Gastronomía
La Navidad madrileña, una liturgia colectiva
La capital se ha llenado de mercados que huelen a panettone. Los food trucks de chefs apuestan por traer lo mejor de su recetario
Hay ciudades que viven la Navidad con recogimiento. Madrid no. Aquí diciembre es un grandísimo y caótico escenario en el que todos hemos actuado alguna vez. Basta salir al centro durante el Puente de Diciembre para comprobarlo: calles convertidas en ríos humanos donde avanzar es un deporte de riesgo, estaciones de metro cerradas por aforo, la Gran Vía convertida en procesión laica y un murmullo constante que parece venir de todas partes y de ninguna. En medio de esa coreografía imposible sobreviven los ritos de siempre: la cola interminable de Doña Manolita con la esperanza ingenua de que “este año sí”; el gorro hortera comprado en la Plaza Mayor, casi siempre por presión social; el bocadillo de calamares devorado entre empujones; los villancicos que aparecen donde menos te los esperas; ese frío seco que se disfraza de tradición. Madrid convierte lo cotidiano en ritual y lo ritual en costumbre, y en diciembre, más que nunca, la ciudad entera late como una fiesta colectiva.
Fiebre de los mercadillos gourmet
Los mercadillos navideños llevan décadas formando parte de esa coreografía colectiva. El de la Plaza Mayor, con sus casetas rojas y sus belenes minuciosos, es tan identitario como la Cabalgata. El de Recoletos es el refugio perfecto para quienes buscan artesanía auténtica; La Navideña, en Plaza de España, mezcla pista de hielo, casetas centroeuropeas y multitudes felices. Madrid tiene mercados por estética, por historia, por tradición y, ahora también, por hambre. Porque en los últimos años ha surgido un fenómeno que ya nadie discute: la Navidad se ha vuelto gastronómica. Lo que antes era una compra rápida entre casetas ahora es una excursión culinaria en toda regla.
El madrileño ha descubierto que comprar adornos está bien, pero comprar adornos mientras te comes una croqueta calentita y jugosa está todavía mejor. Y de repente, los mercadillos tradicionales conviven con otro tipo de propuesta: food trucks de chefs, puestos de obradores reputados, marcas que apuestan por traer aquí lo mejor de su recetario, incluso proyectos de alta cocina en versión callejera.Madrid se ha llenado de mercados que huelen a ramen, a trufa, a panettone, a taco recién hecho, a turrón artesano, a churro recién frito. Pero entre todos ellos, hay uno que se ha convertido en el epicentro gastro de diciembre, una parada obligada para turistas, familias, oficinistas y foodies: el Mercadillo de Navidad de Nuevos Ministerios.
Nuevos Ministerios, la Navidad más foodie
Situado en el exterior de El Corte Inglés de Castellana, el mercadillo de Nuevos Ministerios no es solo el más grande: es el más ambicioso, el más selecto, el más sabroso. Madrid ha respondido con entusiasmo a una fórmula que funciona como un reloj: casetas bien decoradas, control de aforo, un público variado… y, sobre todo, una oferta gastronómica muy variada y de calidad, ya que para cada categoría de producto se ha elegido al mejor operador posible.
Tradición y tentación conviven sin roces en este mercadillo al aire libre, donde el primer aroma que recibe al visitante es el del chocolate con churros de San Ginés, todo un clásico en estas fechas que aquí puede disfrutarse sin las aglomeraciones del centro, donde la icónica marca chocolatera tiene su pequeño gran imperio. Muy cerca, El Brillante sirve sus bocadillos de calamares, otro imprescindible del street food madrileño. Y presidiendo el eje más dulce, Turrones Vicens, que son a la Navidad lo que un villancico es a Mariah Carey: un clásico inevitable.
Pero más allá de estas arraigadas tradiciones, este mercado efímero tiene también su vertiente foodie con marcas de restauración de primer nivel. Los chicos de Cañitas Maite, Juan Sahuquillo y Javier Sanz, están con su croqueta de jamón (premio Mejor Croqueta Madrid Fusión 2021) y hamburguesas premium con carne madurada mientras que Dabiz Muñoz despliega su versión más callejera y festiva con Pollos Muñoz, capaz de formar colas tan largas como la de Doña Manolita gracias a sus brioches tostados, su pollo jamaicano o sus croissants salados.
Entre los favoritos del público gourmet se encuentra también Beata Pasta: su vibrante food truck amarillo —el mismo que ya es icono en la glorieta de Bilbao— funciona como un imán en el que Ciro Cristiano y su equipo sirven pasta fresca hecha al momento, con tres recetas convertidas en fenómeno: la carbonara ortodoxa, perfecta en su equilibrio; la Tartufo Fest, con esa intensidad de trufa que conquista sin exagerar; y el San Marzano Lovers, un homenaje al tomate más noble de Italia. A ello se suman la pizzetta con burrata de Andria y un trío de postres que resume su filosofía: cannolo siciliano, tiramisú clásico y panettone artesano traído directamente desde Italia. En clave mexicana, Tepic firma otra de las propuestas más sólidas del mercado: único mexicano de la capital con el sello Bib Gourmand de Michelin, aterriza aquí con una carta en la que no faltan sus tacos al pastor cortados del trompo, los aguachiles punzantes y frescos, los totopos con guacamole casero y los buñuelos tradicionales funcionan como una fiesta itinerante que huele a calle de Ciudad de México. Todo preparado al momento y acompañado de Margaritas y Micheladas de autor de Javier Quiñones, que convierten cualquier parada en un brindis festivo.
Y el acento peruano lo pone Grupo Quispe, uno de los grandes embajadores del Perú contemporáneo en España. Su presencia en el mercadillo —esta vez con su nueva marca Perro Calato— reivindica la diversidad de un recetario que combina raíces, técnica y chispa callejera. Ofrecen una cocina vibrante y directa, platos que viajan bien en formato street food y que condensan esa mezcla de frescura, picante y acidez que define la gastronomía peruana actual. Para quienes buscan un bocado americano, New York Burger demuestra que una hamburguesa también puede tener vocación navideña. Y entre medias aparecen nombres como Krick Pelton, La Cocreta, Malvón o The Cookie Lab, cada uno con su acento propio, completando la sensación de que este mercado funciona como un pequeño atlas del gusto contemporáneo, diseñado para comer paseando y pasear comiendo.
Un plan perfecto para disfrutones
Pero lo más interesante de este concepto es que simboliza la ruptura del tópico. Ese que decía que lo navideño era bonito pero mediocre, que los puestos eran pintorescos pero prescindibles, que la calidad no cabía en una caseta con una propuesta para todos los gustos que demuestra que se puede tener nivel gastronómico real y, aun así, conservar la magia popular. Porque en medio de todo esto, un espectáculo de luces se proyecta sobre la fachada del Corte Inglés cada 30 minutos; hay un belén gigantesco; zonas Disney, Lego, flores, adornos y regalos. Un pequeño parque temático navideño donde el visitante come, mira, compra, vuelve a comer y, si no se controla, repite.