
Hispanoamérica
La vuelta a casa del último descendiente inca: «un abrazo fraternal» entre España y Perú
Una investigación halla en Madrid la partida de defunción de Fernandito Túpac Amaru, del que serán repatriados unos restos simbólicos. Luis Pantoja, alcalde de Cuzco, lo califica de «acto de sanación de heridas y de hermanamiento» entre los dos países

El 30 de julio de 1798 «Fernando Tupamaro» es enterrado de limosna en la iglesia de San Sebastián de Madrid. Fue una muerte olvidada: era un joven de 30 años, que había sido exiliado a España desde lo que era el virreinato del Perú, que consiguió estudiar en Getafe y vivir en el barrio de las Letras, que se buscó la vida y sufrió hasta que murió en la indigencia, enfermo, sin sucesión. Sin embargo, su nombre estaba españolizado: se trataba de Fernando Túpac Amaru Bastidas, último descendiente de los incas. Era uno de los tres hijos de Túpac Amaru II, quien inició una gran rebelión frente a los españoles y que como consecuencia fue descuartizado en 1784.
El abogado peruano Ricardo Noriega Salaverry (1947-2024) encargó a su amigo el doctor en Economía español Aldo Olcese encontrar los restos de Fernandito, como es conocido en Perú. Olcese halló la partida de defunción en la iglesia, tras una investigación realizada en mitad de la pandemia en colaboración con Alfonso Lozano Lozano, quien fue vicario episcopal de la vicaría tercera de Madrid hasta septiembre de 2021, cuando cogió su testigo Ángel López Blanco.
El alcalde de Cuzco, Luis Pantoja Calvo, visitó esta semana la iglesia, donde formalizó junto con el Arzobispado de Madrid y en presencia del embajador de Perú en España la entrega de lo que serán unos restos simbólicos, ya que el cuerpo no se conservó. Pantoja afirma que es «un hecho histórico sin precedentes» para su país y que supone «un abrazo fraternal» entre España y Perú. «Repatriar los restos de Fernandito es un acto de dignidad, de sanación de heridas y de hermanamiento», asegura Pantoja.
Una urna con tierra procedente de la cripta donde se sitúa que pudo estar la tumba de Fernandito hará el viaje de vuelta en los próximos meses, pues solo falta que el Ministerio de Asuntos Exteriores envíe una carta al arzobispo de Madrid.

A las 9:40 de la mañana del 22 de enero Pantoja llegaba a la sede de la Vicaría tercera de Madrid, en la calle de Atocha. La lluvia mojaba la fachada de la iglesia en la que está enterrado Lope de Vega y en la que se encuentra la partida de defunción de Miguel de Cervantes. Veinte minutos después de una reunión entre Pantoja, los vicarios episcopales –predecesor y actual–, Olcese y el embajador del Perú en España, Luis Ibérico, se produjo la foto. Un posado en el que sujetan una urna traída desde la ciudad peruana de más de 400.000 habitantes, que será llevada de vuelta y que evoca la memoria de Fernandito. Pero el camino hasta este retrato se inició hace cuatro años.
«Aldo, me tienes que ayudar a encontrar a este hombre porque es fundamental para el pueblo inca, para Perú. Esto es una parte de nuestra historia»
Olcese, doctor en Economía y vicepresidente de la Real Academia Europea de Doctores, escuchó de su amigo Salaverry una historia que no conocía y que le «conmovió», no solo por el relato histórico sino por la «pasión» con la que fue contada y la importancia que tenía en la identidad peruana. «Aldo, me tienes que ayudar a encontrar a este hombre porque es fundamental para el pueblo inca, para Perú. Esto es una parte de nuestra historia», cuenta Olcese que le dijo Salaverry, un abogado defensor de las causas de los indígenas que falleció en 2024.
