Medio Ambiente

Chinaverde

Ramón Tamames
Ramón TamamesGonzalo PerezLa Razón

En sesiones muy cautelosas a efectos pandémicos, las Naciones Unidas celebraron un encuentro inaugural en septiembre, en el que participaron telemáticamente muchos jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos Felipe VI. Naturalmente, allí estuvo la gran China, en la persona de Xi Jinping, quien aprovechó para fijar sus nuevos términos de posicionamiento respecto al Acuerdo de París de 2015, en relación con el recorte de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

En esa dirección, la UE ya tiene claro que en 2030 tiene que bajar en un 50 por 100 sus emisiones para en 2050 alcanzar la «neutralidad climática», es decir, la total descarbonización de la sociedad. Con una sustitución definitiva de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) por las renovables: sol, viento, mar, y biomasa. Por aquello de que China tiene 1.400 millones de habitantes, y su media per cápita es, más o menos, de siete toneladas de GEI –frente a las 14 de EE.UU., y en torno a 10 de Europa—, en el Acuerdo de París de 2015 se aceptó que sólo en 2030 empezara su recorte de emisiones de CO2. De ahí que fuera una gran noticia el anuncio que en Nueva York, el 22 de septiembre, dio Xi Jinping: anticipar la decisión del recorte, de 2030 a 2025. Teniendo en cuenta que China es el origen del 27 por 100 de las emisiones globales de CO2 (unos 40.000 millones de toneladas a escala mundial), la incidencia del anuncio fue considerable, pues viene a suponer que la propia Europa tendrá que reconsiderar sus objetivos, seguramente para adelantar también sus previsiones.

Única forma de hacer factible que en 2100 lleguemos a la total descarbonización, con una previsión de 1,5 grados más de temperatura respecto a la era preindustrial. En vez de los 2,7ºC previsibles si no se toman medidas adicionales a las acordadas hasta ahora mismo. ¡Aleluya!