Gastronomía
Cascajares, una taberna frente al Senado y un cochinillo legislativo
Casa de beber y comer por derecho, sin adornos ni necesidad de asesor político. El tomate relleno de bonito es, tal vez, uno de los momentos cumbre
La historia de Madrid está escrita por numerosos figones de conspiradores. Entre cafetines, botillerías y tascas se han ido contando las andanzas de los gatos. Antes todo era humo, barra de mármol de chato y aguardiente y un trozo de bacalao o de casquerías más o menos reconocibles. Los tiempos pasan y las tabernas han evolucionado, aunque las castizas tienen ese aire inconfundible de cenáculo donde huir del trabajo o de la casa de vecinos. Si se trata de una tan enraizada como Cascajares, enclavada en un establecimiento frente a la llamada Cámara Alta, la sensación de que por ahí pasa algo nos invade.
Cascajares. Dónde Plaza de la Marina Española, número 2
Cuando uno descorre la cortina tabernaria de esta casa, también conocida como El senador, encuentra un aroma tabernario profundamente castellano, porque no puede olvidarse que esta ciudad que fundaron los árabes en el siglo IX ha sido el corredor de las tierras de Castilla. Cascajares es el pueble segoviano del que procede un lacónico y senatorial por derecho propietario llamado Ángel. En su pedigrí está ser el guardián de los silencios de muchas de las conversaciones que las señorías colindantes enhebran con una caña o un tinto de la Ribera del Duero. A la manera de la ley del vestuario, lo que aquí se cuenta queda para el olvido de la casa.
La fiesta desde luego empieza con una genuina barra con toda la capacidad de amamantarnos como una patricia romana. Como primer oficiante se encuentra el doctor del mostrador llamado César, que como primera providencia nos engalana las búsquedas con un torrezno que no necesita enmienda. Todo huele a amor de esta ciudad. Como ese rumor de lumbre que simbolizan los asados de auténtica delicia. Dicen que con una botella de vino y unas chuletitas de cordero lechal bien fritas y con el origen en la reputada localidad segoviana de Sacramenia, se ve el mundo mucho mejor. El pizarrón que nos desafía cuando colocamos nuestro escaño en la barra es más interesante que cualquier Diario de sesiones. Aquí, los taquígrafos apuntan croquetas de salmón, las beneméritas tostas al capricho, un sugestivo pulpo a la plancha, huevos rotos con jamón. Destaca como jugoso y llamativo bocado el tomate relleno de bonito, tal vez uno de los momentos cumbre del tabernáculo.
Los paseantes en Cortes que por aquí pululan son tan variopintos como el arco parlamentario. Pues unos parecen ligar, otro al modo de Castelar se cuenta su vida en verso, y hay una legión de personajes que parecen eternos cesantes o funcionarios interinos de los de ahora. Algunos repiten la entrada en Cascajares, cruzando casi como una letanía por horas, vengan solos o acompañados, en pos de la cerveza perdida. Pero Cascajares bien vale una misa, porque si uno tiene la fortuna de que le agasajen con un cochinillo de pura delicadeza, no querrá ir en lista electoral alguna. Esta sí que es una casa de beber y comer por derecho y sin adornos, ni necesidad de asesor político alguno. Desde Segovia a la Corte.
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