Esa crónica que le contó Salaverry ocurrió en el siglo XVIII. José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru II y nacido en 1738, lideró una rebelión contra la dominación española en Cuzco. Este –que era de origen mestizo, pero descendiente del último Inca, Túpac Amaru I (1545-1572)– ejercía de intermediario entre indígenas y autoridades españolas. Su levantamiento culminó con la ejecución del corregidor de la provincia de Tinta, Antonio de Arriaga. El 18 de mayo de 1781, Túpac Amaru II fue decapitado y descuartizado en la Plaza Mayor de Cuzco junto a su mujer Micaela Bastidas, que murió por garrote, y a su hijo mayor, Hipólito, al que ahorcaron. Sirvió también como un aviso para los posibles sublevados: mostraron sus restos en las principales ciudades del virreinato; una «crueldad exagerada para la época», según un documento de María de los Ángeles Pacheco para el Archivo General de Indias.
Solo quedaban los dos vástagos, Mariano, entonces de 17 años, y Fernando, de 12, los cuales fueron obligados a presenciarlo todo. Les perdonan la vida por ser menores de edad, pero los mantienen presos en Lima hasta 1784, cuando los mandan a España en un galeón. Un viaje en el que fallece Mariano por una enfermedad a la edad de 21, en una parada en Río de Janeiro (Brasil), por lo que Fernandito se quedaba como último superviviente de la dinastía Inca.
Llega a España tras naufragar en las costas de Portugal, y es retenido en el castillo de San Sebastián y en el de Santa Catalina en Cádiz. Pero un sacerdote lo ayuda a salir y logra que vaya a estudiar al colegio de los padres Escolapios de Getafe. Más tarde, se trasladó al barrio de las Letras para intentar trabajar como secretario de letras o administrativo. En ese tiempo y hasta sus últimos días, trató sin éxito de que el rey Carlos III le reconociera su título de nobleza y le otorgara una pensión. «Me llamó la atención que nunca el rey de España se apiadara de él. Pero eran otros tiempos», relata Olcese. A esto se añade la leyenda que cuenta que fue castrado por las autoridades españolas para asegurarse de que la dinastía Inca no tuviera herederos, tal y como recoge el doctor en un artículo publicado en la revista cultural «Hasta el tuétano». Finalmente fue enterrado de limosna en la iglesia de la calle de Atocha.
Olcese sabía que tenía que buscar por el barrio de las Letras, en uno de los dos cementerios: el del convento de las Trinitarias Descalzas o el de la iglesia de San Sebastián. Aunque primero se cercioró de las responsabilidades. «Si el cementerio es eclesiástico, tienes que hablar con las autoridades eclesiásticas. Las autoridades civiles no pintamos nada», le señalaron a Olcese fuentes diplomáticas. Y cuenta el doctor que pudo realizar la investigación gracias a la pandemia. «Tengo mucha responsabilidades empresariales y en mi vida ordinaria no hubiera podido hacer lo que hice», dice Olcese,
La colaboración para la repatriación
Lo que hizo: primero hablar con el cardenal Carlos Osorio, arzobispo de Madrid, que ya no ocupa el cargo –es José Cobo en su lugar. «¿Que harías tú?«, le preguntó Osorio. «Creo que humanamente es una petición por la que deberíamos hacer un pequeño esfuerzo por intentar resolver. Todo lo que sea ayudar a un pueblo a recuperar su dignidad», contestó Olcese. Desde ahí, obtuvo todo el permiso y la colaboración con las instituciones eclesiásticas. «Si podemos ayudar a que el pueblo peruano recupere una parte de su historia y la dignidad, cuenta conmigo y con la ayuda la de Iglesia», en palabras de Osorio.
En este sentido, Alfonso Lozano Lozano, Vicario Episcopal hasta septiembre de 2021, cuenta que no tuvo otra decisión que la de aceptar esta tarea. «Fernandito era católico. Además, como lo planteó Aldo, estaba dentro de lo que llamamos la obra de misericorida, de enterrar a los muertos». Y se explica: «Hay una persona que muere y que ahora es reclamado por su pueblo. No hay más que hablar». Además, «para la iglesia, se convierte en un gesto de caridad». El Vicario Episcopal actual, Ángel López Blanco, dice que «simplemente se «encontró con el tema», pero es quien tiene la autoridad para la repatriación, pues su cargo representa al obispo en la zona. «Nosotros colaboramos para que se pueda cerrar una herida, si es que la hay».
