Los trabajos y los días
Oro líquido
"Mientras la política dirime el laberinto de la amnistía, aquí nadie amnistía a la ciudadanía de los precios de la compra"
Mientras la política dirime el laberinto de la amnistía, aquí nadie amnistía a la ciudadanía de los precios de la compra, que es el minotauro de nuestra economía. Los supermercados ya han puesto alarmas al aceite, como se hace en las tiendas con las joyas, los visones y los pelucos caros, porque ya va para artículo de lujo o Club del Gourmet, y hasta el más católico cae en arrebatos de magui o delinque con el séptimo mandamiento cuando la billetera va pelada de parné.
La clave ya no está en Rebeca, como aquella novela de Ken Follett, ni tampoco en la clave rusa de Puigdemont, sino en la cesta de los alimentos, que ya queda tan aquilatada de precios que el brócoli lo van a traer escoltado los de Prosegur. Aquí la traición que sigue enhebrándose es la etiqueta del producto básico, que es con el que se (sobre)vive y que está empujando a la gente al abismo del robo solo para cenar una tortilla a la francesa o relajarse con un tinto de tetrabrik.
El sueño independentista hizo de Puigdemont un prófugo de la Justicia y dentro de poco los yogures, la leche o los tomates nos meterán a los españoles en el maletero de la delincuencia y hará del recién licenciado en leyes, la madre soltera o el padre en paro un Lute aventajado. Mientras se ahorman las leyes en equilibrios constitucionalistas y apuestas políticas de mucho menudeo, los del Mercadona, el Dia y los que sean van poniendo municipales en los lineales para evitar tentaciones de mano larga y que la peña salga corriendo con sandías debajo de la camiseta. Lo que nadie prevé o quiere prever es que la alarma que engrilleta el litro de oliva virgen al estante es la metáfora chica de un encarecimiento que cerca el ahorro doméstico y alienta en el español la vieja costumbre de darse al levante, un instinto muy arraigado, como eso de arrancarse con una saeta en Semana Santa.
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