Gastronomía
Ponemos nota a Casa Pepe, una joya escondida en Jaén
Su convencional nombre oculta un bar restaurante de excepcional hechura y con pocos parangones en España
A estas alturas, a los gastrónomos viajeros no les vamos a descubrir la ciudad de Jaén como verdadero trenzado de sitios de interés. La insólita irrupción de cuatro restaurantes en la capital del Santo Reino en el firmamento michelinero ha desatado un verdadero entusiasmo por reservar asiento en alguna de esas casas. Nada es espontáneo, y todo ocurre por algo, o como consecuencia de un contexto. En esa localidad hay una cultura de buenos bares, de ese callejeo diario para pegarse un poquito de gloria en las cosas de comer y beber.
Y casi a la espalda del éxito, en una carreterita de las que salen de la ciudad se encuentra una de las mayores sorpresas para quien perpetra estas líneas. Su convencional nombre, Casa Pepe, podría representar uno de tantos negocios anodinos que con el sello de la casa de comidas de toda la vida o la saga familiar se suceden por nuestra geografía sin pena ni gloria. Muy al contrario, la excepcional hechura de este bar restaurante tiene pocos parangones por toda España. Hay pocos locales con tanta limpieza exterior y en el concepto. Con tanto saber y majeza a la hora de encandilar al comensal. Desde que uno atraviesa el dintel de esa casa, dan ganas de tirar el reloj a la basura, y pedirse todo lo que los apetitos y la cartera soporte.
Un encantador José oficia detrás de la barra para ir despachando todo lo que en cocina preparan su hermano Jesús y su enrrazada madre Manuela. Esta, tras una temprana viudez de su marido Pepe, que había fundado el local, asumió hace 30 años el timón de una gastronomía de verdadera devoción al producto y a la dulzura en su tratamiento. Hace mucho tiempo que uno no se comía un «esparragao» tan fino, donde la espinaca rebosa de sabor y los pespuntes del aceite, vinagre y el comino son destellos. O el impresionante revuelto con la autóctona colleja, tan puro que incluso podría obviar los pellizquitos de jamón. Las setas de cardo de la jienense Valdepeñas, que se consigue en fugaces periodos de no más de 10 días, son levemente tocadas para que luego inunden memoria e imaginación en la boca.
Todo es alegría, desde una ensaladilla con toda las de la ley, merced a una mayonesa auténticamente imperial y envolvente, bocaditos sobre pan de angula y rica papada, por no olvidar memorables pescadillas desespinadas solo asustadas al fuego, y que constituyen un bocado inédito para muchos. También el marisco de primer nivel para quien quiere jaleo, tanto los bigotes como la concha en su punto. O los pescados de lonja frescos y que parecen haber recorrido de manera invisible la cubierta del barco hasta Jaén. Y como resulta evidente, también hay homenaje, junto a unas manitas de mucho pregón o la presa, al cabrito local que no deja de ser estandarte gastronómico de todo ese entorno. El reclamo de sus chuletillas merece retorno. Y una delicatessen, como los sesos denominados por estos pagos al pilpil, en realidad un impecable ajillo, y ese rico manjar de casquería ejecutado de modo brillante.
Para más inri, se bebe con garbo para los que adoramos el vino, pues hay variedad, justiprecio y mucho sentido en la propuesta. No sé si París bien vale una misa como dijo Enrique IV, pero desde luego Casa Pepe merece viaje y fonda.
LAS NOTAS
BODEGA 8
COCINA 9
SALA 9
FELICIDAD 9
Precio: 50 euros
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