Humillación en la República
El río Segre fue atravesado por las fuerzas nacionales desde Lérida un 7 de enero de 1939. En menos de 20 días liberaban Barcelona que, contra todo pronóstico, no ofreció resistencia sino un acaloradísimo recibimiento de la población a sus liberadores. Poco antes, el 22 de enero, Negrín anunciaba que el Gobierno de la República permanecería en Barcelona liderando una resistencia como la de aquél lejano 11 de septiembre de 1714. Pero no se lo creía ni él. Al día siguiente su gobierno estaba en Figueras a las puertas de la frontera francesa.
Dos días más tarde, el 24 de enero, también partía Companys de Barcelona abandonando a los suyos. Mientras, los partes oficiales de la Generalitat anunciaban que se estaban librando heroicos combates. Sin embargo, sólo quedaban 48 horas para el apoteósico recibimiento de las tropas nacionales en la Ciudad Condal. Companys, como siempre inmerso en su mundo irreal, decidió que Olot fuera la nueva “sede” de la Generalitat. Pero muchos diputados regionales estaban en Gerona dispuestos a pasar la frontera sin su presidente. El President del Parlament, Josep Irla, los tenía que ir persiguiendo para evitar su huida y amenazándoles de traidores.
A propósito del abandono de Barcelona, hay una historia prácticamente desconocida. La cuenta Josep Serra Pàmies en sus memorias tituladas “Fou una guerra contra tots (1936-1939). Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona”. (Pòrtic, 1980). Josep era hermano de Miquel Serra, miembro del PSUC y Consejero de Obras Públicas de la Generalitat. En carta a su hermano escrita el 22 de junio de 1949, desde el exilio en México, relataba la decisión del Partido Comunista de convertir la Ciudad Condal en “tierra quemada”.
Hubo una reunión secreta en la que participaron líderes comunistas y oficiales de la Brigada Líster. Se planificó volar las fábricas, el puerto, la fábrica La Barcelonesay los túneles del Metro. La finalidad de dinamitar los túneles era que allí se escondían también toneladas de munición, especialmente de artillería. Ello debía provocar el derrumbamiento de una parte de Barcelona. Miquel Serra participó en estas reuniones, pero hábilmente consiguió retrasar la operación hasta la entrada de los nacionales.
Mientras que Barcelona se salvaba milagrosamente del desastre, en la frontera con Francia se mascaban humillantes traiciones entre los “compañeros” republicanos y la tragedia de los presos que se llevaban hacia la frontera. El 21 de enero de 1936, en Barcelona, dos agentes del SIM se presentaron en el Tribunal de Espionaje y Alta Traición. Fueron a recoger la lista de los “facciosos” condenados para llevárselos con ellos a Francia. En las cárceles dejaron a los represaliados del POUM para que los nacionales dieran buena cuenta de ellos. La mayoría de prisioneros arrastrados a las puertas de Francia fueron concentrados en el Santuario del Collell, el viejo seminario de la Diócesis de Gerona. Allí se adocenaron a un millar de prisioneros y se acometieron una serie de desgraciados asesinatos.
Una cincuentena de prisioneros del Collell, los considerados más capacitados para ocupar cargos de responsabilidad en la nueva España que se avecinaba, fueron fusilados el 30 de enero. Sólo dos consiguieron escapar, entre ellos Rafael Sánchez Mazas. El 2 de febrero, 13 encarcelados en la prisión de Gerona fueron fusilados en La Tallada. Algunos eran padres de hijos movilizados que no se habían presentado a filas y habían sido detenidos como represalia. El 7 de febrero, se produciría en Pont de Molins la conocida como la Matanza de Can tretze. Un comandante republicano, responsable de 42 presos, entre los que se encontraban el obispo Polanco, los condujo por un barranco al lugar donde serían ejecutados. Los cadáveres fueron incinerados para no dejar constancia del crimen.
