VERDE
COP30: ausencias, promesas no cumplidas y crisis del multilateralismo
La cumbre del clima de Brasil llega en un momento de aceleración de los peores pronósticos climáticos y un frenazo en las ambiciones por reducir emisiones
Se pregunta la BBC esta semana si tiene sentido una cumbre climática en la que no están presentes Trump y Xi Jinping, los líderes de las dos potencias más contaminantes del mundo. Su ausencia son una muestra más de la situación internacional en la que se celebra la COP30 y el décimo aniversario del Acuerdo de París. Entonces, unos 200 países se comprometieron a limitar el calentamiento global entre los 1,5 y los 2 grados; hoy sabemos que incluso con los nuevos compromisos actualizados, la temperatura aumentará en 2,3-2,5 grados.
Las noticias sobre clima no son halagüeñas: el año 2024 se superó por primera vez los temidos 1,5 grados y fue el más cálido registrado hasta la fecha y todo apunta a que 2025 se disputará el segundo puesto con 2023. Las emisiones no dejan de crecer y los científicos apuntan a que los cambios en el clima se están acelerando incluso por encima de lo que preveían. Por otro lado, el multilateralismo climático no pasa por su mejor momento y las políticas se relajan. EE UU ha abandonado los acuerdos, pero también la UE, hasta ahora abanderada de la lucha climática, está empezando a cambiar su discurso. «Esta cumbre es la constatación del elefante en la habitación; el objetivo fijado en París es inalcanzable. La administración Trump ya ha deshecho gran parte de la infraestructura institucional y los programas medioambientales de EE UU; no solo los de la era Biden sino de lo que había en los 60 y 70. El debate en Europa está empezando cambiar de la descarbonización a la competitividad verde. India y China han dejado claro que su prioridad es la industrialización. Vemos que hay tendencias divergentes, que ya no hay un multilateralismo fuerte, sino que el clima ya es el producto secundario de relaciones bilaterales comerciales», dice Toni Timoner, cofundador y vicepresidente del think tank Oikos. La entidad acaba de presentar la publicación «La COP ante la encrucijada. Guía de la COP30 de Brasil», que sostiene que «la diplomacia climática entre en una era de madurez incómoda, donde la urgencia choca con el desgaste político y económico. La desalineación entre compromisos, capacidades y credibilidad pone en entredicho el sistema multilateral. Si la COP30 logra anclar tres mínimos operacionales, integridad contable, financiación utilizable y aceptación de las necesidades de adaptación habrá sentado las bases para una diplomacia del clima eficaz y menos declarativa», dice el texto.
¿COP-out?
La cita, además, se desenvuelve en cierto clima de expectativa y cansancio. Una reciente encuesta de Ipsos realizada en 30 países afirma, por ejemplo, que el 63% de la población cree que la COP es una reunión simbólica sin apenas cambios efectivos en el medio ambiente. Los políticos se perciben como el mayor obstáculo y el 65% demanda al sector privado que contribuya económicamente con la agenda climática. Un clima de quejas que se ve desde hace varias citas. En Glasgow la llegada de los líderes mundiales en jet privado no sentó bien, como que las últimas COP hayan tenido lugar en países productores de petróleo.
En los meses previos a la COP en la ciudad brasileña de Belém ha habido protestas por el aumento del precio de los hoteles. «¿Qué tipo de justicia climática se puede conseguir cuando asistir a la “COP de la gente”, el foro paralelo de ONG y organizaciones populares cuesta entre 8.400 y 16.800 dólares», escribía hace unos meses en El País Marcos Colón, profesor de la Periodismo y Comunidades Indígenas en la Escuela Estatal de Arizona». Otro dedo acusador se ha posado sobre la construcción de una carretera, Avenida Liberdade, en los alrededores de Belém. Aunque el estado de Pará, responsable de la obra, afirma que el proyecto comenzó antes de que la ciudad fuera elegida para ser la sede de la COP, en algunos medios se pueden leer mensajes como que «refleja la brecha cada vez mayor entre los responsables de tomar las decisiones y las comunidades más afectadas por la crisis climática». En este sentido en junio, más de 200 grupos de la sociedad civil y los pueblos indígenas presentaban un «llamamiento para una reforma de conversaciones de la ONU sobre el clima», en la apuntan a que tras más de 30 años de negociaciones, el proceso no ha alcanzado la justicia climática e insta «a poner fin al espectáculo comercial en el que se han convertido las COP a través del establecimiento de un marco de rendición de cuentas para abordar los conflictos de intereses».
