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Una guerra por Taiwán
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Los lectores de «Planeta Tierra» recordarán que en esta columna de La Razón, nos hemos referido a algunas sesiones de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (RACMYP). Y hoy me atrevería a autoincluirme, con la presentación que hice el pasado martes 6 de junio, sobre «La carrera China/ EE UU se acelera, en un escenario mundial peligroso».
Mencionando a Kissinger, Allison y Haass –con sus respectivas posiciones sobre un tratado China/ EE UU, una solución a la trampa de Tucídides, o un concierto de poderes–, expuse la trama teórica de la situación actual. En que las dos superpotencias, de facto están preparándose militarmente para lo que podría ser la tercera guerra mundial. Por la pretensión de China Popular de reincorporar Taiwán; según el pretendido derecho que frente a EE UU le da la Declaración de Shanghái de 1972, de Mao y Nixon, reconociendo que hay una sola China. Un principio que Xi Jinping quiere hacer efectivo lo antes posible.
El principal obstáculo en esa aspiración sobre Taiwán es la demografía. Muy debilitada en China por la «política del hijo único». Con la consecuencia de un envejecimiento muy rápido de la población, y una tasa media de fecundidad que cayó de bastante más de dos a sólo 1,18 hijos por mujer. Ese envejecimiento plantea definitivamente que el país no podrá mantenerse como fábrica del mundo, sin el flujo continuo, anual, de grandes efectivos humanos. Que pasó de ser de 30 millones en los años 60, a solo 10 millones en 2022. Por lo demás, habrá que esperar a un nuevo Immanuel Kant, que convenza a todos de que es más que necesaria una paz perpetua para el siglo XXI. Así lo reiteró el autor de esta columna en su discurso de ingreso en la RACMYP, en enero de 2013, presidiendo aquella sesión la Reina Sofía. Sofía, en griego, significa Sabiduría.
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