Crudelísimas represiones
Nacido en Lugones (Asturias) cuando echaba a andar el siglo XX, Pololo tardó dieciocho años en trasladarse a la capital para estudiar Ingeniería de Minas y -de paso- llamar la atención por sus virtudes futbolísticas. El Athletic de Madrid lo advirtió, lo incorporó a filas y aquello significó el comienzo de una etapa llena de éxitos y combates épicos sobre terrenos embarrados.
El Athletic -denominación primera de este Atlético de ahora- era conocido como “Equipo de los caballeros” y las señoras acudían a sus partidos con pamelas sobre la cabeza y paraguas en la mano. De forma casi unánime, preferían seguir las evoluciones de aquellos hombres de camisetas a rayas y no las de sus rivales aunque alguno de estos vistiera con un blanco inmaculado. Por algo sería tanta predilección.
Algunos integrantes de la escuadra rojiblanca perecerían durante la Guerra Civil. Alfonso Olaso lo hizo en el frente de Teruel y tras ser capturado por las tropas republicanas; Monchín Triana fue fusilado en Paracuellos como represalia por sus convicciones católicas; a Manuel García de la Mata (uno de los porteros del equipo) lo mataron de mala manera en un tétrico chalet de Usera habilitado por elementos republicanos para robar, torturar y segar la vida de adversarios políticos; Ángel Arocha, que arribó al Athletic proveniente del Barcelona, murió en combate. Y Vicente Palacios, autor del primer gol colchonero en liga (1929, Arenas de Guecho 2 Athletic 3), falleció en el terrorífico Madrid de 1936 sin que se conozcan a ciencia cierta las causas.
Antes de tanta tragedia, el club levantó los títulos regionales de 1921 y 1925, disputó dos finales de copa del Rey, formó equipos competitivos de verdad, conquistó el corazón de miles de aficionados e inauguró el admirable estadio Metropolitano en el lugar donde hoy se alza la plaza de la Ciudad de Viena.
Y allí estuvo Pololo, capitán de la tropa y uno de los principales protagonistas de aquella hermosa historia. Nos queda la foto de antes de un partido de máxima rivalidad frente al Real Madrid, cuando ya la relación entre colchoneros y merengues comenzaba a ser dificililla. En la estampa, Miguel Durán Terry sonríe y choca su mano con el árbitro y con el capitán del equipo madridista, que por cierto se llamaba Santiago Bernabéu.
Cuentan que el asturiano era un defensa excepcional y gobernaba desde atrás al equipo, aunque su extraordinaria capacidad física hacía que se desempeñara con solvencia en cualquier lugar del campo y a veces incluso se colocaba en lo más avanzado del ataque. Vistió la camiseta de la selección española dos victoriosos partidos contra Portugal, jugó el encuentro inaugural del primer Metropolitano ante los ojos de María Cristina (madre de Alfonso XIII) y del infante Juan de Borbón, y se convirtió en gran lanzador de penaltis de cuya perfecta ejecución reveló el secreto: “Hay que tirarlos fuerte y un metro por encima del césped”.
Cuando finaliza estudios universitarios, Pololo vuelve a Asturias para dedicarse a su profesión y ni eso le separa del Athletic. Así, atraviesa solo y en motocicleta las inciertas carreteras de los años veinte hasta presentarse allí donde juegue el equipo rojiblanco. Será el gran capitán durante ocho temporadas y después elegirá la camiseta del Real Oviedo (entonces en segunda división) para colgar las botas.
En 1934, después de que en el PSOE prevalecieran las tesis revolucionarias de Francisco Largo Caballero -el Lenin español-, tuvo lugar una huelga general que pretendía impulsar la rebelión contra la legalidad vigente. Y fue Asturias el lugar donde el levantamiento se produjo con mayor intensidad. Con extrema virulencia. Socialistas y anarquistas de la CNT unieron sus fuerzas, tomaron cuarteles y perpetraron crudelísimas represiones en las que resultaron asesinados seminaristas y sacerdotes.
Para esas fechas -octubre inflamado de muerte-, militantes revolucionarios asaltaron la fábrica de explosivos dirigida por Miguel Durán Terry y este, pese a la manifiesta inferioridad y lo inviable de la empresa, trató de repeler el ataque junto a seis agentes de la Guardia Civil y un pequeño número de empleados. Pero enseguida se dieron cuenta de que la derrota era segura y entonces Pololo -un hombre de los de antes y un capitán del Atleti con genética de héroe- tomó una camioneta, introdujo en ella a los pocos defensores que le acompañaban, templó los nervios, se hizo cargo del volante y comenzó una tremenda odisea en busca del cuartel más cercano de la Benemérita. Todavía le dio tiempo de recoger a su mujer y a su hija y de pronto, en medio de esas amenazantes carreteras, emergió una barricada controlada por sediciosos.
Es muy probable que Pololo no se lo pensara mucho antes de hundir el pie en el acelerador, embestir contra el obstáculo y llevarse por delante a algunos de los revolucionarios que lo instalaron. Hubo disparos contra la camioneta y uno de ellos impactó en el pecho del gran capitán, que sin embargo consiguió llegar al destino fijado y dejar salvos a sus pasajeros antes de que todo se le hiciera negro para no despertar jamás. Su padre, Miguel Durán Walkinshaw, también murió en el ataque a aquella fábrica de explosivos situada muy cerca de Lugones.
Otra historia demasiado desconocida de un Hombre con mayúsculas al que la modernidad jamás rendirá el tributo que merece. Aquí queda la crónica de su gigantesco ejemplo, para quien quiera admirarlo.