Opinión

Retorno

Como Odiseo al desembarcar en Ítaca, me veo obligado a deshacerme de estas barbas pesadas, aunque livianas de carga

MADRID, 18/08/2025.- El viernes 22 se estrena la particular visión del productor y director Uberto Pasolini sobre la 'Odisea' de Homero, un clásico de la literatura con Ralph Fiennes en el papel del héroe griego, que se ha centrado en esta producción en el regreso de Ulises/Odiseo a Itaca diez años después del final de la guerra de Troya. EFE/ Fabio Zayed - Maila Iacovelli, / A Contracorriente Films </picture><figcaption><b>Ralph Fiennes, protagonista de la, por el momento, última adaptación del mito de Ulises</b><span>Fabio Zayed - Maila Iacovelli</span><span>Agencia EFE</span></figcaption></figure></div></header></div><div class=

Regreso de las vacaciones con barbas de náufrago. Unas barbas asilvestradas y descuidadas, de hombre indolente o criado en la naturaleza. No son las barbas tempranas, espesas de color y de juventud de los veinte, sino unas barbas caducas, canosas, rastrilladas por el almanaque, que ya no realzan vitalidades y victorias futuras, sino que remarcan las flaquezas, debilidades y fatigosas pendientes que se han recorrido.

Son unas barbas ojerizas, desmadradas, que encajan bien con la lectura que se lleva de la mano, la «Odisea», en la edición de Gredos, la de tapa dura, y en traducción de Carlos García Gual, que es hombre sabio que mira el mundo desde su helenismo, lo que debe acarrearle enormes pesares. Hay cierto reflejo de ese Ulises de piel bronceada, cansado ya de mares y de vencer polifemos, en la imagen que me devuelve el espejo del cuarto baño, donde solo en los ojos parece que vislumbro algo lejano del que fui unas semanas antes.

Admiro a los colegas que se encuentran a sí mismos en los horarios desordenados y los días revueltos y carentes de manecillas, sin sujetar por el relámpago del tiempo y la domesticación de los horarios que imponen las comidas, las rutinas, y que se desenvuelven con ligereza en el impulso de sus perezas y en sus vagancias últimas, improvisadas, desprendidas del látigo de cualquier obligación, y que, desinhibidos, dejan a los críos a su aire, porque todos tienen críos, embrutecerse en la libertad de los juegos de piscina o los baños playeros a la caída del sol, porque, para ellos, no importa la cena ni siquiera si se cena o a qué hora se cena y si la cena es una ensalada apenas aliñada para salir del paso.

Envidio esas vidas desembarazadas de imposiciones, de una despreocupación elegante, capaz de hacer de la abulia y el abandono una estética, puro estilismo, y que además saben cumplir consigo mismo en las anarquías y regímenes de sus estíos; que se dejan crecer a su antojo el pelo castigado por las entradas y, claro, por supuesto, la barba, esa barba despeinada, dura, blanqueada por los años, sin cuidar por la tijera, que es una rebeldía de agosto contra el rasurado tedioso del resto del año; una barba de marino viejo, de alma que ha aprendido a cuidar solo de sus preocupaciones; una barba de hombre crecido y ya en el inicio de su poniente.

Así, uno, como Odiseo al desembarcar en Ítaca para ir al encuentro de su regreso, me veo obligado a deshacerme de estas barbas pesadas, aunque livianas de carga, que me han acompañado y que me han hecho imaginar y vivir quien no se es para retornar a las oficinas apremiantes del periodismo y acudir a esas emboscaduras de noticias y horas de cierre. Pero ahí se irá ya sin las barbas de pirata oceánico, aventurero del Yukón o explorador del siglo XIX, porque quedarán extendidas en el lavabo, como una máscara abandonada o el disfraz de un personaje vivido y ya agotado. Se acudirá con el rostro afeitado y toda esa mili de ropas adecuadas y pulcras. Pero uno se consuela porque, aunque sin barba, sin esta barba criada en las tardes de siesta, todavía quedan pasajes por releer de la «Odisea» y, contra las evidencias de la realidad, todavía pervive el sueño de que no se ha vuelto al hogar.