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Pesca
La última almadraba del Mediterráneo
Esta técnica de pesca se remonta a tiempos de los fenicios
Son las 7 de la mañana y el viento de lebeche sopla con fuerza. Los barcos no van a salir por el momento. Más tarde, a eso de las 11, nos acercamos al pequeño pantalán de La Azohía. Allí nos espera Juan Paredes, nieto del dueño de la última almadraba que queda en aguas del mediterráneo español. Un arte de pesca sostenible de origen milenario. Jesús carrasco, más conocido como Pipa, nos recoge en una pequeña embarcación de fibra para llevarnos a los pesqueros.
“Siéntate en popa si no quieres acabar empapado”, me dice este viejo capitán que lleva un corazón tatuado en su tríceps izquierdo. El viento ha amainado y navegamos sin problemas. Durante el trayecto, Juan habla de su familia, de su abuelo, quien fundó esta almadraba en 1936 y de cómo esta técnica ha ido pasando de generación en generación, en muchos casos, después de alguna tragedia familiar. Llegamos a los pesqueros justo en el momento en que están elevando el copo. La famosa levantá.
Cientos de bonitos chapotean ejecutando un ritmo frenético que recuerda al estruendo de un aguacero en la ciudad. No sólo bonitos. Albacoretas, lechas y montañas de peces luna que son devueltos al mar uno a uno. Una especie esta última muy apreciada por los buceadores y que no es fácil ver en el fondo del mar.
Pipa mete el garbillo una y otra vez por debajo de la masa de peces con la ayuda de la grúa y, estos son depositados en la cubierta del barco. Durante esta maniobra, los buzos Omar y Fran, se reparten el trabajo entre las redes y la cubierta. Igual batallan con un atún de 150 kg que ayudan a devolver al mar una manta diablo que se ha colado en las redes. Está claro que la profesión de almadrabero no es una profesión para aquellos que quieren una vida cómoda.
Esta tripulación vive una aventura cargada de adrenalina cada día, o incluso varias veces al día, si las condiciones lo permiten. Hoy nos han invitado a sumergirnos con los buzos en las redes para acompañarles mientras comprueban que todo está en sus sitio. Mi única preocupación es no toparme con la espada de un pez emperador. Nos dejan claro que en el momento de estrechar el copo hay que salir fuera de la red. La experiencia desde dentro es sobrecogedora.
Algo parecido a bucear dentro de un acuario gigante. Dos atunes de gran tamaño nadan en círculos a tal velocidad que a duras penas puedo seguirles con mi cámara. Las redes se estrechan más y más en una maniobra laboriosa. Se trata de un proceso manual, un arte de pesca que requiere del esfuerzo y coordinación de todos. Una vez fuera del copo, me sumerjo hacia el fondo y observo la gran red circular desde lejos. La trampa final del ultimo laberinto de redes de nuestro mediterráneo.
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