Poco antes de acabar la guerra, a mediados de marzo, fue descubierta una fosa común en el término municipal de Vila-sacra con 23 cadáveres. Habían sido asesinados más o menos por esas fechas de febrero y la mayoría eran enfermeras y médicos del Hospital militar de Bañolas (Gerona). Se les acusó de ser fascistas y no preocuparse suficientemente por el cuidado de los soldados republicanos.
Los días anteriores a la total liberación de Cataluña, fueron políticamente tan intensos como ridículos y humillantes para la República. El 1 de febrero, Negrín reunía las últimas Cortes republicanas en el Castillo de Figueras. Sólo acudieron 62 diputados de los 473 elegidos en 1936. Muchos ya habían emprendido las de Villadiego.Azaña, enemistado con Negrín y abatido por la melancolía no acudió a las “Cortes” celebradas en las caballerizas del Castillo y con unas mantas que hacían de fondo para las fotos. Azaña se quedó suspirando en el Castillo de Perelada contemplando los tesoros del Museo del Prado que iban destinados al país galo. En las “Cortes”, se aprobó seguir la lucha. Al día siguiente el General Rojo lanzó una proclama que acaba con estas frases: “Que todo el mundo, desde su puesto, se disponga a cumplir con su deber hasta el triunfo o hasta la muerte. ¡Ciudadanos! ¡Viva España!”. Pero en todo era simulacro. Siete días después Negrín manda dinamitar el Castillo de Figueras y preparó la huida.
Negrín simplemente aborrecía a Companys, de tal modo que disimuló un pacto para que Azaña, Companys y José Antonio Aguirre salieran juntos por la frontera, dando la sensación de “unidad republicana” frente al “fascismo”. Companys estaba desde el 30 de enero en la población de Agullana, a cinco kilómetros de la frontera por si tenía que salir corriendo. El pacto para cruzar juntos la frontera era puro engaño para ridiculizar a Companys y el presidente del PNV. Negrín les había mentido en la hora de salida y acompañó antes de lo convenido a Azaña a la frontera. Era la madrugada del 5 de febrero.
Dejaron tirados a Companys y a José Antonio Aguirre, que pensaban que se saldría una hora más tarde. Azaña se despidió con un “Hasta pronto, en Madrid”. Pero callaba que no pensaba volver a España. Negrín, una vez dejado a Azaña en Francia, y regresando de la frontera a lo que quedaba de frente, se cruzó con con los coches que llevaban a Companys y Aguirre hacia Francia. El primero, en un ataque de melancolía, le había dado por pararse un rato en el camino y llorar desconsolado.
Companys y Aguirre hicieron un falso amago y se ofrecieron a Negrín para quedarse en Cataluña con él. Pero Negrín les animó que abandonaran el Principado (pues ya estaba de los presidentes catalán y vasco hasta los mismísimos y quería librarse definitivamente de ellos). Gori Mir en su obra “Aturar la Guerra” (”Parar la Guerra”), atribuye a Negrín este juicio: “Aguirre [el lehendakari] no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero.Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero”.
El 9 de febrero, Modesto, Líster y Tagüeña, los tres generales de la Batalla del Ebro, pasaron la frontera francesa con el pasaporte en regla mientras dejaban a sus tropas en los campos de concentración franceses. El 10 de febrero un parte nacional daba por acabada la guerra en Cataluña.
Hoy, un monumento recuerda por donde teóricamente Companys abandonó Cataluña, (en realidad pasó por otro lugar) sin hacer referencia al engaño de Negrín. Y en el lugar correcto, por el que Azaña cruzó primero (Junto a Presidente del Congreso, Martínez Barrios) y horas después susodichos presidentes autonómicos, una placa recuerda –engañosamente- que los “cuatro presidentes” (Azaña, Martínez Barrio, Companys y Aguirre) habían pasado “juntos” la frontera. Todo falso, todo ridículo.