Olcese preguntó en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso. Allí, la Madre Superiora le dijo que era imposible: se había recuperado el cementerio íntegro, se había invertido mucho dinero y no había nadie con el nombre del descendiente inca . «Ya nos gustaría que estuviera aquí», le dijo la religiosa, pues su convento cuenta con cuatro monjas peruanas.

El cementerio de la iglesia de San Sebastián tenía un problema: había sido destruido por un bombardeo en la Guerra Civil española (1936-1939). Pero un día de pandemia, en mitad de la calle Atocha se encontró al sacristán de la iglesia, y Olcese –que disponía de cierta libertad de movimiento para labores humanitarias por su condición de Presidente del Fondo de Emergencias de San Antón del Padre Ángel de Mensajeros de la Paz– le contó la historia. Este le remitió al archivero de la institución, que en 48 horas le llamó para comunicarle que había encontrado el documento: Fernando Tupamaro, fallecido de limosna en el cementerio parroquial.
Ahora se trataba de ver si podían existir algunos restos identificables, pero no fue posible. Olcese, que «no es historiador ni un gran experto», tiene una «teoría». En la época, se producían «sacas» de los cementerios cada cierto tiempo. «Qué casualidad de la vida. Yo investigué esto en una pandemia. Y a finales de 1700 y principios de 1800 hubo otra pandemia en Madrid. Y un libro que me dejó el párroco relata que se sacaron cadáveres antiguos para poder enterrar a los nuevos», cuenta Olcese. Para él, al ser enterrado de limosna sin lápida, los restos de Fernandito «desaparecen en esa saca», «muy a pesar de nuestros amigos peruanos».
Cerrar una herida
Pantoja carga con el bastón de mando de la alcaldía de Cuzco y viste un collar con el Sol de Echenique. Con un tono amable y calmado, explica: «Primero, después de Pachacútec, el inca más importante, Túpac Amaru II es la figura más relevante de nuestro pueblo». Y continúa: «Para nosotros, significa la imagen de un hombre que estaba luchando por la causa justa de su pueblo».Por tanto, la repatriación de su hijo Fernandito, «que no había cometido ningún delito» es un acto «de dignidad, de sanación de heridas y de hermanamiento» entre España y Perú, dice Pantoja, que está muy agradecido a Aldo Olcese y a las autoridades eclesiásticas de Madrid.
«Es un abrazo fraternal entre España y Perú, un gesto noble del pueblo español para cerrar las heridas y caminar juntos hacia un futuro de cooperación entre ambas naciones»
Respecto a esta colaboración, Pantoja afirma que es «como deben hacerse las cosas». «Es un trato intergubernamental entre dos países que están diciendo que queremos repatriar para que la historia no se distorsione», que añade que supone «un abrazo fraternal entre España y Perú, un gesto noble del pueblo español para cerrar las heridas y caminar juntos hacia un futuro de cooperación entre ambas naciones». Además, Pantoja considera que «es un acto reivindicatorio del estado español, porque la historia no la podemos cambiar, ni la podemos seguir analizando para que esa brecha que existe entre el Perú y España sea cada vez más grande. Esto es un bálsamo». En esta línea, Lozano explica: «Dentro de todas las vicisitudes, de todas las equivocaciones que pueden haber, hay también una cosa verdaderamente grande y es que estamos unidos: estamos unidos por una lengua, por una sangre, por una religión».
Olcese comenta que esta historia es «muy desconocida aquí». Lo único que quieren es «que Fernandito vuelva a su pueblo, que nunca debería haber salido de su ciudad natal, para que pueda descansar en la Plaza Mayor de Cuzco», en palabras del alcalde. Y reconoce Pantoja: «Yo soy un hombre hecho de acero, soy un hombre de guerra, pero cuando hablo de Fernandito Túpac Amaru, quieren salir las lágrimas, porque es un sentimiento que tenemos guardado».
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