano, pero con un mensaje claro: lo que muere es el cuerpo, la materia, pero no muere el alma». En medio del color y el brillo, el altar rinde homenaje a los seres queridos que regresan por unas horas para convivir con los vivos. «Es el día de las almas queridas», dice la directora. «Mientras tú los recuerdes, siguen contigo. Esa alma te visita, te apapacha el corazón».

La artista y comisaria Cristina Faesler firma tres de los altares instalados por el Ayuntamiento. Los ha diseñado junto a equipos de artesanos de distintas regiones de México. En CentroCentro, las mariposas de carrizo sobrevuelan un altar en tonos morados y azules, cuenta por teléfono. En Matadero, los sombreros de charro y los zarapes de Saltillo cubren el espacio con un cielo de flores naranjas. En Daoíz y Velarde, el altar dialoga con la arquitectura del edificio, sobrio y teatral, con caminos de caléndulas —«los caminos de luz»— que guían a los muertos.
Para Faesler, que ha adecuado los altares a los espacios, cada altar es un acto de comunidad. «Se vuelven espacios de conversación que te hacen pensar en qué es el amor, la ausencia, la comunidad», explica. Su visión no romantiza la muerte: la sitúa en su justa medida. «No es una celebración de no tener miedo, sino de pensar en tus seres queridos, consagrar el tiempo en celebrarlos, honrarlos. De cocinarles sus platillos, de recordar qué les gustaba, de celebrar el tiempo que estuvisteis juntos». Habla despacio, con la seguridad de quien ha montado decenas de altares y sabe que, detrás del color, hay un gesto íntimo y sereno. «No se trata de negar la muerte, sino de acompañarla».
Caraza coincide. Desde su despacho, cuenta que lo más importante es no confundir la alegría con la indiferencia. «No quiero que se malinterprete como si no nos doliera que estas personas dejen de estar con nosotros», dice. «Claro que nos duele. Lloramos y berreamos y sufrimos. Pero entendemos la muerte desde otra perspectiva: no es la muerte del alma, sino del cuerpo. Para nosotros, siguen presentes». En su casa, como en tantas otras, el altar permanece todo el año. «Cuando mi padre falleció, mi hija me hizo uno. Ese altar nunca se quitó».
Las cifras acompañan esa devoción. Solo en Casa de México, más de 130.000 personas visitan cada año la exposición. Muchos dejan notas escritas para sus difuntos. «Al final, hacemos un ritual —cuenta Caraza—: los recogemos, los ponemos en una urna y los quemamos con copal para que los mensajes lleguen al más allá».
En Madrid, la fiesta se extiende. En el Teatro Fernán Gómez, el altar —bajo el lema «Luto por la humanidad»— rinde homenaje a quienes firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 y a todos los que murieron defendiéndolos. Habrá también talleres para familias y niños. Mientras, en Casa de América, el altar «La abuela de todos: una ofrenda a las Carmencitas» dedica su espacio a las abuelas como figuras universales de cuidado y memoria.
Los altares madrileños son una muestra de cómo la tradición mexicana se ha arraigado en la capital –hay casi 24.000 mexicanos en Madrid, según datos de 2024. Faesler recuerda que en 2003 la UNESCO declaró el Día de Muertos Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. «Es una expresión cultural que viene de un arraigo antiguo, pero que sigue viva», afirma. En eso insiste también Ximena Caraza: «Es precioso ver cómo se va diluyendo Halloween y cómo nuestras costumbres perviven un poco más en esta capital».
Faesler lo resume de manera sencilla: «Cuando te das el tiempo de estar, de cocinar, de recordar, entiendes que la ausencia no es vacío, sino presencia distinta». En esa idea descansa el sentido del Día de Muertos, una tradición que no niega el dolor, pero lo convierte en compañía. Entre las luces del cabaré, las mariposas de carrizo y las flores de cempasúchil, Madrid celebra la memoria de quienes siguen, de algún modo, presentes.
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