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En tiempos de guerra, el adoctrinamiento se convierte en un elemento fundamental para la lucha en retaguardia. En España, entre 1936 y 1939, se trató de inculcar a los combatientes y a la población civil aquellos valores que, pensaban, podían identificarse con la idea de España, la familia, el trabajo o la resistencia, que cada bando representaba. En años profundamente marcados por el encuadramiento en organizaciones femeninas, de lucha o juventud, no deja de resultar sorprendente el cambio que estos principios ha supuesto en ideologías enfrentadas. Hasta la saciedad se ha tratado de transmitir la idea de la “mujer madre” vinculada a la familia como alma del hogar, vendida por la España nacional en un claro intento de ridiculizar instituciones como Frentes y Hospitales, Auxilio Social o por supuesto, la Sección Femenina. Los nombres de María Rosa Urraca Pastor, Mercedes Sánz Bachiller o Pilar Primo de Rivera suenan como una herencia carca de tiempos fascistoides bajo el yugo de la sumisión femenina a los principios de un estado autoritario discriminatorio con la función política de las mujeres en la España franquista. Su vinculación a postulados tradicionalistas en la línea del carlismo o de un embrionario nacional-sindicalismo español, dieron a todas ellas una imagen pública muy diferente al posterior carácter reformador de su obra. A otras como Pilar de Careaga ya ni se las conoce.
Sin embargo, y como es habitual en el discurso ideológico gestado en España a partir de los tiempos de la Transición, se tiende a asimilar en términos democráticos el papel femenino de la izquierda en la esfera pública durante la Guerra Civil. No son escasos los relatos que venden la idea de la mujer miliciana llamada a la lucha y armada de fusil. Lina Odena, Rosario Sánchez… han pasado al imaginario colectivo como paradigmas del arrojo frente a la opresión selectiva en respuesta a los llamamientos articulados por sus propios órganos de encuadramiento. A ellas sí se las tiene por precursoras de la libertad y del feminismo. El movimiento de corte anarquista “Mujeres Libres”, impulsado por personajes como Lucía Sánchez Saornil o Teresa Claramunt vieron la guerra como una oportunidad para realizar la “revolución de las mujeres”: la de mono azul símbolo del sentir obrero en la lucha por la libertad. Desde su revista “Mujeres Libres” impulsaban la idea de la familia asimilada a la lucha por la libertad. Federica Montseny –quien llegó a ser Ministra de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno de Largo Caballero- colaboró, por ejemplo, con el semanario catalán Solidaridad Obrera de corte faista y próximo a Durruti, quizá sin ser consciente de algunos de sus pensamientos misógenos, y que ya antes había expresado en obras como El trabajo de los sexos. Pero lo cierto es que la polarización política frentepopulista obstaculizaba también un proyecto común de mujeres republicanas.
Por su parte, la “Agrupación de Mujeres Antifascistas” (AMA) con Dolores Ibárruri en la secretaria general, de marcada orientación comunista -aunque integrase también a socialistas y republicanas- se limitó a una labor más próxima a la asistencia social en línea con las disposiciones de Negrín de mayo de 1937 de enviar a la mujer a tareas de retaguardia. El periódico editado en Valencia, “La Hora”, órgano de las juventudes comunistas y socialistas unificadas (J.S.U.) hablaba de “la nueva moral de la revolución popular” en claro llamamiento al adoctrinamiento de la juventud y mujer en la lucha. Sorprende, repasando las portadas de esta publicación, cuáles eran esos valores con los que trataban de adoctrinar a sus más nóveles militantes. Para nada entrarían en el abanico del presunto ideario progresista con el que también, aunque con tecnología informativa diferente, se inculca a las bases de los partidos los principios de combate. Se proclaman igualdad y derechos, cuando entonces quienes pivotaban el Frente Popular, hablaban de invasores extranjeros y ocupación. ¿Qué ha cambiado entonces en esta nueva moral?