Las milicias anarquistas
Pascual Fresquet fue el líder de una de las patrullas más terroríficas de las milicias anarquistas. Ya se había destacado en Caspe por sus crueldades sin límite. Acompañaba la columna de Durruti, pero sus hombres no combatían, sino que “purificaban” (utilizaban esta expresión) la retaguardia. La patrulla estaba formada por unos cuarenta milicianos vinculados a la FAI de Cataluña. Se les conoció con el tétrico nombre de “La Brigada de la Muerte” y dispuso de un “Centro irregular de detención” –esto es, una improvisada checa- en la calle Rosario, número 12 de Caspe. A finales de julio de 1936 prendieron fuego a una pira repleta de imaginería y jocalias en la plaza de España de la ciudad. Un estudioso de los hechos, Amadeo Barceló Gresa, en su obra “El Verano de la Tormenta”, describe los hechos: “(…) Fresquet y sus calaveras estuvieron hace unos días especialmente involucrados en el asunto de los santos. No bastaba con quemar y saquear las iglesias, así que desde el Comité se comunicó la obligación de entregar todos los santos, cuadros y objetos religiosos en general, custodiados en domicilios particulares (…)”.
Fresquet había sido el presidente del sindicato de la construcción de la CNT en el barrio de Sants en 1936. Se había hecho famoso por su activismo que le llevó a ser atracador de bancos en favor de la causa anarquista. También era un borracho habitual y entusiasta del boxeo y persona agresiva. También fue conocido por su comportamiento sexual promiscuo y vejatorio con las mujeres era temido incluso por anarquistas y sindicalistas. El aspecto de su Brigada de la muerte era impresionante, pues el autobús en el que montaban a las futuras víctimas llevaba una calavera pintada e, igualmente, sus hombres cosían calaveras en los uniformes.
Fueron descritos así: “Eran unos cuarenta hombres armados, con la calavera cosida al gorro y al pecho. Oficialmente, eran la brigada de investigación de la columna de milicianos Ortiz [la que marchó junto a la de Durruti al frente de Aragón], y su trabajo consistía en desenmascarar y eliminar a los fascistas ocultos en la retaguardia”. En realidad, en la mayor parte de los casos, estos “fascistas” era población civil que no habían tomado las armas contra la República pero eran conocidos por su militancia derechista o por ser católicos, sacerdotes o convecinos delatados por envidias, incluso por deudas. Tras abandonar Caspe, obligados por instancias superiores debido al terror que despertaban en la población, emprendieron una ruta de la muerte por el sur de Cataluña.
Esta es la descripción de las “gestas” de la Brigada: “Actuó durante los tres meses posteriores al estallido de la Guerra Civil en dieciséis municipios de la provincia de Tarragona (en las comarcas del Priorato, Terra Alta, Ribera de Ebro y Baix Camp) y en varios municipios del Bajo Aragón entre julio y septiembre de 1936: Caspe, Fabara, Maella, Gandesa, Falset, Mequinenza, Albalate del Arzobispo, Calanda, Samper de Calanda, Híjar, Bot, Flix, Ascó, Ribarroja de Ebro, Mora de Ebro y Reus. Su finalidad era la “limpieza de fascistas” (religiosos, falangistas, militantes de la CEDA, católicos, carlistas, caciques o labradores que se oponían a las colectivizaciones). Su objetivo era implantar pueblo a pueblo el comunismo libertario. Se ha documentado que asesinaron a 247 personas. Se desplazaban en un ómnibus de color negro con calaveras pintadas”.
La brutalidad con que operaba la Brigada de la Muerte provocó que el representante de la CNT catalana declarara en el Pleno de Regionales de la CNT, celebrado el 16 de septiembre de 1936 en Madrid, ante las quejas del representante aragonés: “Cataluña aclara que en Barcelona hay el acuerdo de destituir a Ortiz [La caravana era teóricamente su Comisión de información] y al mismo tiempo celebrar una reunión entre los Comités Regionales de Aragón y Cataluña; añade que se nombró en Barcelona una comisión para averiguar las fechorías que comete la Brigada de la Muerte, que dirige Ortiz, y que esta Comisión informará en dicha reunión”. La comisión llamó al orden al verdadero líder, Pascual Fresquet, el cual tuvo que dar cuentas de sus acciones. La Brigada, considerada por la dirección de la CNT como contraria al “espíritu revolucionario”, dejó de operar a partir de octubre de 1936. Fresquet fue llamado al orden. Pero la semilla del horror ya había quedado plantada en las comarcas catalanas. Él se justificó ante sus compañeros anarquistas, según cuenta su propio hijo: “Les dijo que lo que quería era luchar y frenar al enemigo, donde hiciera falta. Que él había nacido para vencer, para servir. Que había que frenar al fascismo.Que había que hacer la Revolución. Y que eso estaba haciendo él con la Brigada de la Muerte”.
En su libro “De la Unión a Banat”, el militante anarquista Juan Giménez Arenas, afirma lo siguiente: “Fresquet había tenido un cargo militar en Aragón, con una unidad un tanto independiente, en la que no hizo más que barbaridades”. Giménez Arenas no lo duda: “Fresquet fue siempre un cerdo”. La Generalitat siempre estuvo enterada de la actuación de la Brigada de la muerte. Sabemos que una delegación de Reus se desplazó hasta Barcelona para hablar del asunto con Lluís Companys. Él confirmó estar al corriente de lo que sucedía y les aseguró que había tomado “todas las prevenciones pertinentes”. En realidad, esas “prevenciones” consistió en pedir a los representantes de Reus que solicitase a sus respectivos partidos y sindicales que tomaran medidas por su cuenta. “¿Qué puedo hacer yo si ustedes mismos no saben indicar a sus afiliados cómo comportarse y qué acciones emprender para cortar esos abusos?”. Con otras palabras, Companys nada hizo. Por su cuenta, Josep Tarradellas y Andreu Nin visitaron algunas de las poblaciones visitadas por Fresquet y sus compañeros, pero no tuvo consecuencias.
Toni Orensanz, en su libro “L’Òmnibus de la mort”, nos cuenta el paso de dicha caravana por Falset, su pueblo natal: “En septiembre de 1936 se presentaron los brigadistas de la muerte en un autobús pintado con calaveras y en una sola noche mataron a 27 personas de derechas. Me llamó la atención que se desplazaran en autobús, lo que significaba que también cometían desmanes en otros lugares, y que al día siguiente el cabecilla del grupo hiciera un pregón para justificarse. Hablaba de hacer justicia, y usaba el eufemismo de la limpieza”. Fresquet, el cabecilla, hombre de instintos brutales, huyó al finalizar la guerra a Francia y se codeó con las mafias marsellesas, llegando a ser un conocido atracador de bancos. Misteriosamente, acabó muriendo en España, tranquilamente, sin que nadie le recordara su macabro pasado. Más sorprendente aún, murió relativamente joven, en 1957, víctima de un cáncer de colon, es que poco antes de morir solicitó un sacerdote para reconciliarse con Dios. Toni Orensanz, en su libro sobre el personaje acaba con estas palabras: “Y así nos dejó Pascual Fresquet, extremaunciado y en la cama, cogido de la mano de un siervo de Dios. Tenía 50 años y murió de cáncer después de haber bebido, fornicado y asesinado todo lo que pudo”.