«Hay cosas que ocurren como lo de los jets privados o los países exportadores de petróleo que hacen greenwashing soberano, que son hipocresías que hay que aceptar porque forman parte del juego. Lo interesante son los avances graduales en cuanto a normativas de contabilidad, cómo modelizar las predicciones, o cómo contabilizamos el capital natural y la biodiversidad. Son pequeños pasitos, a lo mejor no tienen impacto, pero son una base más interesante que los grandes acuerdos. Las ambiciones de esta COP sabemos que son seguir avanzando en el tema de la contabilidad, la integridad, el greenwashing. El otro aspecto de la COP30, que es lo que quiere Brasil, es vincular más la lucha contra el cambio climático a la defensa de la biodiversidad y el capital natural. Tiene sentido, pero va a costar articularlo», opina Timoner.
Deberes eternos
Es innegable que la constante presencia de lobistas y los magros resultados en las negociaciones se materializan este año en titulares que se enfocan en la importancia de esta cumbre como decisiva, un punto de inflexión. También es cierto que los deberes pendientes parecen siempre los mismos. En esta cumbre además de las emisiones, están encima de la mesa la adaptación, ya que se tiene que implementar el Marco Global de Adaptación aprobado en Dubái, y garantizar recursos para fortalecer la resiliencia y la protección de la biodiversidad, y el eterno tema de financiación climática a los países vulnerables (una bolsa de 1,3 billones de dólares). Para Jeroen van den Bergh, economista experto en políticas climáticas de la Universidad Autónoma de Barcelona: «no vamos a solucionar cambio climático con el acuerdo de París o las COP, porque es un problema demasiado grande que necesita de un gobierno mundial y los acuerdos son aislados y demasiados. Una buena solución es fijar un precio al carbono y, en este sentido, hay una buena noticia y es que Brasil ha propuesto una coalición para mercados de carbono, como la que hay en Europa. Para mí la única solución para el cambio climático es una coalición de países con el mismo nivel de ambición, que implementen una política uniforme, que evite fugas de emisiones. Por otro lado, el fundamental tema de la financiación tiene que separar adaptación y mitigación».
La hora de la adaptación
A todo lo anterior, hay que sumar la división entre negacionistas (algunos hablan más bien de obstruccionistas) y los que enarbolan la bandera de la emergencia climática. Algo que Timoner explica en estos términos: «si el cambio climático es un pretexto para hacer una política anticapitalista y antisistema, entonces el negacionismo es la manera en que se hace oposición a ese radicalismo. Los dos extremos se retroalimentan».
Las voces contra el alarmismo son cada vez más habituales, incluso los psicólogos habla de ecoansiedad o cierta fatiga mental al afrotar un tema tan complejo y como eso puede llevar al abandono de la acción individual. Algunas de las voces más conocidas son el activista Michel Shellenberger que publicaba recientemente su libro «No hay apocalipsis»; Hannah Ritchie, investigadora principal del Programa para el Desarrollo Mundial de la Universidad de Oxford, y Bill Gates que hace unas semanas publicaba una carta abierta en el que habla de una nueva forma de mirar la crisis climática. «La visión apocalíptica está provocando que gran parte de la comunidad climática esté centrándose en objetivos de emisiones y están desviando recursos de las cosas más efectivas que deberíamos hacer para mejorar la vida en un mundo en calentamiento», dice. «Estamos viendo una aceleración en el cambio climático que está asustando y el mensaje de que hay que centrarse más en la adaptación está calando. Por mucho que haga Europa en mitigación, el clima que tendremos lo dictamina China e India. Habría que pensar si hay que reforzar el presupuesto en adaptación y apostar por obras hidráulicas para inundaciones, políticas de antiincendios que se basen en una gestión forestal eficaz..», opina Timoner.