Comercios centenarios
Menos relojes pero más caros: qué se compra en la relojería más antigua de Madrid
El comercio centenario la Antigua Relojería, fundado en 1880, tiene un taller de reparación y sigue vendiendo relojes de todo tipo en un mercado en el que ha subido mucho el precio del producto
El nombre de La Antigua Relojería fue un presagio. Este comercio es hoy la relojería más antigua de Madrid, pero se llama así desde su fundación en 1880. Esto les facilita el trabajo a los guías turísticos, que cuando pasan por calle de la Sal, dicen: «esta es la calle de la sal porque se vendía sal; esta es la Antigua Relojería porque es la más antigua», cuenta Nacho García, dueño del establecimiento junto a su prima Reyes García. En la tienda se venden relojes de todo tipo: de pared, de cuco, de bolsillo, de pulsera. Además, cuentan con un taller en el que trabajan dos relojeros. Ahora se compran «menos relojes pero más caros», dice Nacho, en un mercado en el que ha subido mucho el precio medio. «En los últimos 4 años el precio en relojería ha subido más que en los 15 años anteriores», coinciden Nacho y Reyes.
La fachada de la Antigua Relojería luce llamativa con la escultura de un relojero. Se trata de un reloj de autómata –«un reloj que da las horas y las medias, y tiene música y movimiento»– que diseñó el dibujante Antonio Mingote y que permanece desde 2010. Esto lo convierte en un atractivo y también en un orgullo para sus dueños. «El autómata es absolutamente entrañable. Mi tío [el padre de Reyes] era muy amigo de Mingote, y llevaba toda la vida hablando de un reloj de autómata y le hacía mucha ilusión tener uno. Un día desayunando con Antonio le contó la idea y en unas servilletas empezó a hacer unos dibujos. Para nosotros es la vida» detalla Nacho.
El primer dueño fue un hombre llamado Inocencio. «Inocencio era amigo de nuestro abuelo, porque era el director de Omega en España y entonces le vendía los relojes», cuenta Reyes. El abuelo, Genaro García, adquirió la tienda después de la Guerra Civil, en 1939. Entonces, prosigue Reyes, «desde ahí siempre dijo que había pasado de ser un profesional liberado, que solo trabajaba por las mañanas, a ser un esclavo». Él vivía en el piso de arriba y a veces le tocaba trabajar a cualquier hora. «Mi abuelo siempre contaba que una vez le llamó un señor que conocía a las doce de la noche el día antes de Reyes para decirle que necesitaba con urgencia un reloj».
Reyes, de 56 años, es historiadora y se dedicó a escribir libros hasta que decidió entrar en el negocio familiar. Sin embargo, Nacho, de 56 años, lo tenía claro desde el principio y lleva en la tienda desde 1985. «Con 17 años acabé mi Bachillerato. Y en la conversación con nuestro padre, yo dije que quería seguir». El porqué es sencillo. «Lo ves desde pequeñito. Ayudas en Navidades, en verano. Ves a tu padre aquí todos los días. Lo vas interiorizando», cuenta Nacho.
Es algo especial y «familiar», dicen. Nacho tiene tres hijos que tienen «sus carreras y sus trabajos» y no tienen claro estar aquí, pero «respetamos como nuestros padres respetaron nuestras vidas». Además de Reyes y Nacho, también trabaja el hermano de este último, Javier, y los dos relojeros.
La Antigua Relojería vende relojes de todo tipo: de pared, de cuco, de bolsillo, de pulsera. No tienen marca propia, pero sí taller donde hacen reparaciones. Además, venden muchos relojes a empresas. Los de cuco y de pared son algo «simbólico». «Cucos igual vendemos tres al mes, y de pared uno al mes», afina Nacho. De bolsillo un poco más: unos 10 al mes.
Hoy se «venden menos relojes pero más caros», afirma Nacho. «Hora hay en muchos sitios, como el teléfono. El reloj antes era algo necesario. Ahora, no. Entonces el reloj se ha convertido en objeto de regalo, en objeto de culto. Entonces te compras un buen reloj», reflexiona Nacho. Esto, además, se une al hecho de que han subido los precios. «Unes la pandemia, juntas Ucrania, juntas el petróleo, juntas el precio del oro que está como loco». Han visto cómo «en los últimos 4 años el precio en relojería ha subido más que en los 15 años anteriores», según Nacho y Reyes.
El bache de la pandemia lo soportaron más o menos bien gracias a tener el local en propiedad. Nacho recuerda una anécdota que demuestra cómo cambiaron algunas dinámicas en esa época. «Una academia de suboficiales del ejército, todos los años cuando acababan se iban de viaje. Y ese año no podían. Lo que se iban a gastar en el viaje, se compraron un reloj cada uno, con su nombre grabado. Y me fui a Calatayud a llevarle los relojes».
Nacho calcula que un 20% de su clientela son turistas. El resto de los clientes son empresas, más los particulares. Además, tienen una página web que es el «escaparate», aunque solo suponga un 2% de las ventas. En este negocio tratan de cuidar al cliente. «Muchas veces pasa hasta con los turistas. Alguna vez me han dicho que habían venido aquí hace muchos años. Eso es lo que tenemos que tener los centenarios. Crear un clima para que la gente esté aquí a gusto y quieran estar un ratito con nosotros».
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