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Después del 1 de noviembre
Planeta Tierra
Pasado el 1 de noviembre, con nueve décadas a cuestas, no diré que «la vida empieza a los 90 años», pero sí que, si tenemos ocasión de llegar, podremos seguir rememorando a Tucídides, Sócrates, Kant y Einstein, incluyendo a Fray Luis de León, modelo de vida del príncipe de los novelistas, el gran Somerset Maugham, que no recibió el Nobel de Literatura porque era demasiado popular.
En ese sentido, tengo en el recuerdo permanente a dos maestros que conocí personalmente, Pío Baroja e Isaac Asimov. Y también debo mencionar –lo esperabais muchos–, a Thomas Mann y su montaña mágica. Y tengo a la vista a Herman Hesse en la literatura, Galbraith, a quien también conocí, en el relato económico, e historiadores como Harold Toynbee, mis amigos personales Hugh Thomas, Gonzalo Anes y Miguel Artola, y otras personas que pueden visitarnos cerebralmente cada día.
La jubilación no es igual para todos. Los que han tenido un trabajo alienante, buscan, ante todo, «quitarse de trabajar», y «hacer lo menos posible», perdiendo vitalidad y alegría de vivir. Sin embargo, los que hemos tenido el privilegio de laborar en lo que más nos ha interesado, llegamos a una tesitura próxima a la felicidad, transitando un sendero personal desde el cual ver nuevas cosas, decir libremente lo que pensamos, y explorar todo lo que nos interesa y está a nuestro alcance.
Por ello, para mí es referencia fundamental Richard P. Feynman, Premio Nobel de Física, al decir que el interés por la Ciencia es el impulso vital más importante. Y trato siempre de saber cómo ha ido evolucionando todo, desde el big bang hasta la más diminuta célula. Y muestra de ello es uno de mis últimos libros, Buscando a Dios en el universo:
– ¿Lo ha encontrado Vd. ya? – me paran y me preguntan con frecuencia, incluso en la calle.
Todavía no –contesto—, pero lo intuyo cada vez más.
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